23/03/2019, 03:28
Era una habitación hermosa. Pulcra. Ordenada. Nada que ver con esa actitud hostil de su dueña. Tan amplia como tres cuartos regulares juntos, aquél espacio —que gozaba de una especie de dormitorio en el punto más extremo de su ala derecha, y de un despacho en el mismo punto del lado izquierdo—. yacía sólo perturbado por unas cuantas mesas y sillas deportricadas en el suelo. La carpeta que cubría cuál alfombra lo que suponía ser el suelo, severamente tintada de un rojo oscuro. Sangre seca.
Su fuente, el cuerpo magullado de una mujer mayor. Era Nahana, con el rostro hinchado y morado de la golpiza, además de la boca cubierta por una mordaza húmeda de sangre y sudor.
Tenía un yunque de color amarillento cubriéndole el cuello. Envolviéndolo como una boa constrictora. Se trataba del brazo de su captor, un hombre no muy alto pero asquerosamente fornido. Nada más verle el cuello era como presenciar el caparazón de una tortuga, y el torso le sacaba dos tallas de hombro a hombro a Lady Tākoizu. Tenía una quijada cuadrada como un cubo de rubic y la barbilla alargada. Cabello alambroso de color castaño y una barba rala de tres días. Su mirada era profunda, tenía los orbes de color verde y lo más curioso era la serpentina de venas que le atravesaba el rostro como un puzzle.
Éste sostenía con su mano libre una daga que amenazaba el cuello de la mujer.
Lo que percibió a continuación fue un color cerúleo de gran intensidad que se movía por el interior de aquél hombre. No era demasiado abrumador, ni el chakra más grandilocuente —Poder 50—. más sí el estándar de un ninja de rango medio como el suyo.
—¿Es que te van los críos de quince, o tienes un hijo bastardo de quien no nos hemos enterado, eh? —el cuchillo se apretó lo suficiente como para que un hilo de sangre se deslizara lentamente desde el filo hasta la clavícula de la Herrera—. y... ¿quién coño eres tú?
Su fuente, el cuerpo magullado de una mujer mayor. Era Nahana, con el rostro hinchado y morado de la golpiza, además de la boca cubierta por una mordaza húmeda de sangre y sudor.
Tenía un yunque de color amarillento cubriéndole el cuello. Envolviéndolo como una boa constrictora. Se trataba del brazo de su captor, un hombre no muy alto pero asquerosamente fornido. Nada más verle el cuello era como presenciar el caparazón de una tortuga, y el torso le sacaba dos tallas de hombro a hombro a Lady Tākoizu. Tenía una quijada cuadrada como un cubo de rubic y la barbilla alargada. Cabello alambroso de color castaño y una barba rala de tres días. Su mirada era profunda, tenía los orbes de color verde y lo más curioso era la serpentina de venas que le atravesaba el rostro como un puzzle.
Éste sostenía con su mano libre una daga que amenazaba el cuello de la mujer.
Lo que percibió a continuación fue un color cerúleo de gran intensidad que se movía por el interior de aquél hombre. No era demasiado abrumador, ni el chakra más grandilocuente —Poder 50—. más sí el estándar de un ninja de rango medio como el suyo.
—¿Es que te van los críos de quince, o tienes un hijo bastardo de quien no nos hemos enterado, eh? —el cuchillo se apretó lo suficiente como para que un hilo de sangre se deslizara lentamente desde el filo hasta la clavícula de la Herrera—. y... ¿quién coño eres tú?