26/01/2019, 22:42
Hierro. Cuando echó el ojo a uno de los costados del Horno-Toro, encontró un depósito de lo que llamaban en el oficio materiales en crudo. Rocas sin procesar, pedazos hierro macizo, varillas y planchas del mismo material. También un banco de acero, ya trabajado, listo para su fundición y/o moldeado, y que venía en distintas formas geométricas que se adaptaban a las intenciones del herrero según el perfil del arma que se quisiera construir. Yunque. Habían cuatro, y pesaban media tonelada cada uno, al menos. La superficie de todos estaba negruzca y quemada. Datsue no pudo evitar preguntarse cuántas armas podrían haberse fabricado sobre ellos. Martillo. Pinzas. Mazas. Tijeras. Piedra de afilar, y un banco amolador. Encontró todas y cada una de las herramientas necesarias para la fabricación, y más, todas colgadas en un estante. La que más le llamó la atención, sin embargo, fueron una serie de plantillas de cobre de al menos diez centímetros de espesor y un metro de ancho por largo que, curiosamente, tenían grabadas en profundidad las formas de las armas más comunes. Eran sendos moldes para arrojar, probablemente, el acero fundido. Una técnica que pocos dominaban y que aún no era vanguardia en todo Oonindo.
Madera. A un costado de la forja candente, otro depósito aislado con paja para ahuyentar la humedad. En su interior, cientos de cortes y cortes de madera en distintas formas y grosores. También distintos materiales porque parecían haber sido talados de distintos árboles. Unas más oscuras que otras. Una más endeble que la anterior.
Madera. A un costado de la forja candente, otro depósito aislado con paja para ahuyentar la humedad. En su interior, cientos de cortes y cortes de madera en distintas formas y grosores. También distintos materiales porque parecían haber sido talados de distintos árboles. Unas más oscuras que otras. Una más endeble que la anterior.