Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
La camarera siguió con la mirada a Kaido mientras éste despachaba su chupito y se iba al baño. Además de la habitual desconfianza que exigía su clientela tipo, el Tiburón todavía no había pagado por los tragos; cosa que la mujer no iba a pasar por alto. Desde su puesto tras la barra, vio al amejin acercarse al baño y plantarse frente a la maltrecha puerta del mismo, desvencijada y pintarrajeada por todos lados con firmas, frases obscenas, y demás expresiones artísticas de alto nivel.
Silencio. Al otro lado de la puerta, sólo se escuchaba silencio. Y por mucho que Kaido esperase, sería lo único que recibiría del ocupante del retrete.
¿Era hora de entrar? El Tiburón así parecía haberlo decidido. De modo que, cuando sus poderosos nudillos empujaron la puerta, esta cedió con un chirrido de bisagras desvencijadas y sin oponer resistencia. Y allí estaba Calabaza, sentado sobre el retrete con las piernas despatarradas y la cabeza hacia atrás. Sus ojos estaban entreabiertos y se movían a toda velocidad, de un lado para otro, mientras su cuerpo temblaba ligeramente. Los brazos le caían, aparentemente inertes, sobre el regazo; y en una de sus manos, la bolsita de magia azul... Completamente vacía.
¡El maldito se había metido toda la dosis de un tirón! Sus labios entreabiertos supuraban una saliva espumosa, tintada de azul.
La puerta maltrecha le dio acceso al conjunto de cubiles donde la peor calaña se juntaba a matar sus propias pasiones. El baño del bar de Ime servía como un rincón predispuesto para disfrutar del sexo más sucio y salvaje, de la droga y probablemente de alguno que otro asunto más turbio como alguna paliza o un ajuste de cuentas donde nadie pudiera ver los resultados de la reprimenda. Por esa razón, resultó imposible que contrastara lo que Kaido descubrió segundos más tardes tras su súbita exploración en aquellos rincones de flagelación y decadencia humana.
Calabaza yacía postrado en un pútrido retrete como un muñeco de trapo sin alma, con las patas abiertas y los brazos alicaidos, sin fuerzas que le permitieran erguirse sobre su propio peso. Lo único que sostenían aún y en estado de inconsciencia era aquella bolsa cuyo contenido le hubo inducido a tan lamentable estado catatónico de inexistente lucidez. La cabeza se encontraba postrada sobre una tapa húmeda de cerámico que cubría el tanque del inodoro, aparentemente cómodo; mientras los ojos le tiritaban de un lado a otro, tratando de seguir el ritmo de los recuerdos que el Omoide iba encajando a toda marcha, tras una dosis tan potente de una sola sentada.
Kaido, muy a pesar de ser nuevo en el negocio y en la organización, ya había presenciado los efectos de la magia azul en sus distintas fases y en distintos individuos. Sus conocimientos eran lo suficientemente pertinentes como para poder discernir si un usuario del Omoide había alcanzado el onirismo deseado sin arriesgar de todo su bienestar físico o de si por el contrario había cruzado la delgada línea en la que deseas con tanto fervor de que aquellos recuerdos fueran verdad, que el individuo decide no volver para afrontar su propia realidad.
Aquél mundo ficticio del había una vez resultaba ser más satisfactorio el noventa y nueve porciento de las veces. ¿Quién no querría quedarse por siempre en su momento más feliz, y revivirlo una y otra vez por toda la eternidad?
Con Calabaza no estaba del todo seguro, pero era evidente que la extrema salivación azul no resultaba ser un buen augurio. En esa posición iba a acabar ahogándose, de eso no cabía duda.
«¿Quieres morir, Calabaza?» —le dijo, sin alzar realmente la voz. Kaido se acercó parsimoniosamente hasta los linderos del muchacho y le miró desde las alturas con una sonrisa salvaje repleta de curiosidad, más que de preocupación «puedo concederte ese deseo. Yo puedo acabar con tu sufrimiento, y te digo algo; lo haré a coste cero. Porque te lo mereces. Te mereces dejar este mundo cruel.»
La mano del Tiburón se deslizó por la nuca de Calabaza y le levantó ligeramente el pescuezo.
