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Otoño-Invierno de 221

Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
#1
La titánica figura se recortaba contra la oscuridad en el horizonte. Podría haber pasado desapercibida, si no fuera porque las llamas que devoraban las ruinas revelaban sus rasgos. Podría haber pasado desapercibida si no fuera por aquellos estridentes bramidos que emitía cada vez que conseguía derribar una nueva estructura. Sin embargo, el monstruo era imposible de distinguir en aquella amalgama de colas, cuernos y patas...

Un nuevo rugido hizo vibrar todo su cuerpo. Se encontraba paralizada por el más absoluto terror, sintiendo cómo el suelo temblaba bajo sus pies al son de la furia del monstruo y luchando por respirar en una atmósfera cada vez más y más viciada. El humo inundaba sus pulmones, el fuego erizaba cada centímetro de su piel, cada alarido acuchillaba sin ningún tipo de piedad sus tímpanos y ella era incapaz de mover un sólo músculo.

¿Acaso estaba en el infierno?

La temperatura descendió repentinamente. El fuego seguía crepitando a su alrededor, pero la atmósfera se había tornado fría como una tarde de otoño. Una sombra blanca se deslizó ante sus ojos. Pero extraña aquella sensación de calma no duró más que unos instantes, antes de que desapareciera tan rápido como había aparecido.

El monstruo giró su cuerpo. Y antes de que pudiera llegar siquiera a ver su cabeza, la noche se hizo día con una deslumbrante blancura que abrasó todo su cuerpo...


...

Ayame despertó con un grito ahogado. Entre violentos temblores y con una fina capa de sudor frío recubriendo su cuerpo, tardó unos segundos en darse cuenta de que estaba jadeando como si hubiese corrido una maratón y que, del mismo susto, se había incorporado bruscamente en la cama hasta quedar sentada.

Otra vez... esa pesadilla...

Desde que había salido del hospital por su última neumonía, no había noche que no la acosara. Al principio no le había dado demasiada importancia. No era más que un sueño sin sentido. Pero conforme pasaban las semanas y veía que se repetía prácticamente casi todos los días, Ayame había comenzado a preocuparse. Sin embargo, no había hablado con nadie de ello. Si se lo contaba a su padre, simplemente la apartaría a un lado como una niña pequeña que sólo buscara llamar la atención. Otros la tomarían por loca... No, no podía contárselo a nadie. Por lo que sólo le quedaba esperar a que su subconsciente se ordenara y las pesadillas desaparecieran, tal y como habían aparecido.

Ayame soltó un último suspiro y alzó la mano hacia la mesita de noche para tomar a ciegas su bandana.

Sin embargo, sus dedos sólo arañaron la superficie de madera.

—¿Eh...? —balbuceó, en mitad de un amplio bostezo. Sin embargo, cuando giró la cabeza y vio que la placa de metal no estaba sobre la mesita de noche, su corazón se olvidó de latir durante un segundo—. ¿Dónde...?

Prácticamente saltó fuera de la cama cuando sobre la mesita de noche. Apartó varios muñequitos y cachivaches sin importancia que había ido acumulando a lo largo de la semana, removió la lamparita, rebuscó en el único cajón. Incluso miró debajo del mueble y se llevó un coscorrón cuando fue a reincorporarse con las manos vacías. Fue en ese momento cuando reparó en un pequeño papel que no recordaba haber dejado ahí. Extrañada, Ayame lo tomó y lo desdobló.

«Si quieres recuperar tu bandana, ven a la orilla este del Gran Lago de Amegakure antes del mediodía.»

La nota estaba escrita con una letra precisa y pulcra, aunque algo sobria. Le resultaba ligeramente familiar, pero en aquellos instantes no logró recordar de qué. Y ni siquiera se paró a pensar sobre ello. Le temblaban las manos de sólo pensar qué demonios significaba aquello. Ella había dejado la bandana sobre la mesita la noche anterior, como hacía todas las noches antes de ir a dormir. Eso quería decir que alguien había entrado en su habitación, se la había llevado y había dejado aquella nota.

¿Pero quién? ¿Y por qué?

—No será... —balbuceó para sí, aterrada. ¿Y si había sido Kyō? Pero aquello no tenía sentido. Por muy matón que fuera, no sabía dónde vivía. Y de hacerlo, no se atrevería a entrar en su casa de madrugada por las buenas...

¿No?

Tragó saliva. No le quedaba otra opción que acudir al lugar y esclarecer los hechos. Se vistió como una auténtica exhalación, pero no se olvidó de anudar en torno a su frente un largo lazo de tela azul para ocultar la marca de nacimiento con forma de luna menguante. Por si acaso, se llevó también sus armas como kunoichi. No tenía manera de saber si las iba a necesitar o no, pero le convenía ser precavida.

—¡Ahora vuelvo! —le gritó a las dos siluetas que distinguió por el rabillo del ojo en el comedor. Le pareció oír una exclamación a su espalda, pero antes de que pudiera escucharla la puerta se había cerrado tras su paso.

«Mi bandana... Devuélveme mi bandana... ¿Quién ha sido? ¡Maldita sea!» Se repetía en su fuero interno, mientras las calles pasaban a toda velocidad a sus flancos.

Cualquiera podría haber afirmado que aquel día volaba. Ni siquiera sentía las gotas de lluvia contra su piel, estaba plenamente concentrada en correr a toda velocidad hasta el lugar donde la habían citado. Y ni la permanente tormenta ni los indignadas exclamaciones de las personas a las que salpicaba con sus zancadas podían sacarla de su trance. Así, llegó a la orilla en apenas diez minutos, con el pelo revuelto por la lluvia y jadeando como una loca.

—¿Dónde está...?

El lugar en el que se solicitaba su presencia era una zona descubierta en la misma orilla del lago, a la que se podía acceder por una pequeña abertura a modo de entrada en un pequeño muro que no superaba el metro de altura, y bordeada por la presencia de sauces, álamos y chopos.

Dejando a un lado la vida vegetal, por el momento no parecía haber nadie allí, y Ayame se removió con el pensamiento de que se había equivocado de sitio o estaba a punto de caer en una trampa.
[Imagen: kQqd7V9.png]
Sprite por Karvistico.


—Habitación de Ayame: Link

No respondo dudas por MP.
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Mensajes en este tema
Doctrina glacial - por Aotsuki Ayame - 20/10/2015, 16:47
RE: Doctrina glacial - por Amedama Daruu - 23/10/2015, 11:47
RE: Doctrina glacial - por Sasaki Reiji - 26/10/2015, 00:33
RE: Doctrina glacial - por Aotsuki Ayame - 30/10/2015, 01:00
RE: Doctrina glacial - por Amedama Daruu - 5/11/2015, 00:32
RE: Doctrina glacial - por Sasaki Reiji - 14/11/2015, 20:22
RE: Doctrina glacial - por Amedama Daruu - 14/11/2015, 21:42
RE: Doctrina glacial - por Aotsuki Ayame - 17/11/2015, 13:07
RE: Doctrina glacial - por Sasaki Reiji - 19/11/2015, 12:43
RE: Doctrina glacial - por Amedama Daruu - 20/11/2015, 11:47
RE: Doctrina glacial - por Aotsuki Ayame - 24/11/2015, 10:35
RE: Doctrina glacial - por Sasaki Reiji - 24/11/2015, 14:04


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