31/01/2019, 22:49
Hanabi entró en el recibidor, y nada más poner un pie dentro y echar una ojeada supo, más o menos, en qué estado se encontraría el resto de la casa. El hogar de Datsue parecía una tienda de curiosidades de uno de esos cantamañanas de Tanzaku Gai: ropa, cachibaches y utensilios de todo tipo tirados por ahí de cualquier manera.
—Ehm… Disculpe el desorden. Normalmente suele estar más… ehm… presentable.
—No lo... no lo dudo, Datsue-kun —contestó Hanabi, mientras apartaba con el pie una zapatilla de estar por casa, que había perdido a su pareja en algún momento de su complicada vida con el Uchiha.
Datsue le guió a través del pasillo, hasta un salón comedor que hacía las veces de cocina. A la izquierda había el equivalente de un banquete para diez de vajilla sin fregar —sin duda, sostuvo Hanabi, más bien el muchacho llevaba diez días acumulando platos él solo—, y a la derecha una mesa; lo más destacable era que estaba algo ordenada.
El resto del salón no es que fuese a mejorar la imagen que Hanabi se estaba creando de las costumbres organizativas de Uchiha Datsue, quien por cierto le ofreció una silla. Hanabi la tomó encantado y se sentó, echando un vistazo más, y preguntándose...
—Por las tetas de Amaterasu, chico —dijo—. Me pregunto cómo habría reaccionado Shiona-sama a esto si estuviera viva para contarlo. Probablemente le habría dado un ictus, o algo.
»¿Eh? ¡Ah, sí, sí! ¿Un té rojo, quizás? —Hanabi sonrió, sincero. No quería ofenderle, por supuesto. Pero es que...
—Ehm… Disculpe el desorden. Normalmente suele estar más… ehm… presentable.
—No lo... no lo dudo, Datsue-kun —contestó Hanabi, mientras apartaba con el pie una zapatilla de estar por casa, que había perdido a su pareja en algún momento de su complicada vida con el Uchiha.
Datsue le guió a través del pasillo, hasta un salón comedor que hacía las veces de cocina. A la izquierda había el equivalente de un banquete para diez de vajilla sin fregar —sin duda, sostuvo Hanabi, más bien el muchacho llevaba diez días acumulando platos él solo—, y a la derecha una mesa; lo más destacable era que estaba algo ordenada.
El resto del salón no es que fuese a mejorar la imagen que Hanabi se estaba creando de las costumbres organizativas de Uchiha Datsue, quien por cierto le ofreció una silla. Hanabi la tomó encantado y se sentó, echando un vistazo más, y preguntándose...
—Por las tetas de Amaterasu, chico —dijo—. Me pregunto cómo habría reaccionado Shiona-sama a esto si estuviera viva para contarlo. Probablemente le habría dado un ictus, o algo.
»¿Eh? ¡Ah, sí, sí! ¿Un té rojo, quizás? —Hanabi sonrió, sincero. No quería ofenderle, por supuesto. Pero es que...