Kaido y Calabaza quedaron, finalmente, cara a cara.
El gyojin arrugó los ojos y miró, y miró, y miró... y volvió a mirar más de cerca. Acaso...
No dijo nada. No podía. Era imposible, sencillamente. Imposible.
¿O no?
El mundo distópico de Calabaza daría de pronto un vuelco. Algún arquitecto de sueños parecía tener influencia en su mundo de recuerdos. Todo tembló. Todo a su alrededor se volvió un mundo del revés.
Kaido había conseguido su objetivo con relativa facilidad, zarandeando al muchacho varias veces hasta hacerle despertar de su trance. Pese a ser un alucinógeno potente, el omoide inducía en su usuario un estado de sueño lúcido muy delicado del que, contrariamente a la creencia popular, era bastante fácil despertar. Algunos usuarios muy experimentados y especialmente tolerantes a aquella sustancia eran incluso capaces de vivir sus alucinaciones en vigilia, no llegando a perder la noción de la realidad. No era el caso de Calabaza, que siempre caía redondo como un saco de papas.
—¿Eh... Qué... Kaido...? Glups... Bleeeergh —Calabaza se dobló por la cintura apenas volvió en sí, descargando una buena pota en el suelo entre sus piernas—. ¿Qué cojones...?
Todavía parecía aturdido por los efectos de la magia azul, y sus ojos recorrían de forma confusa los alrededores, terminando por la cara de aquel Gyojin feo y azul que le miraba, desafiante. Calabaza era desconocedor del misericordioso monólogo interno que Kaido acababa de tener consigo mismo —tal vez esa era la razón por la que no había intentado huir todavía—, así que se limitó a limpiarse la boca manchada de vómito con el dorso de la mano y tratar de incorporarse.
—Blerg, uf, glups... Perd... Perdona, Kaido, me... Me dejé llevar... —se excusó—. ¿Tienes... Algo para beber? La boca me sabe a m... m... mierda.
Calabaza acabó finalmente por volver a la vida tras los reiterados zarandeos de su interlocutor, aunque dejándose el alma en el suelo tras una potada magistral que soltó entre sus propias piernas. Confuso como sólo podía estar él después de haber consumido la pasta, el muchacho pegaría un rápido vistazo a su alrededor para encontrarse a bote pronto con los ojos turbios y violentos de Umikiba Kaido. En ese instante, el color de sus orbes parecía haber mutado a un azul mucho más eléctrico que desataban como reflejo del alma un poderoso vendaval de lluvia y truenos que lograba exteriorizar a través de un poder lustrado y para algunos inconmensurable. Calcada a pincel de las más grandes tempestades de las Llanuras del País de la Tormenta y que sólo los más versados lograban afrontar con éxito. Un hombre llamado Uchiha Akame la había presenciado dos veces en su vida y había salido airoso, en ambas ocasiones:
La primera vez fue durante aquél corto encuentro en el Torneo de los Dojos. Ambos, frente a frente, mirándose a la cara como enemigos de combate. Dispuestos a conseguir la victoria a cualquier costo y lograr el tan ansiado pase a la importantísima final de tan magnánimo evento. Para entonces, a Uchiha Akame le resultaría bastante sencillo apaciguar las mareas de su furia, no obstante, aunque sería esa la primera ocasión en la que entendería los verdaderos vestigios de una bestia que parecía domada y enjaulada. Pero una bestia al fin y al cabo. La segunda ocasión tendría lugar en el enclave místico de las Rocas Ancestrales, durante la fúrica emboscada tendida a su Hermano, Uchiha Datsue; a la que acudió él en su defensa. Nuevamente, una velada donde la representación más voraz del que alguna vez fuera el Tiburón de Amegakure salía a relucir sin ningún tipo de filtro, aupada por su propia búsqueda de venganza contra aquél que hablaba pestes a su espalda.
Quizás ninguno de los dos lo sabría con absoluta certeza —después de todo, alguien parecía bastante empeñado en convencerse de lo que es hoy en día sin tener en cuenta lo que alguna vez fue—. pero en la historia de encuentros entre Akame y Kaido, existiría una tercera oportunidad. Sin artistas que confirieran humanidad a la piedra, ni ciudadanos corruptos adoradores de la vieja sangre en una isla maldita. Sin nadie de por medio.
