9/02/2019, 22:17
Urami, quien parecía una tortuga dada de vuelta, fue liberada por Datsue. Se puso de pie, entre lágrimas y no pudo evitar quedar perpleja ante el cadáver del viejo Furune. Lo consideraba como el padre que nunca tuvo presente. Ya que el suyo pues se había ido a por tabaco hacía muchos años. Y es que hablando de eso... ¿quién era el padre de esas dos tías? ¿Se lo habría preguntado Datsue antes? ¿de si ese hombre era, quizás, una pieza fundamental en los tantos agujeros de esta historia?
Ya lo averiguaremos. Muy pronto.
Datsue y sus clones no tuvieron problemas en deshacerse de los civiles armados y de sellar a Shoberu. Urami tardó en recuperar la compostura pero finalmente atendió al llamado del ninja —aún no lo entendía de todo—. y salió, tal cuál lo pidió, cagando leches de ahí.
La alarma: seguía sonando. Los guardias, en camino, probablemente; desde la ciudad.
El bunshin avanzó cauteloso por encima de los galpones, hasta que ya no hubo más. Tuvo que bajar del último y se encontró con un largo mural que dividía aquella zona con el distrito de comercio. Tuvo que echar el ojo metódicamente a lo largo de la vereda para poder escabullirse sin ser visto por los guardias que, desde aquella posición, se antojaban al menos una veintena de ellos, todos con armadura y vistiendo el estandarte de la familia Kurawa. Todos se dirigían hacia los galpones.
Para su sorpresa, los linderos del hotel parecían desolados. No tuvo problema en llegar hasta la habitación, aunque se había olvidado de pedir la llave que le había dejado Kitana a el Datsue original.
Ya lo averiguaremos. Muy pronto.
Datsue y sus clones no tuvieron problemas en deshacerse de los civiles armados y de sellar a Shoberu. Urami tardó en recuperar la compostura pero finalmente atendió al llamado del ninja —aún no lo entendía de todo—. y salió, tal cuál lo pidió, cagando leches de ahí.
La alarma: seguía sonando. Los guardias, en camino, probablemente; desde la ciudad.
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El bunshin avanzó cauteloso por encima de los galpones, hasta que ya no hubo más. Tuvo que bajar del último y se encontró con un largo mural que dividía aquella zona con el distrito de comercio. Tuvo que echar el ojo metódicamente a lo largo de la vereda para poder escabullirse sin ser visto por los guardias que, desde aquella posición, se antojaban al menos una veintena de ellos, todos con armadura y vistiendo el estandarte de la familia Kurawa. Todos se dirigían hacia los galpones.
Para su sorpresa, los linderos del hotel parecían desolados. No tuvo problema en llegar hasta la habitación, aunque se había olvidado de pedir la llave que le había dejado Kitana a el Datsue original.