7/04/2019, 20:02
La camarera siguió con la mirada a Kaido mientras éste despachaba su chupito y se iba al baño. Además de la habitual desconfianza que exigía su clientela tipo, el Tiburón todavía no había pagado por los tragos; cosa que la mujer no iba a pasar por alto. Desde su puesto tras la barra, vio al amejin acercarse al baño y plantarse frente a la maltrecha puerta del mismo, desvencijada y pintarrajeada por todos lados con firmas, frases obscenas, y demás expresiones artísticas de alto nivel.
Silencio. Al otro lado de la puerta, sólo se escuchaba silencio. Y por mucho que Kaido esperase, sería lo único que recibiría del ocupante del retrete.
¿Era hora de entrar? El Tiburón así parecía haberlo decidido. De modo que, cuando sus poderosos nudillos empujaron la puerta, esta cedió con un chirrido de bisagras desvencijadas y sin oponer resistencia. Y allí estaba Calabaza, sentado sobre el retrete con las piernas despatarradas y la cabeza hacia atrás. Sus ojos estaban entreabiertos y se movían a toda velocidad, de un lado para otro, mientras su cuerpo temblaba ligeramente. Los brazos le caían, aparentemente inertes, sobre el regazo; y en una de sus manos, la bolsita de magia azul... Completamente vacía.
¡El maldito se había metido toda la dosis de un tirón! Sus labios entreabiertos supuraban una saliva espumosa, tintada de azul.
Silencio. Al otro lado de la puerta, sólo se escuchaba silencio. Y por mucho que Kaido esperase, sería lo único que recibiría del ocupante del retrete.
¿Era hora de entrar? El Tiburón así parecía haberlo decidido. De modo que, cuando sus poderosos nudillos empujaron la puerta, esta cedió con un chirrido de bisagras desvencijadas y sin oponer resistencia. Y allí estaba Calabaza, sentado sobre el retrete con las piernas despatarradas y la cabeza hacia atrás. Sus ojos estaban entreabiertos y se movían a toda velocidad, de un lado para otro, mientras su cuerpo temblaba ligeramente. Los brazos le caían, aparentemente inertes, sobre el regazo; y en una de sus manos, la bolsita de magia azul... Completamente vacía.
¡El maldito se había metido toda la dosis de un tirón! Sus labios entreabiertos supuraban una saliva espumosa, tintada de azul.