Sólo ellos dos y la Tormenta armonizando todo a su alrededor.
—¿Sabías que... existe una teoría bastante debatida de que, en éste universo; tan amplio y desconocido para nosotros los mortales, cada uno de nosotros tenemos en algún lugar, a un sosias? —sus palabras fueron acompañadas, sin embargo, con la fría caricia de un filo de kunai que parecía llevar más tiempo sobre el cuello de Calabaza de lo que él podría recordar—. a un doble malévolo, vaya. Y yo es que no soy de los que creen ese tipo de patrañas, desde luego. Pero he visto tanta mierda en mi corta vida —desde mujeres inmortales hasta extraños rituales vudú a través de una jodida luna roja—. que me estoy inclinando a creérmelo todo —torció el kunai ligeramente, sólo un par de grados, para que Calabaza sintiera el peligro en su carótida a la que se le podían oír las palpitaciones y la sangre corriendo a torrentes—. escúchame bien, Calabaza, porque no voy a repetirme. Te he visto. De cerca. Y tu rostro me recuerda muchísimo a un viejo amigo. Entonces me dije: ¡no puede ser, es imposible! pero hace dos meses yo era el shinobi más leal de toda la maldita Amegakure y mírame ahora. Una de las ocho cabezas del puto Dragón Rojo.
»Convénceme, Calabaza-kun. Disuádeme de esta idea tan loca que me está follando la cabeza ahora mismo.
7/04/2019, 23:33 (Última modificación: 7/04/2019, 23:37 por Uchiha Akame. Editado 2 veces en total.)
«El viento soplando con fuerza, la lluvia empapándole de pies a cabeza, un trueno lejano. A sus pies, un Valle extendiéndose bajo la atenta mirada pétrea de tres figuras. Un rugido salvaje reverberando en la superficie del agua, un destello cegador.»
Calabaza parpadeó, como si no pudiera determinar si lo que estaba ocurriendo era real o producto de su trastornada mente. El tacto gélido del acero en su cuello le evocó aquellas imágenes y sensaciones, tan reales como si las estuviera viviendo por segunda vez. La magia azul era fuerte, capaz de hacer alucinar a la persona más lúcida, pero aquello... Aquello era completamente distinto.
«Ensordecedores, los vítores del público resuenan por todo el estadio. El peso de una espada en su mano derecha, una que ésta conoce muy bien. Cálida satisfacción. Ira abrasadora. Los ojos dorados de una mujer entre la oscura arboleda.»
Tragó saliva con dificultad, y la piel de su cuello se erizó al rozar ligeramente el filo de aquel kunai. Calabaza alzó la vista y encontró aquellos ojos azules, electrizantes, que parecían querer taladrarle el alma. Su dueño movía los labios con insistencia, dejando entrever dos hileras de dientes aserrados, terroríficos.
«Su pecho agitándose ante su respiración acelerada. Sus músculos, preparados, fuertes, obrando su papel para impulsarle en una coreografía ensayada mil veces. El silbido de unos shuriken al pasar junto a su oreja. El tacto áspero del campo de prácticas. Unos ojos tan familiares pero tan distintos mirándole, retándole, apoyándole. Un abrazo.»
Kaido le amenazaba. Oh sí. Incluso ido como estaba, era capaz de reconocer las palabras que aquel tío azul y corpulento le decía. «Kaido...» El pecho se le encogió y notó un nudo en la garganta.
«Ojos de esmeralda y cabellos de oro, agitándose al viento. El calor de un cuerpo junto al suyo, fundidos entre las sábanas. Nervios. Inexperiencia. Cariño. Luego, una playa solitaria y oscura, el sabor amargo del alcohol en la boca.»
—Convénceme, Calabaza-kun. Disuádeme de esta idea tan loca que me está follando la cabeza ahora mismo.
«Una risa, energizante, ¡irresistible! Un rostro multicolor, una talismán del color del veneno. Una melena al viento, como un campo nevado. Un jardín de cerezos, una melodía distante, una celebración. Su corazón. Felicidad.»
