2/02/2019, 19:30
Y los días, sin embargo, se convirtieron en tres semanas de sufrimiento y trabajo arduo. Sudando y aprendiendo. Se sintió como en los tiempos de academia ninja, aunque indudablemente peor, dado el esfuerzo físico y mental al que se vio sometido Datsue durante los casi veintiún días en los que no conoció otra cosa que su cama, la ducha y la forja, en ese orden estricto. Apenas tenía tiempo para comer. El descanso no era una opción. Soroku se había marchado la tarde de la primera prueba, despidiéndose de Datsue y dejando en sus manos la resolución de la amenaza que se ceñía sobre su maestra.
Datsue aprendió mucho del oficio durante ese tiempo. Demasiado, en realidad. Estaba tan metido en su papel que su proceso cognitivo se dedicó enteramente a convertirse en un herrero al menos decente. Eso no quiere decir, desde luego, que no estuviera atento a las señales, ni de si alguno de los sospechosos se delataba en el proceso. Lamentablemente, nada sucedió. No hubo vestigios de ningún ataque ni de ninguna traición. Por lo que él sabía, Nahana estaba a salvo, Kitana iba y venía de viajes esporádicos, el maestresala se dedicaba enteramente a las labores de su cargo y Urami seguía tan caprichosa con su huida como siempre, sin poder cumplir su sueño de escaparse de aquel encierro tortuoso en lo más alto de la Montaña del Hierro.
Un día, el veintidosavo, la rutina cambió. Estaban todos almorzando, incluso Kitana, y estaban hablando de temas poco habituales para la mesa.
—¿Y cómo te fue con Shoberu, Kitana?
—Digamos que está abierto a negociar, pero va a querer sacar el mayor provecho posible del trato.
—Puede darse el lujo. Posee una de las parcelas más ricas en minerales en el lado de las Montañas.
—Sigo convencido, mis señoras, que deberíamos continuar con nuestro proveedor habitual. Sé que son rutas más largas y conlleva un mayor esfuerzo encarar las logísticas, pero...
—Pero nada, Furune. Debemos crecer como entidad. Más aún, con el último encargo que sabes muy bien ha llegado a nuestras manos. ¿Cómo no tomarlo, eh? ¿cómo no ayudar a la verdadera herede..
—¡Madre!
Todos miraron a Urami y a Guzen.
—¿cómo va ese entrenamiento, Guzen-kun? —soltó, cortando la tensión con un cuchillo.
Datsue aprendió mucho del oficio durante ese tiempo. Demasiado, en realidad. Estaba tan metido en su papel que su proceso cognitivo se dedicó enteramente a convertirse en un herrero al menos decente. Eso no quiere decir, desde luego, que no estuviera atento a las señales, ni de si alguno de los sospechosos se delataba en el proceso. Lamentablemente, nada sucedió. No hubo vestigios de ningún ataque ni de ninguna traición. Por lo que él sabía, Nahana estaba a salvo, Kitana iba y venía de viajes esporádicos, el maestresala se dedicaba enteramente a las labores de su cargo y Urami seguía tan caprichosa con su huida como siempre, sin poder cumplir su sueño de escaparse de aquel encierro tortuoso en lo más alto de la Montaña del Hierro.
Un día, el veintidosavo, la rutina cambió. Estaban todos almorzando, incluso Kitana, y estaban hablando de temas poco habituales para la mesa.
—¿Y cómo te fue con Shoberu, Kitana?
—Digamos que está abierto a negociar, pero va a querer sacar el mayor provecho posible del trato.
—Puede darse el lujo. Posee una de las parcelas más ricas en minerales en el lado de las Montañas.
—Sigo convencido, mis señoras, que deberíamos continuar con nuestro proveedor habitual. Sé que son rutas más largas y conlleva un mayor esfuerzo encarar las logísticas, pero...
—Pero nada, Furune. Debemos crecer como entidad. Más aún, con el último encargo que sabes muy bien ha llegado a nuestras manos. ¿Cómo no tomarlo, eh? ¿cómo no ayudar a la verdadera herede..
—¡Madre!
Todos miraron a Urami y a Guzen.
—¿cómo va ese entrenamiento, Guzen-kun? —soltó, cortando la tensión con un cuchillo.