6/01/2019, 16:11
La mañana resplandecía con la calidez del sol primaveral, y Kazuma la estaba disfrutando mientras trabajaba en su huerto. El espectáculo del amanecer y la frescura de la mañana bien valían la pena de levantarse antes que el sol.
—¡Buenos días, Kazuma-san! —grito el cartero, que se acercaba sonando la campana de su bicicleta—. ¿Qué estas cultivando esta vez?
Aquella era una pregunta frecuente en sus encuentros, pues el cartero era curioso y el peliblanco siempre estaba haciendo pruebas de siembra y cultivando vegetales y frutas extrañas. Kazuma, con buena disposición, siempre le contaba sobre sus nuevas tentativas:
—En esta ocasión estoy intentando cultivar sandias —aseguro, mientras paseaba con mano firme una pequeña regadera—. Dicen que no hay nada mejor que unas jugosas sandias en verano; y si las cuido desde ahora, creo que estarán listas para entonces.
—Genial, pasare a buscar un trozo para entonces.
—Entonces te guardare uno —prometió—. Dime, Yukito-san, ¿traes algo para mí?
—Lo cierto es que si, aunque no son las cartas perfumadas de la última vez —le conto, mientras entregaba un pergamino sellado.
—Interesante.
El cartero se despidió para continuar con su recorrido, y Kazuma entro a la casa para ver de qué se trataba aquel asunto. En un principio pensó que podía tratarse de una llamada de Juro-sensei, pero algo muy distinto le esperaba al abrir el pergamino:
Observo la hora en el reloj de la pared y supo que llegaría con un poco de atraso, pero la calma domino sus movimientos. Juro ya le había advertido que en ocasiones el deber puede llamar de forma intempestiva y urgente, pero que debía estar preparado en la medida de lo posible. Fue por ello que tomo una mochila con todo lo necesario para un pequeño viaje y se vistió de forma apresurada con las ropas que había preparado para el verano: un jimbei de color azul oscuro y con algunas sinuosas líneas de blanco, de pantalón largo y de camisa sin mangas.
No fue mucho lo que tardó en llegar a la entrada de la aldea, pero allí ya había gente esperando. Con todo el aplomo de que fue capaz, se acercó hasta una distancia prudente y les hablo:
—Hanamura Kazuma, presentándome al servicio —saludo, de una forma marcial un tanto anticuada y con una postura rigida.
—¡Buenos días, Kazuma-san! —grito el cartero, que se acercaba sonando la campana de su bicicleta—. ¿Qué estas cultivando esta vez?
Aquella era una pregunta frecuente en sus encuentros, pues el cartero era curioso y el peliblanco siempre estaba haciendo pruebas de siembra y cultivando vegetales y frutas extrañas. Kazuma, con buena disposición, siempre le contaba sobre sus nuevas tentativas:
—En esta ocasión estoy intentando cultivar sandias —aseguro, mientras paseaba con mano firme una pequeña regadera—. Dicen que no hay nada mejor que unas jugosas sandias en verano; y si las cuido desde ahora, creo que estarán listas para entonces.
—Genial, pasare a buscar un trozo para entonces.
—Entonces te guardare uno —prometió—. Dime, Yukito-san, ¿traes algo para mí?
—Lo cierto es que si, aunque no son las cartas perfumadas de la última vez —le conto, mientras entregaba un pergamino sellado.
—Interesante.
El cartero se despidió para continuar con su recorrido, y Kazuma entro a la casa para ver de qué se trataba aquel asunto. En un principio pensó que podía tratarse de una llamada de Juro-sensei, pero algo muy distinto le esperaba al abrir el pergamino:
Pergamino escribió:Estimado Hanamura Kazuma
Se solicita su presencia hoy, Primer Mizuyōbi de Bienvenida de 219, en la puerta Sur número Tres, a las 0700 horas. Se le entregará una Misión Rango D con el fin de reforzar su entrenamiento ninja y activarlo en este inicio de año.
Responderá ante la kunoichi de nivel jōnin Sagisō Komachi, quien además le proporcionará la misión.
Cordiales saludos.
Kamisho Yuna
Encargada de la Oficina de Sandaime Morikage
Observo la hora en el reloj de la pared y supo que llegaría con un poco de atraso, pero la calma domino sus movimientos. Juro ya le había advertido que en ocasiones el deber puede llamar de forma intempestiva y urgente, pero que debía estar preparado en la medida de lo posible. Fue por ello que tomo una mochila con todo lo necesario para un pequeño viaje y se vistió de forma apresurada con las ropas que había preparado para el verano: un jimbei de color azul oscuro y con algunas sinuosas líneas de blanco, de pantalón largo y de camisa sin mangas.
No fue mucho lo que tardó en llegar a la entrada de la aldea, pero allí ya había gente esperando. Con todo el aplomo de que fue capaz, se acercó hasta una distancia prudente y les hablo:
—Hanamura Kazuma, presentándome al servicio —saludo, de una forma marcial un tanto anticuada y con una postura rigida.