Calabaza rió. Fue una risa queda, rota, ronca. Como un perro con faringitis. Surgió desde lo más profundo de su cuerpo maltrecho y podrido, abriéndose camino a dentelladas hasta la boca, a los labios manchados de azul. De aquel color que representaba todo lo que había sido, era, y había querido dejar de ser. Rió, alzando los brazos, mientras miraba a Kaido.
—Tu amigo está muerto, ¿no lo ves? ¿No lo ves? —repitió, con el rostro desencajado—. Uchiha Akame está muerto —volvió a reír, y esa vez se atragantó con su propia saliva. Tras un ataque de tos, pareció recuperar la compostura; pero aquella sonrisa cargada de desesperanza seguía estando ahí—. No... Me... Queda... ¡Nada! Soy un cadáver que, por alguna razón que desconozco, respira, camina y habla. Soy una aberración, una anomalía de la Naturaleza... Yo no debería estar aquí.
De repente, el yonqui agarró con sus manos la solapa de la camisa de Kaido. Parecía entre expectante y atemorizado.
—¿Esa sensación? ¿Ese pensamiento en tu cabeza? ¿Ese... Esa... Esa voz que no puedes acallar? Ah, sí, yo la oigo también... Yo me pregunto lo mismo que tú, Kaido-kun... ¿Por qué... estoy... aquí? —Akame apretó los dientes, provocando que el exceso de pasta acumulado entre ellos le brotara de los labios como un icor malsano—. Hazlo... Hazlo... Me vas a hacer un puto favor.
... pero Calabaza falló estrepitósamente en negar lo innegable.
«Por Ame no kami y sus siete mil tetas celestiales»
Los ojos de Kaido se abrieron como platos y las pupilas se le expandieron como si estuviera teniendo una revelación trascendental. Tenía la quijada endurecida, queriéndose desencajar de los cartílagos que unían la mandíbula pero hizo uso de toda su voluntad para no demostrarle a calabaza que estaba descojonado por dentro. De que el descubrimiento le daba cada bofetada, una tras otra, sin parar y que sus neuronas hacían todo el esfuerzo por descifrarlo todo a la vez.
Pero estamos hablando de un misterio que no importan cuántas veces tratases de desvelarlo, nunca ibas a dar con la respuesta correcta si no conocías cada uno de los eslabones que componían la enorme cadena de acontecimientos que regían la vida de Uchiha Akame y de los motivos que le llevaron a convertirse en una sombra sucia y maloliente del gran ninja que alguna vez fue. Y Kaido, exiliado de su aldea natal y por tanto negado en el acceso primordial de información respecto a la geopolítica entre las tres grandes aldeas, aún era un ignorante respecto a los sucesos que habían estado entorpeciendo la estabilidad de ōnindo durante las últimas semanas.
El kunai se mantuvo firme. Las manos no tenían por qué temblarle a un asesino.
—Tu amigo está muerto, ¿no lo ves? ¿No lo ves? —y claro lo veía. ¿Cómo no iba a hacerlo?—. Uchiha Akame está muerto. No... Me... Queda... ¡Nada! Soy un cadáver que, por alguna razón que desconozco, respira, camina y habla. Soy una aberración, una anomalía de la Naturaleza... Yo no debería estar aquí.
Akame tenía razón. Ninguno de ellos debía estar allí. Y sin embargo, el destino, caprichoso como una puta barata; había decidido unirles. Nada en éste mundo es una simple casualidad. Todo está hilado, conexo, y toda unión tiene un gran propósito tras bambalinas. Por esa razón, la disconformidad de Kaido de pronto transmutó a una súbita revelación. Los ojos se le iluminaron mientras en su cabeza vislumbraba todas y cada unas de las posibilidades que pudieran desencadenar su siguiente acción.
—¿Esa sensación? ¿Ese pensamiento en tu cabeza? ¿Ese... Esa... Esa voz que no puedes acallar? Ah, sí, yo la oigo también... Yo me pregunto lo mismo que tú, Kaido-kun... ¿Por qué... estoy... aquí?
»Hazlo... Hazlo... Me vas a hacer un puto favor.
