8/01/2019, 02:51
Datsue pareció entonces poseído por el espíritu de algún ancestro errante, pues atizó al metal sin contemplación. Con cada golpeo, una gota de sudor le recorría la frente, hasta que sintió una marea cayéndole desde la línea del cabello, en cascada, hasta aterrizar en la tierra. La adrenalina mezclada con aquella furia contenida dominó su martilleo y dejó ahí en donde antes hubo un hierro grueso y poco uniforme, a una tira plana que fácilmente podría ser usada para el proceso de acabado.
Soroku miró el hierro durante un par de segundos, analítico. Finalmente asintió.
Luego le vio las manos a Datsue.
Una —la que sostenía el martillo pilón—. le sangraba. La piel se le había escamado, y le habían nacido unas cinco ampollas en cuestión de segundos. También sudaba como un puerco.
—Buen trabajo. Métela al agua.
Soroku miró el hierro durante un par de segundos, analítico. Finalmente asintió.
Luego le vio las manos a Datsue.
Una —la que sostenía el martillo pilón—. le sangraba. La piel se le había escamado, y le habían nacido unas cinco ampollas en cuestión de segundos. También sudaba como un puerco.
—Buen trabajo. Métela al agua.