16/02/2019, 16:35
Lo que presenció Hanabi a continuación fue algo que un kage jamás esperaría presenciar en su vida. Datsue volvió de inmediato al comportamiento excéntrico que había adquirido en cuanto le había dicho que Aiko seguía viva, montando un circo de Kage Bunshins en su casa que era para verlo. Lo que ocurrió allí es que Datsue se puso a hablar consigo mismo, en voz alta. Un diálogo entre clones que, Hanabi se tuvo que recordar, en realidad era un monólogo, porque todos eran él mismo. Pero es que encima el tío dejó un clon para que charlara con él.
Hanabi, por supuesto, estaba muy atento a la conversación. Y se reía, vaya que si se reía.
Pero el clon que estaba a su lado carraspeó para llamar su atención.
—Bueno, ¿y qué tal todo, Hanabi-sama? He oído que últimamente está entrenando con Eri. Si en algún momento ella no puede por lo que sea, o quiere cambiar por un día de pareja de baile, sabe que aquí me tiene. Para un combate amistoso o lo que sea.
—Oh, sí, ando enseñándole algunas cosillas. Y Datsue —dijo, haciendo una enigmática pausa. Se crujió los nudillos, y... Oh, sí, OH SÍ.
El salón comenzó a temblar. Tazas de té que habían degustado temblaron en los platos y ya no es que Datsuse fuese a ladrar, es que los perros de medio vecindario habían comenzado a aullar. La sonrisa del Uzukage de pronto le pareció poco amable, más bien una mueca ansiosa.
—Oh, no sabéis lo feliz que hacéis a este Uzukage. Hace TANTO que no peleo en serio. Y tú eres mi ninja más fuerte. Estaré e n c a n t a d o.
Mierda. ¿Lo había vuelto a hacer? Lo había vuelto a hacer. Hanabi se relajó y volvió a encerrar a la bestia que era su chakra muy adentro. Se levantó y se dirigió al Datsue real, que acababa de llegar. Si los clones habían desaparecido por el chasquido de sus dedos o por lo abrumador que era el chakra de Hanabi, nadie lo sabría.
—Bueno, bueno, bueno... vamos para allá, ¿eh? —dijo, avergonzado, y le dio dos palmaditas en el hombro a Datsue antes de dirigirse a la puerta de la calle por sus propios pies—. Tráete al perrete, hombre. Pobrecillo, mira qué cara te pone.
Hanabi, por supuesto, estaba muy atento a la conversación. Y se reía, vaya que si se reía.
Pero el clon que estaba a su lado carraspeó para llamar su atención.
—Bueno, ¿y qué tal todo, Hanabi-sama? He oído que últimamente está entrenando con Eri. Si en algún momento ella no puede por lo que sea, o quiere cambiar por un día de pareja de baile, sabe que aquí me tiene. Para un combate amistoso o lo que sea.
—Oh, sí, ando enseñándole algunas cosillas. Y Datsue —dijo, haciendo una enigmática pausa. Se crujió los nudillos, y... Oh, sí, OH SÍ.
El salón comenzó a temblar. Tazas de té que habían degustado temblaron en los platos y ya no es que Datsuse fuese a ladrar, es que los perros de medio vecindario habían comenzado a aullar. La sonrisa del Uzukage de pronto le pareció poco amable, más bien una mueca ansiosa.
—Oh, no sabéis lo feliz que hacéis a este Uzukage. Hace TANTO que no peleo en serio. Y tú eres mi ninja más fuerte. Estaré e n c a n t a d o.
Mierda. ¿Lo había vuelto a hacer? Lo había vuelto a hacer. Hanabi se relajó y volvió a encerrar a la bestia que era su chakra muy adentro. Se levantó y se dirigió al Datsue real, que acababa de llegar. Si los clones habían desaparecido por el chasquido de sus dedos o por lo abrumador que era el chakra de Hanabi, nadie lo sabría.
—Bueno, bueno, bueno... vamos para allá, ¿eh? —dijo, avergonzado, y le dio dos palmaditas en el hombro a Datsue antes de dirigirse a la puerta de la calle por sus propios pies—. Tráete al perrete, hombre. Pobrecillo, mira qué cara te pone.