El kunai se hincó. Iba a rajarle el puto cuello en ese instante. Le iba a sacar de su miseria, y a la vez, lograría lo que consideró por una milésima de segundo la mejor venganza posible en contra de Uchiha Datsue. De asesinar a su querido y preciado hermano. De mostrarle, cuando volvieran a encontrarse, su cabeza. O su cuero cabelludo cortado al ras de su jodido cráneo. O... sus ojos. Encendidos. Con sus hermosas aspas azabache, elegantes, girando en el interior de un frasco hermético de preservación con agua destilada.
Oh, la saboreó. Por un momento. Se imaginó todas las reacciones posibles de Datsue. Sintió la gracia de la victoria saludándole.
Pero, súbitamente...
—Hoy no vas a morir, Uchiha Akame —dijo, removiendo el kunai que lucía levemente tintado con un hilillo de sangre—. hoy... volverás a nacer.
No. La verdadera venganza alcanzaría la epitome cuando Datsue presenciara a Akame siendo su jodido perro sabueso. A su lado, defendiendo los intereses de Dragón Rojo. La traición de su propia sangre era una y mil veces peor. Inconcebible incluso para ellos dos, unidos por un vínculo más fuerte del que podría conocer Kaido jamás. Y sin embargo...
Akame no veía a Datsue tendiéndole la mano.
Esa mano era azul. Era fuerte. Era amiga. Era la de Kaido el Exiliado.
8/04/2019, 17:58 (Última modificación: 19/04/2019, 16:59 por Uchiha Akame. Editado 1 vez en total.)
Y de repente, todas aquellas imágenes colapsaron en su mente como un torbellino de sonidos, colores, olores, sabores y recuerdos que le sacudió hasta los cimientos e hizo mierda completamente su cordura. ¿O no? ¿O era acaso la lucidez abriéndose finalmente paso entre una riada de pasta azul? ¿Quién debía vivir? ¿Calabaza, o Uchiha Akame? ¿Y, en todo caso, por qué? ¿Con qué fin, a qué costo? ¿Era simplemente ansia de perdurar, de sobrevivir por el mero hecho de no morirse lo que le impulsaba, lo que hacía que su corazón siguiese latiendo? ¿O era algo más?
¿El plan de Kaido el Exiliado? ¿Las maquinaciones de Dragón Rojo?
¿Al fin y al cabo, no era eso cambiar un señor por otro? Dragón Rojo o Uzushiogakure. ¿Cuánta diferencia real había entre ellos? ¿Y quién tenía la oportunidad de decidir si aquello era justo?
¿Volver a empezar, al ruedo, a la batalla? Sí. Pelear le gustaba. Todavía era bueno en ello, ¿no? Uchiha Akame todavía no había muerto, oculto bajo la piel de Calabaza. ¿Y sería posible volver a calzarse esas botas? La magia azul le consumía, sus toxinas corrían por su boca. ¿Era capaz de dejarla? ¿Había salida?
Akame se incorporó rugiendo como una bestia herida, agarrado a la mano de Kaido. En sus ojos brillaba el carmesí del Sharingan mientras la sangre de sus ancestros volvía a correr por sus venas. El Uchiha se encorvó como si fuese una mariposa a punto de romper el capullo, y acabó por levantarse hasta quedar frente a Kaido. Respiraba agitadamente y sus ojos escudriñaban el azul del Tiburón. Cuando habló, su voz sonaba distinta; no era en el timbre, ni en el tono, pues su garganta seguía estando tan destrozada por el alcohol y el tabaco como antes, conservando aquella voz rasposa. No, era lo que podía sentirse en ella. Algo realmente puro que venía de lo más hondo, una convicción sin igual o una demencia cargada de genialidad.
—Si me estás engañando, me cago en todos los dioses habidos y por haber, si esto es un puto truco para cazarme como a un perro y llevarme a Amegakure como un trofeo, Kaido, juro que te voy a matar. ¿Lo entiendes, no? —inquirió, todavía sin soltarle la mano al amejin—. ¿Quieres mi ayuda? ¿Quieres hacerte con el Dedo Amarillo? Entonces prueba que no eres un puto ninja de mierda.
El Uchiha se volteó, dando tumbos, hacia la puerta del cuarto de baño. Luego alzó un dedo y señaló hacia donde debía estar la barra del bar.
—Mata a esa zorra. Quema este puto agujero. Quiero que lo destroces todo, quiero una puta hoguera.
