28/01/2019, 04:03
Oh, hacía mal, Datsue. Encomendarse a los Dioses. En plural. Eran tantos. ¿Por qué no rezarle a uno? ¿al más grande? ¿al más benevolente? quién sabe.
Tākoizu Nahana y Tākoizu Kitana ascendieron la cumbre y se adentraron en la forja del Toro. Kitana era una réplica de su madre, más joven, por supuesto. Aparentaba los veintitantos y tenía un aspecto firme y portentoso, aunque grácil y bello a la vez.
—Te ves exhausto —comentó Nahana—. ¿acabaste?
—Así parece.
Kitana se acercó a Datsue y le arrebató el arma de las manos. Comenzó a inspeccionarla. Los ojos moviéndose como minutas de reloj. De un lado a otro. Cada detalle. Cada poro. Cada grieta.
Lástima que Datsue no tuviera el sharingan, porque así podría haber visto mejor el rápido y fugaz movimiento que realizó Kitana, en un giro virtuoso en su propio eje; que concluyó con el arqueo de su brazo. El hacha construida por Datsue salió volando con la destreza digna de un guerrero y dio giros y giros hasta clavarse en un pedazo de madera, allá, a la distancia.
Kitana permaneció observando el arma. Tic, tac, tic tac. Ploc. Ésta permaneció clavada, por suerte.
—¿Qué piensas, hija?
—Nada extraordinario, me temo. Aunque un hacha, al fin y al cabo. Tú —miró a Guzen—. guíame a través del proceso con el cuál la construiste. Cuando acabes, tendrás que decirme en dónde cometiste el error más notable. Y por último, lo que harías diferente, de tener otra oportunidad para replicar el arma de mi madre.
Tākoizu Nahana y Tākoizu Kitana ascendieron la cumbre y se adentraron en la forja del Toro. Kitana era una réplica de su madre, más joven, por supuesto. Aparentaba los veintitantos y tenía un aspecto firme y portentoso, aunque grácil y bello a la vez.
—Te ves exhausto —comentó Nahana—. ¿acabaste?
—Así parece.
Kitana se acercó a Datsue y le arrebató el arma de las manos. Comenzó a inspeccionarla. Los ojos moviéndose como minutas de reloj. De un lado a otro. Cada detalle. Cada poro. Cada grieta.
Lástima que Datsue no tuviera el sharingan, porque así podría haber visto mejor el rápido y fugaz movimiento que realizó Kitana, en un giro virtuoso en su propio eje; que concluyó con el arqueo de su brazo. El hacha construida por Datsue salió volando con la destreza digna de un guerrero y dio giros y giros hasta clavarse en un pedazo de madera, allá, a la distancia.
Kitana permaneció observando el arma. Tic, tac, tic tac. Ploc. Ésta permaneció clavada, por suerte.
—¿Qué piensas, hija?
—Nada extraordinario, me temo. Aunque un hacha, al fin y al cabo. Tú —miró a Guzen—. guíame a través del proceso con el cuál la construiste. Cuando acabes, tendrás que decirme en dónde cometiste el error más notable. Y por último, lo que harías diferente, de tener otra oportunidad para replicar el arma de mi madre.