27/01/2019, 21:34
Qué importante era el sentido común en un ninja. Qué vital era saber cuándo sopesar sus debilidades y con qué. Con la cabeza, por supuesto.
Pero no en el sentido literal. Porque estoy seguro de que algún lector habría tomado éste consejo y hubiese martillado el acero con la frente. No. Nos referimos a la inteligencia. Siempre salía algo bueno cuando se ponía a carburar todas las conexiones electroencefálicas del puto cerebro.
¡Bam — bam — bam!
El acero lloró, prácticamente, ante la paliza que le estaban dando. Y lo que fue en un principio una golpiza desmedida, pronto se fue convirtiendo en una selección metódica en el que la maza golpeaba puntos estratégicos. Arriba, abajo, a los costados del bloque de acero; afín de ir dándole forma y fondo. Era como dibujar con un cincel. Sólo que se tenía que tener brazos más fuertes, y un gran pulso.
A raíz de un tiempo, la cabeza del hacha cogió una silueta apropiada. No idéntica, como era de esperarse, pero colaba lo suficiente como para que Datsue se sintiera satisfecho. Sabía con certeza de que no iba a poder lograr nada mejor que eso con el tiempo que le quedaba. ¿Cuánto había pasado? ¿tres horas, quizás?
El clon que hacía vigilia no informó nada, aún. No había moros en la costa.
Datsue entonces ya no tendría que escatimar esfuerzos en el plan A, que acabó siendo un fallo rotundo. Mejor era trabajar con lo que resultó del trabajo conjunto de los otros dos clones.
Ahora quedaba darle profundidad al borde con una lima. Luego afilarlo. E idear una forma de sujetar la cabeza al todavía inexistente mango, porque se habían olvidado de abrir el agujero en el hombro y la culata del arma para encastrar la madera. Nada podía ser perfecto, de todas formas.
Pero no en el sentido literal. Porque estoy seguro de que algún lector habría tomado éste consejo y hubiese martillado el acero con la frente. No. Nos referimos a la inteligencia. Siempre salía algo bueno cuando se ponía a carburar todas las conexiones electroencefálicas del puto cerebro.
¡Bam — bam — bam!
El acero lloró, prácticamente, ante la paliza que le estaban dando. Y lo que fue en un principio una golpiza desmedida, pronto se fue convirtiendo en una selección metódica en el que la maza golpeaba puntos estratégicos. Arriba, abajo, a los costados del bloque de acero; afín de ir dándole forma y fondo. Era como dibujar con un cincel. Sólo que se tenía que tener brazos más fuertes, y un gran pulso.
A raíz de un tiempo, la cabeza del hacha cogió una silueta apropiada. No idéntica, como era de esperarse, pero colaba lo suficiente como para que Datsue se sintiera satisfecho. Sabía con certeza de que no iba a poder lograr nada mejor que eso con el tiempo que le quedaba. ¿Cuánto había pasado? ¿tres horas, quizás?
El clon que hacía vigilia no informó nada, aún. No había moros en la costa.
Datsue entonces ya no tendría que escatimar esfuerzos en el plan A, que acabó siendo un fallo rotundo. Mejor era trabajar con lo que resultó del trabajo conjunto de los otros dos clones.
Ahora quedaba darle profundidad al borde con una lima. Luego afilarlo. E idear una forma de sujetar la cabeza al todavía inexistente mango, porque se habían olvidado de abrir el agujero en el hombro y la culata del arma para encastrar la madera. Nada podía ser perfecto, de todas formas.