Había una única salida, y Kaido se la estaba sirviendo en bandeja de plata. En un toma o déjalo. En un vive para triunfar una vez más, o en un muere para ser olvidado. Y Uchiha Akame no era un ninja destinado a que su nombre se extinguiera en el tiempo sin antes dejar su huella en éste mundo. El destino tenía planeada nada más que grandeza para ellos dos.
Por ello, eligió vivir. Eligió respirar un día más. Eligió abandonar los oscuros rincones de su maltrecha existencia y sacar a relucir su espíritu guerrero, ese que estaba escondido en lo más profundo de su ser. Fue la voz de fuego de Kaido, un cabeza de Dragón; que revivió al orgulloso Uchiha Akame de entre las cenizas. Como un Suzaku...
... como un ave fénix.
El grito de euforia de un guerrero que llevaba dormido eones se adueñó de los confines de aquél tugurio. El gyojin apretujó la mano y le ayudó a levantarse, vislumbrando con introspección el reencuentro con su verdadero ser. Le mantuvo el brazo apretado con la mano sosteniéndole desde el antebrazo, mientras sus ojos cerúleos escudriñaban la sangre regodearse por primera vez en mucho tiempo en los orbes de Akame. Quizás antes le había apartado la mirada, temeroso y desconfiado de lo que aquél par de ojos de demonio podían causar. Pero esa vez no. Esa vez no le temía a nada ni a nadie. Esa vez afrontó sin miedo al sharingan como el samurai que coge sin pudor el mango de una katana con la que realizará el ritual seppuku, demostrándole a Akame qué clase de hombre era él. De los enormes huevos que tenía. Y de que tal vez, sólo tal vez, era el hombre correcto para confiar en aquél preciso momento.
—Si me estás engañando, me cago en todos los dioses habidos y por haber, si esto es un puto truco para cazarme como a un perro y llevarme a Amegakure como un trofeo, Kaido, juro que te voy a matar. ¿Lo entiendes, no? ¿Quieres mi ayuda? ¿Quieres hacerte con el Dedo Amarillo? Entonces prueba que no eres un puto ninja de mierda.
La respiración de el Tiburón se agitaba al ritmo de un marcapaso. Su sonrisa se ensanchaba más y más con cada palabra, con cada demanda, con cada inquerencia. Oh, Akame había vuelto. Era él el que hablaba. Era él el que profesaba. Era él el que exigía.
»Mata a esa zorra. Quema este puto agujero. Quiero que lo destroces todo, quiero una puta hoguera.
Kaido se arrimó hasta su nuevo aliado y le rodeó con su brazo de yunque. Acercó el perfil de su rostro muy cerca de aquél extremo quemado y arrugado del suyo y vislumbró lo que tenía delante.
—Akame-kun. Akame-kun —le dijo, tan elocuente—. si volviera con tu cabeza a Amegakure, se me consideraría un peor traidor del que soy ahora. ¿Es que no lo sabes? ¿de la Alianza de las tres Grandes? —contó con acento ponzoñoso—. veo que no. De todas formas, sería muy extraño que un muerto volviera de patitas con la cabeza de un antiguo enemigo, ¿no crees? porque para ellos estoy muerto, mi buen amigo, como imagino que lo estás tú para tu amada Uzushiogakure. Si quisiera matarte lo habría hecho para mi propia satisfacción y eso pudo haber pasado hace un minuto. Mírate el cuello.
»Pero tienes razón. Estos pactos requieren de sangre y te la voy a dar como muestra de buena fe. Pero el fuego, Uchiha —imaginó las llamas saliendo de sus fauces—. lo pones tú. ¿Qué dices?
Fue aquél el inicio de una alianza de titanes que sería capaz de rivalizar incluso con la entente de las tres grandes...
... una vez que Dragón Rojo pusiera sus manos en el país del agua.
9/04/2019, 17:11 (Última modificación: 19/04/2019, 17:00 por Uchiha Akame. Editado 1 vez en total.)
