16/02/2019, 01:02
Tras estudiar detenidamente sus opciones, el Uchiha decidió ingresar a la torre a través de otra ventana, y no de la que provenían los gritos. Pero lo cierto es que desde esa cara de la torre, solo había tres de ellas. La del ático —que era un piso entero donde Nahana habitaba, sabía por Urami que ahí dentro tenía su oficina, su habitación, el baño e incluso una cámara de arsenal escondida tras un estante de biblioteca que abría al halar un libro en específico, el de La Historia de los Señores del Hierro. De ahí provenían las voces—. y dos inferiores que estaban demasiado cerca del guardia como para arriesgarse.
Así que su única opción fue... dar vuelta a todo el jodido Templo por su patio trasero. Uno que miraba día y noche al mismísimo abismo.
Datsue sabía que el Templo del Hierro quedaba en lo más alto de aquella montaña, pero nunca tuvo la sensación de estar tan alto como cuando empezó a rodear la torre y a ver lo que había —o mejor dicho, que no había— debajo. También le fue extremadamente difícil porque tenía que caminar horizontalmente ya que no había peldaño alguno por el cual pudiera maniobrar o caminar como la gente, y de vez en cuando que echaba un ojo hacia el vacío, el vértigo hacía de las suyas. Ver aquella negruzca caída acojonaba a cualquiera, y más aún, cuando el chakra de la planta de tus pies te había fallado a medias durante tu anterior escalada.
Le llevó bastante tiempo llegar hasta una ventana, al fin. Echó un vistazo al interior y estaba vacía. Era un cuartucho como el que le habían asignado a él pero mucho menos acomodado y más polvoriento.
Ellas se vieron y las lágrimas empezaron a correr en súbito. Se sumieron en un profundo y sentido abrazo y se dijeron la una a la otra lo alegre que estaban de que estuvieran bien.
Urami y Kitana, acompañada de Datsue el bunshin finalmente se encontraron, a unos cuántos kilómetros del Templo.
Así que su única opción fue... dar vuelta a todo el jodido Templo por su patio trasero. Uno que miraba día y noche al mismísimo abismo.
Datsue sabía que el Templo del Hierro quedaba en lo más alto de aquella montaña, pero nunca tuvo la sensación de estar tan alto como cuando empezó a rodear la torre y a ver lo que había —o mejor dicho, que no había— debajo. También le fue extremadamente difícil porque tenía que caminar horizontalmente ya que no había peldaño alguno por el cual pudiera maniobrar o caminar como la gente, y de vez en cuando que echaba un ojo hacia el vacío, el vértigo hacía de las suyas. Ver aquella negruzca caída acojonaba a cualquiera, y más aún, cuando el chakra de la planta de tus pies te había fallado a medias durante tu anterior escalada.
Le llevó bastante tiempo llegar hasta una ventana, al fin. Echó un vistazo al interior y estaba vacía. Era un cuartucho como el que le habían asignado a él pero mucho menos acomodado y más polvoriento.
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Ellas se vieron y las lágrimas empezaron a correr en súbito. Se sumieron en un profundo y sentido abrazo y se dijeron la una a la otra lo alegre que estaban de que estuvieran bien.
Urami y Kitana, acompañada de Datsue el bunshin finalmente se encontraron, a unos cuántos kilómetros del Templo.