26/03/2019, 23:35
(Última modificación: 26/03/2019, 23:37 por Aotsuki Ayame. Editado 1 vez en total.)
Completamente ignorante a los subterfugios que se estaban tejiendo a su alrededor como la peligrosa e invisible tela de una araña, Ayame, remolona, estiró los brazos por encima de la cabeza con un débil gruñido de satisfacción. Hacía tanto tiempo que no respiraba una paz así: la calma, el silencio sólo roto por el rumor del agua y el gorjeo de los pajarillos, el susurro del viento entre sus cabellos, el olor de la hierba... Nada ni nadie podría romper una magia así.
¿Verdad?
Pasados unos minutos, Ayame rebuscó en el portaobjetos que llevaba en la parte baja de su espalda y sacó aquella pequeña libreta que siempre llevaba consigo y un lapicero a medio gastar pero con la punta perfectamente afilada, como siempre debía estar. Lo sostuvo entre sus labios.
La voz de Kokuō resonó en su mente cuando la abrió por una determinada página.
—Zip.
Ella se estremeció visiblemente, pero asintió y pasó varias páginas, tomó el lápiz con su diestra y comenzó a garabatear en el papel.
¿Verdad?
Pasados unos minutos, Ayame rebuscó en el portaobjetos que llevaba en la parte baja de su espalda y sacó aquella pequeña libreta que siempre llevaba consigo y un lapicero a medio gastar pero con la punta perfectamente afilada, como siempre debía estar. Lo sostuvo entre sus labios.
«¿Aún sigue conservando eso, señorita?»
La voz de Kokuō resonó en su mente cuando la abrió por una determinada página.
—Zip.
«¿Es consciente de lo que pasará si se entera su padre?»
Ella se estremeció visiblemente, pero asintió y pasó varias páginas, tomó el lápiz con su diestra y comenzó a garabatear en el papel.