28/12/2018, 22:49
Indescriptible fue, para su pesar, ver la sonrisa de Yuunisho. Los dientes amarillos y ensombrecidos por las caricias del tabaco. Datsue sólo pudo imaginar que Akame, también un ávido fumador, quedase con los dientes así cuando echara raíces. Si ya con la nariz torcida de su Hermano era suficiente castigo...
El herrero volteó a ver a sus compañeros.
—¿Lo veis? os lo dije. Un ninja añora más el sonido que provocan las armas al abandonar sus fundas, pues lo que realmente ama es el efecto que causará con ellas. No. Tú no hubieras podido ser un Herrero. Nunca.
Soroku se levantó del asiento, imponente. Se le veía una leve sonrisilla en la comisura del labio. Las interacciones de sus colegas siempre le causaban gracia. De todos modos, él no le había dado su marca a ningún pelele. Conocía bien a Datsue. A sus proezas. A sus personajes. El tipo era capaz de muchas cosas, y para aquel trabajo, también.
Colocó su mano derecha sobre el hombro del Intrépido.
—Datsue puede ser lo que él quiera. Por eso tiene mi marca. Y por eso le he pedido venir, para encomendarle esta gran tarea.
—¿Realmente lo harás? eh, que supongamos que te sale bien la jugada y salvas a tu maestra, pero en cuanto se entere, te va a querer matar.
—Mejor muerto yo que ella. Mejor muerto yo que la mujer que me enseñó todo.
El herrero volteó a ver a sus compañeros.
—¿Lo veis? os lo dije. Un ninja añora más el sonido que provocan las armas al abandonar sus fundas, pues lo que realmente ama es el efecto que causará con ellas. No. Tú no hubieras podido ser un Herrero. Nunca.
Soroku se levantó del asiento, imponente. Se le veía una leve sonrisilla en la comisura del labio. Las interacciones de sus colegas siempre le causaban gracia. De todos modos, él no le había dado su marca a ningún pelele. Conocía bien a Datsue. A sus proezas. A sus personajes. El tipo era capaz de muchas cosas, y para aquel trabajo, también.
Colocó su mano derecha sobre el hombro del Intrépido.
—Datsue puede ser lo que él quiera. Por eso tiene mi marca. Y por eso le he pedido venir, para encomendarle esta gran tarea.
—¿Realmente lo harás? eh, que supongamos que te sale bien la jugada y salvas a tu maestra, pero en cuanto se entere, te va a querer matar.
—Mejor muerto yo que ella. Mejor muerto yo que la mujer que me enseñó todo.