18/12/2018, 00:57
Oh, la Marca. La insignia que daba sentido a la próspera relación entre el ninja de Uzushio y Soroku. Los otros miembros de la mesa callaron, pues las tradiciones debían ser respetadas. Subestimar a un poseedor de la Marca —y más que decir, una propiciada por Soroku—. no era un simple mérito que cualquiera obtenía con facilidad.
—Toma asiento, pues —añadió, con la mirada repleta de orgullo. Datsue se había ganado un asiento en su mesa—. el motivo por el que estamos aquí reunidos, hoy, se debe a los peligros que vienen acechando constantemente al Estandarte durante los tiempos más recientes. Un miembro de mi familia fue uno de esos peligros, como ya todos saben; siendo mi propio hermano, ya expulsado de la organización años atrás, quien tratase de acabar con los convenios armamentísticos que ciñen nuestro negocio al querer monopolizar el mercado con sus amplias conexiones en Tanzaku Gai. Esa llama, gracias a él y a su Hermano —miró a Datsue—. ya ha sido temporalmente extinguida. El Centinela sigue vivo, por supuesto, aunque encerrado en un calabozo de por vida. También hemos podido reparar nuestra relación con viejos enemigos, y hecho la paz con alguno que otro conspirador que colaboró con Shinzo y compañía. Todo esto quedó en el pasado, para nuestra tranquilidad.
El herrero se levantó de su asiento, ansioso, con las manos dentro de su chaqueta de piel. Empezó a caminar alrededor de los presentes y carraspeó la garganta, para elevar una vez más su imponente voz.
—Pero los vientos de invierno traen nuevas noticias desde el noroeste. El templo donde descansa uno de nuestros ancestros, los cinco Señores del Hierro, está bajo amenaza. Nuestros susurradores han escuchado acerca de un plan para atacar la morada de Lady Tākoizu, la maestra herrera firmante del tratado por el País de la Tierra —añadió, para dar un poco de contexto a todo el asunto—. los templos de cada Señor no son de conocimiento público. Sólo los adeptos más fieles pueden llegar hasta ellos. Y por eso creemos que hay un traidor en nuestras filas.
—Toma asiento, pues —añadió, con la mirada repleta de orgullo. Datsue se había ganado un asiento en su mesa—. el motivo por el que estamos aquí reunidos, hoy, se debe a los peligros que vienen acechando constantemente al Estandarte durante los tiempos más recientes. Un miembro de mi familia fue uno de esos peligros, como ya todos saben; siendo mi propio hermano, ya expulsado de la organización años atrás, quien tratase de acabar con los convenios armamentísticos que ciñen nuestro negocio al querer monopolizar el mercado con sus amplias conexiones en Tanzaku Gai. Esa llama, gracias a él y a su Hermano —miró a Datsue—. ya ha sido temporalmente extinguida. El Centinela sigue vivo, por supuesto, aunque encerrado en un calabozo de por vida. También hemos podido reparar nuestra relación con viejos enemigos, y hecho la paz con alguno que otro conspirador que colaboró con Shinzo y compañía. Todo esto quedó en el pasado, para nuestra tranquilidad.
El herrero se levantó de su asiento, ansioso, con las manos dentro de su chaqueta de piel. Empezó a caminar alrededor de los presentes y carraspeó la garganta, para elevar una vez más su imponente voz.
—Pero los vientos de invierno traen nuevas noticias desde el noroeste. El templo donde descansa uno de nuestros ancestros, los cinco Señores del Hierro, está bajo amenaza. Nuestros susurradores han escuchado acerca de un plan para atacar la morada de Lady Tākoizu, la maestra herrera firmante del tratado por el País de la Tierra —añadió, para dar un poco de contexto a todo el asunto—. los templos de cada Señor no son de conocimiento público. Sólo los adeptos más fieles pueden llegar hasta ellos. Y por eso creemos que hay un traidor en nuestras filas.