1/04/2019, 04:20
Ranko contestó afirmativamente a su “¿Vamos?” con un silencioso pero enérgico movimiento de cabeza. La chica comenzó el descenso de nuevo, moviéndose un poco hacia la izquierda, y esperando que Kazuma bajase por la derecha. Iría de nuevo hasta la saliente que había alcanzado previamente, e intentaría señalar al chico hacia dónde parecía ver flores blancas. Acto seguido, continuaría su descenso yendo a una saliente más baja y estrecha. Daría la vuelta, analizando la pared del risco.
—¡Aquí!
Justo debajo de la saliente, Ranko vería cómo las rocas se comenzaban a cubrir de un musgo que se sentía como si fuese parte de la estructura rocosa de la misma. Un musgo que parecía estar adornado de líneas que le daban forma de estrella, como si fuese hierba cristalizada. Sacó un kunai y, siguiendo las indicaciones de Taitama Kumoko, comenzó a frotarlo contra el borde del musgo, hasta que se introdujo entre éste y la piedra. Después de un poco de forcejeo, logró meter más de la cuchilla y, al tirar hacia arriba, una buena parte del mannerikko se desprendió. Al meterlo a la bolsa se dio cuenta de que tanto ella como su compañero tenían una sola bolsa. Si se encontraban con los dos especímenes, tendrían que improvisar.
Por su parte, Kazuma vería, bajando a algunos metros hacia su derecha, que la roca ganaba algo de musgo, similar al que había encontrado Ranko, y que a medio metro de él, entre las piedras, salía un arbusto con tres largas flores blancas con estambres proporcionalmente enormes.
Etsu hizo gala de su velocidad, regresando entre bromas hasta el punto marcado. Su llegada tan repentina asustaría a cualquier ave cercana, mientras que cualquier animal terrestre habría sido alejado previamente por el fuerte olor de la marca del can. Aunque no había muchas hojas amarillas en aquel arbusto, el chico pudo llenar la bolsita de cuero que formaba parte de la misión adicional. Sagisō Komachi estaría orgullosa.
A pesar de su rapidez, le tomaría otro par de minutos al chico de las rastas regresar a donde sus compañeros. El camino de regreso estaría tan libre de obstáculos como el de ida. Sin embargo, al detenerse cerca del risco, Etsu y Akane escucharían algo en la distancia: un conjunto de sonidos que se acercaban lentamente, olfateando. Kazuma y Ranko, por estar por debajo del nivel del risco, no podrían escucharlo, mas si pudiesen, reconocerían un gruñido familiar, esta vez acompañado por varios más similares. Etsu no podría verlos aún, mas escucharía acercarse a lo que sonaba como unos cerdos enormes que olfatean en busca de alimento.
—¡Aquí!
Justo debajo de la saliente, Ranko vería cómo las rocas se comenzaban a cubrir de un musgo que se sentía como si fuese parte de la estructura rocosa de la misma. Un musgo que parecía estar adornado de líneas que le daban forma de estrella, como si fuese hierba cristalizada. Sacó un kunai y, siguiendo las indicaciones de Taitama Kumoko, comenzó a frotarlo contra el borde del musgo, hasta que se introdujo entre éste y la piedra. Después de un poco de forcejeo, logró meter más de la cuchilla y, al tirar hacia arriba, una buena parte del mannerikko se desprendió. Al meterlo a la bolsa se dio cuenta de que tanto ella como su compañero tenían una sola bolsa. Si se encontraban con los dos especímenes, tendrían que improvisar.
Por su parte, Kazuma vería, bajando a algunos metros hacia su derecha, que la roca ganaba algo de musgo, similar al que había encontrado Ranko, y que a medio metro de él, entre las piedras, salía un arbusto con tres largas flores blancas con estambres proporcionalmente enormes.
Etsu hizo gala de su velocidad, regresando entre bromas hasta el punto marcado. Su llegada tan repentina asustaría a cualquier ave cercana, mientras que cualquier animal terrestre habría sido alejado previamente por el fuerte olor de la marca del can. Aunque no había muchas hojas amarillas en aquel arbusto, el chico pudo llenar la bolsita de cuero que formaba parte de la misión adicional. Sagisō Komachi estaría orgullosa.
A pesar de su rapidez, le tomaría otro par de minutos al chico de las rastas regresar a donde sus compañeros. El camino de regreso estaría tan libre de obstáculos como el de ida. Sin embargo, al detenerse cerca del risco, Etsu y Akane escucharían algo en la distancia: un conjunto de sonidos que se acercaban lentamente, olfateando. Kazuma y Ranko, por estar por debajo del nivel del risco, no podrían escucharlo, mas si pudiesen, reconocerían un gruñido familiar, esta vez acompañado por varios más similares. Etsu no podría verlos aún, mas escucharía acercarse a lo que sonaba como unos cerdos enormes que olfatean en busca de alimento.
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