21/12/2018, 12:25
Oh, no. Pero él no decía que se le había acabado la paciencia porque quisiese actuar. Sino todo lo contrario. Simplemente, porque ya estaba cansado. Cansado de ir a contracorriente. Cansado de darse de bruces contra una muralla demasiado alta y demasiado gruesa para él. Era como un crío tratando de ir a nado hasta las Islas del Té. Hasta el momento, la marea le había devuelto a las costas del Remolino. Cada vez en peor estado, cada vez más moribundo. Había tenido suerte. Lo normal hubiese sido ahogarse en pleno océano.
¿Conseguir llegar hasta La Capital? ¿A nado? Hasta un tonto sabía que era imposible.
—Recuerda quien eres, Datsue.
«¿Quién… soy?» Por primera vez en aquella conversación, sintió una punzada en el pecho. Él era Uchiha Datsue, un Hermano del Desierto. El mismo que había detenido una bijūdama con una simple mirada. El mismo que había matado a un Kage cuyo sombrero no merecía. Se había ganado el favor de los mismísimos dioses. Susano’o comía de su mano, y sabía que pronto, la mismísima Izanami lo haría también. Oh, sí, pronto sería capaz de revertir la mismísima muerte.
Nabi tenía razón. ¿Iba él a permitir que algo tan anecdótico como la orden de un Uzukage y toda la Villa de Amegakure dictase sus acciones? Negó con la cabeza. «¡No! ¡Claro que no!»
Entonces, cayó en la cuenta: «yo ya no soy un Hermano del Desierto». Le habían quitado a su Hermano, y sin su Hermano, él ya no era ninguna de esas cosas. Sin su Hermano, jamás habría llegado a despertar su Mangekyō Sharingan. La bijūdama hubiese arrasado con él. Susano’o se hubiese reído en su cara ante su llamada. Sin su Hermano no habría derrotado a Zoku. Sin su Hermano, ni tan siquiera hubiese pasado la prueba velada que le hicieron en el Chūnin. Él estaba a punto de rendirse y confesar a Zoku todo lo que él quería, y había sido por Akame, y solo por él, que en el último momento había aceptado sacrificarse.
Tal era la influencia que tenía en él.
Entonces, ¿quién era él sin su Hermano? Era Datsue el Intrépido. El chiquillo que se pasaba el día más preocupado por sacarse unas monedas que por la seguridad de su Villa. Era el mismo que había abandonado a sus padres en la Ribera del Norte cuando se topó con un problema que no supo afrontar. El mismo que se alistó en Uzu con la única razón de hacerse con una buena cartera de clientes. Era solo un desgraciado. Era solo…
Sacudió la cabeza. ¿Solo eso? ¿No había aprendido nada en todo aquel tiempo? ¿No se le había pegado nada? Se miró las palmas de las manos, y halló la marca que Akame le había dejado en el antebrazo hacía tanto tiempo. ¿Aquellas cicatrices no significaban nada? Por los dioses, estaba más confuso que un kusajin tras ganar un combate. Era un mar de dudas y de contradicciones internas. Ahora mismo, era una incógnita hasta para sí mismo. Era…
Era una jodida carta de un amejin. Igual te salía una misiva de paz como un tsunami.
—He estado desarrollando un jutsu para nosotros, Nabi. —Había muchas cosas que no tenía claras. Dudaba hasta de su propia persona. Pero si de algo estaba seguro, eso era de que Inuzuka Nabi era su amigo—. Se llama la Hermandad Intrépida —hizo un amago de sonrisa, mientras levantaba la cabeza y le miraba a los ojos—. Es un fūinjutsu. Verás, lo colocas en cualquier parte de tu cuerpo, y adquiere esta forma —se acercó a él y le mostró la muñeca izquierda, adornada por el kanji 糸 y el número siete, en pequeño, a su derecha, a modo de subíndice—. Entonces, todos los que compartan la Hermandad Intrépida y el mismo número, podrán hablar entre ellos. No importa la distancia, no importa la situación. Solo necesitas un pequeñito gasto de chakra, y se activa como si fuese un comunicador.
