29/12/2018, 21:05
¿Un favor personal?
Datsue sintió entonces todo el peso. No de la ley, sino del escrutinio de cuatro hombres —incluyendo a su inestimable Soroku—. que no habían necesitado decir nada, de nuevo, para que él entendiera lo que sus ojos expresaban. Era una frase, sencilla, aunque tajante. "No tientes a la suerte más de lo debido".
Pero lo que vino después desde luego que no fue lo esperado. Los Herreros conocían de boca de Shinjaka lo ególatra e interesado que podía llegar a ser Datsue en algunas ocasiones. Siempre poniendo por delante su beneficio propio, entre otros aspectos, aunque con la mira en el gran objetivo mayor. Así lo fue en Tanzaku Gai cuando le abandonó a su suerte. ¿De qué le servía volver entonces, teniendo presumiblemente un maletín repleto de fajos y fajos de billete. Arriesgar aquello no era sensato ni para el más desinteresado, habría alegado Soroku.
Pero aunque ésta vez pidió algo, no fue para sí. O no al menos directamente. Se oyeron un par de risillas curiosas al unísono en la habitación.
Soroku observó al único Herrero que no había intervenido. Su bigote se movió al compás de sus labios, resecos, que habían permanecido sellados todo el tiempo.
—¿Sabes lo jodido que es vivir con un sólo riñón? —dijo—. yo podría ayudarte con eso. Vuelve con la certeza de que Lady Tākoizu podrá morir de vieja en su hoguera, y dalo por hecho.
Datsue sintió entonces todo el peso. No de la ley, sino del escrutinio de cuatro hombres —incluyendo a su inestimable Soroku—. que no habían necesitado decir nada, de nuevo, para que él entendiera lo que sus ojos expresaban. Era una frase, sencilla, aunque tajante. "No tientes a la suerte más de lo debido".
Pero lo que vino después desde luego que no fue lo esperado. Los Herreros conocían de boca de Shinjaka lo ególatra e interesado que podía llegar a ser Datsue en algunas ocasiones. Siempre poniendo por delante su beneficio propio, entre otros aspectos, aunque con la mira en el gran objetivo mayor. Así lo fue en Tanzaku Gai cuando le abandonó a su suerte. ¿De qué le servía volver entonces, teniendo presumiblemente un maletín repleto de fajos y fajos de billete. Arriesgar aquello no era sensato ni para el más desinteresado, habría alegado Soroku.
Pero aunque ésta vez pidió algo, no fue para sí. O no al menos directamente. Se oyeron un par de risillas curiosas al unísono en la habitación.
Soroku observó al único Herrero que no había intervenido. Su bigote se movió al compás de sus labios, resecos, que habían permanecido sellados todo el tiempo.
—¿Sabes lo jodido que es vivir con un sólo riñón? —dijo—. yo podría ayudarte con eso. Vuelve con la certeza de que Lady Tākoizu podrá morir de vieja en su hoguera, y dalo por hecho.