23/10/2015, 11:47
¡PIPIPIPÍ, PIPIPIPÍ!
Daruu se levantó de un brinco y cayó de morros contra el colchón. Sobresaltado y confuso, se le cayeron la sábana, el edredón y la manta con las que dormía encima de la cabeza, y como un fantasma salido de un libro de cuentos para niños pequeños, se movió dando tumbos y tropezándose con todas las cosas que existían en su amplia habitación. Con el armario de buena madera, en varias ocasiones. Este armario se lo había fabricado papá cuando era chico.
La televisión que restaba en uno de los estantes bajos no. Hasta donde él sabía, papá no podía crear electrónica, y menos por aquella época. En esa tele solía jugar a una nueva tecnología inventada en Ame: los videojuegos. Dos palitos moviéndose y dándole a una pelota podía parecer un juego estúpido, pero cuando lo probabas resultaba muy divertido.
También tropezó con la patas de la cama, que estaba colocada en paralelo a la ventana y adornada de verde. Las cortinas, de su otro color preferido: azul. Se tropezó con ellas, y se golpeó la crisma con la mesita de noche, de caoba, sobre la que sonaba a gritos un despertador que él no había preparado. Cayó al suelo con un chichón considerable.
—¡AY! —se quejó, cuando después de eso, encima le cayó el despertador en todos los morros, luego se fue hacia el suelo y se partió en pedacitos.
Otra vez.
Daruu tenía una extraña afición por apagar los despertadores a mamporrazos, aunque parezca extraño decirlo ahora que acabáis de oír que los mamporrazos se los estaba llevando él. La diferencia de aquella con otras veces es que el despertador no lo había puesto él: lo había desconfigurado a propósito para quedarse durmiendo hasta más tarde.
Se levantó refunfuñando, con un dolor de cabeza terrible —interno y externo—. ¿Quién podría haberle preparado tan vil artificio? Pensó en mamá, por lo obvio, así que cabreado como él podía estar e ignorando cualquier otra cosa que pudiera haber habido en su cuarto salió despedido pisando bien fuerte el suelo hacia la cocina.
Allí le esperaba la mesa donde tomaban normalmente el desayuno y su madre, sentada con la bata puesta y despeinada.
—Buenos días, cariño —le dijo Kiroe, con la sonrisa de quienes ocultan muchas cosas.
—¿Por qué me has puesto el despertador? —espetó Daruu, directo—. Hoy quería dormir...
—No es bueno para un ninja privarse de buenos madrugones. Nunca sabes cuándo te vas a tener que despertar para irte a una misión importante, hijo —explicó mamá, todavía con esa sonrisilla juguetona.
—DOR. MIR.
Daruu se había cruzado de brazos como un niño chico y había gritado esas dos sílabas todo lo alto que había podido. Kiroe no había cambiado su gesto juguetón, pero se había levantado y movido tan rápido que Daruu no había podido ni verla. El desayuno estaba en su sitio, en la mesa: un bollito de vainilla y un vaso con leche con chocolate. Lo más curioso es que no sólo el desayuno descansaba en la lisa superficie del mueble, sino una nota enrollada sobre sí misma escrita con la letra de su madre.
«Coge tu bandana.»
¿A qué estaba jugando su madre? ¿Por qué tanto misterio? En el fondo daba igual, porque lo peor que se podía hacer era picar la curiosidad de Daruu, que tenía la costumbre de querer meter su naricilla respingona en todos los asuntos que no le incumbían. Estuvo pensando en qué quería hacer su madre con él durante todo el desayuno. Al final llegó a la conclusión —no podía haber otra— de que su madre quería entrenarlo personalmente. Nunca había entrenado con ella, y ahora que era ninja...
De pronto estaba emocionadísimo. Apenas terminarse el desayuno, dejó los trastos en la pila y corrió de nuevo a su habitación. Abrió el armario, donde guardaba su ropa y su equipamiento, y se vistió como de costumbre, solo que...
—¿Qué...? —cuestionó en voz alta. Aquello debía ser una broma.
«Si quieres recuperar tu bandana, ven a la orilla este del Gran Lago de Amegakure antes del mediodía.»
Aquella nota no estaba escrita por su madre. Él lo sabía, por la rectitud de las ascendentes y descendentes de las letras. Por la excesivamente medida separación de cada carácter, por la increíble falta de expresividad de cada trazo. Aquellas letras podrían haber parecido de imprenta si no se notase un ligero error en el último carácter. Pero el error había sido tachado con una linea finita y puesto entre paréntesis. Jamás había visto a nadie tan preocupado, quizás hasta molesto, por haber cometido un error de caligrafía.
Pero en serio, ¿qué estaba pasando? ¿De quién era esa nota? ¿Sería todo plan de su madre, o su madre no tenía nada que ver con todo aquello?
Con el corazón acelerado y excesivamente preocupado por haber perdido su recién adquirida bandana, ya estaba preguntándose si sería el genin más descuidado de su aldea o la víctima de la broma de una madre. Resopló y salió corriendo de su casa, casi atropellando a los clientes que estaban entrando en la pastelería de su madre.
Su madre estaba en la cocina. Tenía las respuestas a menos de cinco metros de la puerta de entrada del local. Pero siquiera se dio cuenta de eso. Tenía la mente tan ofuscada...
Corrió hacia la orilla este sorteando gente y sin darse cuenta de que no se había puesto nada para protegerse de la lluvia. Qué más da, siempre iba así, pensó. Al final, era verdad lo que le habían dicho siempre sus parientes más tradicionales, que a base de abrazar la lluvia uno se puede mover entre ella sin mojarse.
Claro que te mojabas. Pero te acostumbrabas a ella. Y era como si ya no estuviese allí. Sólo que cuando no estaba, era un mal presagio, claro.
Sorteó un par de escombros y pasó de un salto por en medio de una abertura del muro para llegar a un claro, o una apertura al lago, bordeada de sauces, álamos y chopos.
Y allí estaba ella.
—¿Ayame?
Menuda broma de los dioses. ¿Ayame le había robado la bandana? ¿Para qué? ¿Y por qué quedar allí? ¿Para qué le había quitado la bandana? Espera, ¡Ayame tenía una tela azul en lugar de la bandana puesta! Ella tampoco tenía bandana, ¿significaba que se la habían quitado también?
Mientras divagaba y se hacía todas esas preguntas, Daruu tenía la cabeza torcida, mirándola. Parecía un perrito, confundido ante un amo que no le lanza una pelota que sujeta en la mano.
—¿Ah? —¿Qué queríais que dijera?
![[Imagen: K02XwLh.png]](https://i.imgur.com/K02XwLh.png)