12/01/2019, 03:33
Oh, claro que era un honor. Después de todo, ¿cuántos aspirantes tenían la dicha de conocer la morada de algún Señor del Hierro, fuera ahí, en el país de la Tierra o en algún otro territorio vecino?
Pocos, por no decir ninguno.
Furune sonrió con cordialidad y se dio vuelta, pidiéndoles que le siguieran con la mano.
La Estatua de Yonkai se despidió de Datsue, permitiéndole a él y a su maestro adentrarse en los aposentos de aquel enorme monasterio. El interior de la casona estaba compuesta de dos grandes pisos superpuestos uno de otro con séis pilares paralelos que hacían la de soporte de toda la estructura. La planta baja era amplia, gozaba de al menos tres pasillos contiguos que se desperdigaban hacia distintas direcciones, aunque su epicentro estaba decorado como lo suele estar una sala de estar. Cuatro sillones de tela marrón caoba rodeaban una amplia mesa de té, y a su alrededor un buen número de mesitas cargaban el peso de la historia con porta retratos, candelabros y artilugios de esa índole.
Una escalera contigua permitía el acceso hasta el piso superior, donde previsiblemente estaban las habitaciones, y algún palco que probablemente tuviera acceso hasta el lado externo de la montaña sobre la que yacían erguidos.
Furune señaló los asientos y les ofreció algo de té. Sirvió cuatro tazas, cogió una para sí y bebió un sorbo. Cruzó las piernas elegantemente y miró al muchacho con una sonrisa divertida.
—Y bien, Gūzen-san, Soroku fue bastante enfático en tus deseos de convertirte en un gran Herrero como él algún día. ¿También te contó lo difícil que fue para él su etapa de adoctrinamiento? ¿no te habrás guardado ese lado de la historia, o sí, Soroku-san?
El Herrero no habló, sólo sonrió con media comisura. Era el momento de que Datsue tomara la batuta.
Pocos, por no decir ninguno.
Furune sonrió con cordialidad y se dio vuelta, pidiéndoles que le siguieran con la mano.
La Estatua de Yonkai se despidió de Datsue, permitiéndole a él y a su maestro adentrarse en los aposentos de aquel enorme monasterio. El interior de la casona estaba compuesta de dos grandes pisos superpuestos uno de otro con séis pilares paralelos que hacían la de soporte de toda la estructura. La planta baja era amplia, gozaba de al menos tres pasillos contiguos que se desperdigaban hacia distintas direcciones, aunque su epicentro estaba decorado como lo suele estar una sala de estar. Cuatro sillones de tela marrón caoba rodeaban una amplia mesa de té, y a su alrededor un buen número de mesitas cargaban el peso de la historia con porta retratos, candelabros y artilugios de esa índole.
Una escalera contigua permitía el acceso hasta el piso superior, donde previsiblemente estaban las habitaciones, y algún palco que probablemente tuviera acceso hasta el lado externo de la montaña sobre la que yacían erguidos.
Furune señaló los asientos y les ofreció algo de té. Sirvió cuatro tazas, cogió una para sí y bebió un sorbo. Cruzó las piernas elegantemente y miró al muchacho con una sonrisa divertida.
—Y bien, Gūzen-san, Soroku fue bastante enfático en tus deseos de convertirte en un gran Herrero como él algún día. ¿También te contó lo difícil que fue para él su etapa de adoctrinamiento? ¿no te habrás guardado ese lado de la historia, o sí, Soroku-san?
El Herrero no habló, sólo sonrió con media comisura. Era el momento de que Datsue tomara la batuta.