»¿Qué te parece? Creo que con toda la que está cayendo, podría venirnos bien estar… en permanente contacto.
¿Conseguir llegar hasta La Capital? ¿A nado? Hasta un tonto sabía que era imposible.
—Recuerda quien eres, Datsue.
«¿Quién… soy?» Por primera vez en aquella conversación, sintió una punzada en el pecho. Él era Uchiha Datsue, un Hermano del Desierto. El mismo que había detenido una bijūdama con una simple mirada. El mismo que había matado a un Kage cuyo sombrero no merecía. Se había ganado el favor de los mismísimos dioses. Susano’o comía de su mano, y sabía que pronto, la mismísima Izanami lo haría también. Oh, sí, pronto sería capaz de revertir la mismísima muerte.
Nabi tenía razón. ¿Iba él a permitir que algo tan anecdótico como la orden de un Uzukage y toda la Villa de Amegakure dictase sus acciones? Negó con la cabeza. «¡No! ¡Claro que no!»
Entonces, cayó en la cuenta: «yo ya no soy un Hermano del Desierto». Le habían quitado a su Hermano, y sin su Hermano, él ya no era ninguna de esas cosas. Sin su Hermano, jamás habría llegado a despertar su Mangekyō Sharingan. La bijūdama hubiese arrasado con él. Susano’o se hubiese reído en su cara ante su llamada. Sin su Hermano no habría derrotado a Zoku. Sin su Hermano, ni tan siquiera hubiese pasado la prueba velada que le hicieron en el Chūnin. Él estaba a punto de rendirse y confesar a Zoku todo lo que él quería, y había sido por Akame, y solo por él, que en el último momento había aceptado sacrificarse.
Tal era la influencia que tenía en él.
Entonces, ¿quién era él sin su Hermano? Era Datsue el Intrépido. El chiquillo que se pasaba el día más preocupado por sacarse unas monedas que por la seguridad de su Villa. Era el mismo que había abandonado a sus padres en la Ribera del Norte cuando se topó con un problema que no supo afrontar. El mismo que se alistó en Uzu con la única razón de hacerse con una buena cartera de clientes. Era solo un desgraciado. Era solo…
Sacudió la cabeza. ¿Solo eso? ¿No había aprendido nada en todo aquel tiempo? ¿No se le había pegado nada? Se miró las palmas de las manos, y halló la marca que Akame le había dejado en el antebrazo hacía tanto tiempo. ¿Aquellas cicatrices no significaban nada? Por los dioses, estaba más confuso que un kusajin tras ganar un combate. Era un mar de dudas y de contradicciones internas. Ahora mismo, era una incógnita hasta para sí mismo. Era…
Era una jodida carta de un amejin. Igual te salía una misiva de paz como un tsunami.
—He estado desarrollando un jutsu para nosotros, Nabi. —Había muchas cosas que no tenía claras. Dudaba hasta de su propia persona. Pero si de algo estaba seguro, eso era de que Inuzuka Nabi era su amigo—. Se llama la Hermandad Intrépida —hizo un amago de sonrisa, mientras levantaba la cabeza y le miraba a los ojos—. Es un fūinjutsu. Verás, lo colocas en cualquier parte de tu cuerpo, y adquiere esta forma —se acercó a él y le mostró la muñeca izquierda, adornada por el kanji 糸 y el número siete, en pequeño, a su derecha, a modo de subíndice—. Entonces, todos los que compartan la Hermandad Intrépida y el mismo número, podrán hablar entre ellos. No importa la distancia, no importa la situación. Solo necesitas un pequeñito gasto de chakra, y se activa como si fuese un comunicador.
»¿Qué te parece? Creo que con toda la que está cayendo, podría venirnos bien estar… en permanente contacto.
¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado