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Otoño-Invierno de 221

Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
Soroku sonrió a su guiño y aguardó, con los brazos tras su espalda, para contemplar el ascenso —metafórico y literal—. de Uchiha Datsue. O de Gūzen. Una lástima que él nunca se hubiera preguntado qué significaba aquel nombre, y por qué Soroku lo había elegido. Será un misterio que, quizás, revelaremos más adelante.

La cima de la montaña del peregrino. Un enorme pedazo de tierra que se abría paso entre dos placas de roca maciza, tallada por el hombre; introduciéndose al corazón de la misma. Las paredes estaban reforzadas con grandes perfiles de hierro adheridos al suelo y que hacían la de torque para evitar que la inclemente fuerza de la naturaleza obligara a los muros a cerrarse nuevamente.

Tras un par de segundos claustrofóbicos, Datsue encontró finalmente lo que estaba buscando. La forja del Toro.

Era una habitación oval, rústica, aunque majestuosa. La forja había adquirido aquel nombre no sólo porque aquel animal fuera el símbolo de la familia Tākoizu, sino también porque la chimenea había sido construida en el interior de la silueta de un toro diseñada enteramente de metal, cuya boca, ojos y fosas nasales yacían prendidos en fuego. Dos largos cachos se vislumbraban en cada costado de su cabeza, y de sus puntas emergía el humo generado por las llamas.

Era el triple de grande que la forja de Soroku. El quíntuple de equipada. Un enorme mural daba vuelta a toda la sala, y de ellas colgaban cientos de armas de diferentes formas y tamaños. Hachas, mazos, lanzas. Escudos, y armaduras.

Nahana lucía imponente al frente de aquella forja. Porque era suya, y de nadie más.
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Mensajes en este tema
RE: (B) La penumbra de Lady Tākoizu - por Umikiba Kaido - 20/01/2019, 06:41


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