14/01/2019, 18:22
Datsue no habló, no obstante. Sino que pensó. Pensó en la voz, en aquel tono que alguna vez fue melodía para sus oídos. No le trajo ningún rostro a recuerdo. Era como escuchar una sinfonía olvidada, ajena a sus tiempos; de la que conocías sus notas y partituras de memoria, aunque tus dedos fallaran con cada intento de encontrar acomodo sobre las teclas del piano.
«Me estoy ahogando. Ayúdame» —dijo la voz. De pronto, lo supo muy bien. Supo quién le estaba hablando. Supo por fin la forma que tenía el agua.
Un lago, frío y oscuro. La lluvia, eterna e incesante. Sus lamentos, tan muertos como vivos, pero siempre eternos. Era ella. Su gran amor.
El agua se movió frente a él y el cuerpo menudo de una sirena, de aspecto frágil y cautivador le acechó.
«Me estoy ahogando. Ayúdame» —dijo la voz. De pronto, lo supo muy bien. Supo quién le estaba hablando. Supo por fin la forma que tenía el agua.
Un lago, frío y oscuro. La lluvia, eterna e incesante. Sus lamentos, tan muertos como vivos, pero siempre eternos. Era ella. Su gran amor.
El agua se movió frente a él y el cuerpo menudo de una sirena, de aspecto frágil y cautivador le acechó.
«Sácame de aquí. Llévame contigo y por lo que más quieras, no me dejes olvidar»