5/02/2019, 00:14
Lo que vino luego fue una fiesta de negociación. El gordo comió junto con el resto, y ya para la mitad de la velada, con algún trago encima, empezaron a conversar las cláusulas del trato. Shoberu se dejó querer, y qué coño, Kitana también. Urami y Gūzen eran simplemente dos espectadores de un tira y afloja digno del programa televisivo en el que tratas de vender tu idea a cinco magnates. Tanque de Tiburones. En algún momento entraron en una constante que no parecía llegar a nada. Kitana no estaba de acuerdo con los plazos de pago que no se adaptaban a la equidad del acuerdo. Además, Shoberu quería hacer entre inmediata de todo el cargamento y recibir el cien por ciento de su valor, cuando los planes de las Tākoizu era recibir y pagar a plazos.
Pero ambos fueron cediendo de a poco. Haciendo concesiones equitativas, a cada cuál, necesarias para un cierre efectivo.
Daban casi las doce cuando finalmente se dieron el último estrechón de manos. Urami se había ido a dormir temprano, así que sólo quedaban ellos tres.
—Joder, pues qué placer, Kitana-shaan. Brindemos. ¡Salud!
Pero ambos fueron cediendo de a poco. Haciendo concesiones equitativas, a cada cuál, necesarias para un cierre efectivo.
Daban casi las doce cuando finalmente se dieron el último estrechón de manos. Urami se había ido a dormir temprano, así que sólo quedaban ellos tres.
—Joder, pues qué placer, Kitana-shaan. Brindemos. ¡Salud!