4/04/2019, 21:29
«¡Vamos, vamos, vamos, vaaaaaaaamos!»
Paso tras paso, el shinobi y su hermano canino avanzaron a toda velocidad hasta el lugar indicado por el rastro de Akane. Árboles a medio caer, musgo, piedras algo resbaladizas, raíces que exploraban la superficie... nada supuso demasiado obstáculo para los genin, que enérgicos, decididos y contundentes avanzaron sin titubear un solo segundo.
—¡Aquí están! —bramó, más entusiasmado que una chancla en mitad del desierto.
Y con las mismas energías que sentenció la búsqueda, recogió las hojas con menos manchas color café que encontró. Obviamente, éste último detalle fue en gran parte gracias a Akane, la mente prodigiosa en ese peculiar binomio. Allí en el lugar habían suficientes hojas para llenar la bolsa, así pues, no tuvieron que rondar demasiado dando vueltas. Tal y como terminaron su labor, sendos genin tomaron de nuevo camino hacia el acantilado.
Corrieron, tanto como pudieron, y más. Estaban ya rozando el agotamiento, pero a ambos les guiaba una recompensa. Para Akane, era un enorme y bondadoso banquete. Para Etsu era el reconocimiento, y la satisfacción de completar una misión más, que decoraría un poco más su aún pequeño curriculum.
Conforme llegaban a la zona del acantilado, un sonido parecido a un gruñido comenzó a aflorar. Parecían gruñidos, y no precisamente gruñidos solitarios. Etsu apuró los últimos metros para avisar a los otros dos, pero para cuando llegó al sitio, no llegó a encontrar a nadie.
«¡Mierda!»
No le quedó mas remedio que asomar al vacío, quizás ellos andaban en el precipicio. El olor les había llevado allí, no podía haber mucho margen de error...
Asomó al barranco, y allí pudo ver que andaban aún en la labor. No parecía quedarles demasiado, pero el peligro se cernía sobre ellos. No quedaba demasiado tiempo, fuesen lo que fuesen esas cosas, más valía no arriesgar. Aún tenía bien presente la actitud de los simios, y quizás éstos próximos visitantes fuesen aún menos tolerantes con los visitantes.
—¡Ranko, Kazuma! ¡ya estamos de vuelta! ¡pero tenéis que daros prisa, hay animales gruñendo cerca, y parecen venir directos hacia aquí!
Ante todo, debía avisar a los compañeros. Pero eso no fue todo, previendo lo que pudiese suceder, Etsu le dio sus dos bolsas a Akane, para que éste salvaguardase las 3. En caso de emergencia, él podría salir corriendo en lo que el rastas lo cubría.
Paso tras paso, el shinobi y su hermano canino avanzaron a toda velocidad hasta el lugar indicado por el rastro de Akane. Árboles a medio caer, musgo, piedras algo resbaladizas, raíces que exploraban la superficie... nada supuso demasiado obstáculo para los genin, que enérgicos, decididos y contundentes avanzaron sin titubear un solo segundo.
—¡Aquí están! —bramó, más entusiasmado que una chancla en mitad del desierto.
Y con las mismas energías que sentenció la búsqueda, recogió las hojas con menos manchas color café que encontró. Obviamente, éste último detalle fue en gran parte gracias a Akane, la mente prodigiosa en ese peculiar binomio. Allí en el lugar habían suficientes hojas para llenar la bolsa, así pues, no tuvieron que rondar demasiado dando vueltas. Tal y como terminaron su labor, sendos genin tomaron de nuevo camino hacia el acantilado.
Corrieron, tanto como pudieron, y más. Estaban ya rozando el agotamiento, pero a ambos les guiaba una recompensa. Para Akane, era un enorme y bondadoso banquete. Para Etsu era el reconocimiento, y la satisfacción de completar una misión más, que decoraría un poco más su aún pequeño curriculum.
Conforme llegaban a la zona del acantilado, un sonido parecido a un gruñido comenzó a aflorar. Parecían gruñidos, y no precisamente gruñidos solitarios. Etsu apuró los últimos metros para avisar a los otros dos, pero para cuando llegó al sitio, no llegó a encontrar a nadie.
«¡Mierda!»
No le quedó mas remedio que asomar al vacío, quizás ellos andaban en el precipicio. El olor les había llevado allí, no podía haber mucho margen de error...
Asomó al barranco, y allí pudo ver que andaban aún en la labor. No parecía quedarles demasiado, pero el peligro se cernía sobre ellos. No quedaba demasiado tiempo, fuesen lo que fuesen esas cosas, más valía no arriesgar. Aún tenía bien presente la actitud de los simios, y quizás éstos próximos visitantes fuesen aún menos tolerantes con los visitantes.
—¡Ranko, Kazuma! ¡ya estamos de vuelta! ¡pero tenéis que daros prisa, hay animales gruñendo cerca, y parecen venir directos hacia aquí!
Ante todo, debía avisar a los compañeros. Pero eso no fue todo, previendo lo que pudiese suceder, Etsu le dio sus dos bolsas a Akane, para que éste salvaguardase las 3. En caso de emergencia, él podría salir corriendo en lo que el rastas lo cubría.
~ No muerdas lo que no piensas comerte ~