Los ojos de Akame, teñidos por el Sharingan, escudriñaban con avidez el rostro de Kaido. Sí, parecía que la bestia dormida acababa de salir por fin de su letargo; pero, ¿a qué precio? Los que habían conocido a aquel ex ninja sabían bien que se caracterizaba por ser un tipo pragmático y calmado, nada amigo de los impulsos irracionales y las improvisaciones. El Tiburón podía contarse entre ellos pues, aunque por vicisitudes del destino ambos habían terminado por ocupar durante un tiempo trincheras contrarias, también habían vivido varias aventuras juntos. Por eso mismo Kaido sería capaz de reconocer en aquellos ojos el brillo de la demencia, sin duda Akame no estaba cuerdo del todo en aquel momento. La cuestión era más bien si eso supondría algún impedimento para que el Gyojin decidiera rubricar su asociación.
No parecía que fuese así. Cuando Kaido aceptó encargarse de destruir aquel lugar a medias con el Uchiha, éste se relamió como un auténtico tarado. ¿Podía culpársele? Su cabeza había soportado más de lo que probablemente cualquier persona pudiera, y ahora la olla simplemente estaba dejando ir todo el vapor. Akame ya iba a salir del baño cuando de repente se detuvo, llevándose una mano al mentón. Pensativo.
—Hmpf, no. No. Los dioses exigen un sacrificio de sangre —constató, y hablaba de forma más metafórica que literal—. Pero no aquí... Demasiado fácil. Sígueme, mi buen Kaido...
El Uchiha abandonó el aseo y se dirigió hacia la barra. Sin mediar palabra con Ime tomó el vaso de chupito que quedaba viudo y se lo empinó de un trago. Luego alzó la mirada, y aquella camarera pudo ver sus ojos por primera vez desde que le conocía; sus verdaderos ojos. No sólo los vio, sino que buceó en ellos, se empapó de ellos; le llegaron hasta el alma. No era aconsejable mirar en el abismo de un loco... E Ime lo pagó caro. Retrocedió con un balbuceo, con los ojos desencajados de terror como si hubiese visto al mismísimo Susano'o, y cayó con la espalda apoyada en la estantería repleta de licores mientras tartamudeaba palabras inconexas.
—Gracias, Ime. Eres muy amable —dijo en voz alta el Uchiha. Luego se volvió hacia Kaido—. Dice que a esta ronda invita la casa —agregó, encogiéndose de hombros.
Entonces el pordiosero salió de aquel tugurio de mala muerte con un sonoro portazo que hizo voltearse al gorila. El tipo miró a Akame como si no le reconociese, y éste le devolvió la mirada. Una sonrisa mostró sus dientes azulados. Como si nada, el yonqui salió a la calle y esperó allí a Kaido.
—Creo que podemos hacerle una visita a mis viejos amigos. Mis amables amigos, mis benefactores. Seguro que se alegran de vernos —comentó, pasándose la lengua por los labios con ansia—. ¿No quieres darle una puta patada en el culo al Dedo Amarillo? Estás de suerte, Tiburón. Empezamos esta misma noche.
Kaido vislumbraba los pequeños destellos de cordura y raciocinio provenientes de una mente aletargada y apabullada de locura. Akame llevaba demasiado tiempo hundido en una incipiente oscuridad, en un agujero que le hace perder la cabeza a cualquiera; y aquella repentina proyección tras su renacimiento —una vociferación de su verdadero ser que no duraría demasiado tiempo antes de que Calabaza volviera—. estaba apuntando a anaqueles absurdamente peligrosos y sin lógica y razón.
Pero el Tiburón era un hombre curioso. Una criatura que le gustaba fomentar los pecados ajenos, y asesinar a Ime sería uno de ellos. Sería una baza para que Akame fuera cada vez más suyo. Más un igual.
Sin embargo, cuando los rincones de su mente le hicieron cambiar súbitamente de objetivo, Kaido se plantó en las afueras del callejón como una efigie azul. Se acercó, paso a paso. Y habló, siendo la voz de la cordura.
Un golpe seco al final del callejón fue lo que delató su posición.
—K... ¿Kaido...? —murmuró Ayame, con los ojos abiertos como platos, la respiración entrecortada y el corazón bombeándole con la fuerza de una bomba hidráulica. A sus pies, una bolsa caída había desparramado por el suelo un cuenco con okonomiyaki, varios dangos, y taiyaki. Pero no pareció importarle en aquel momento, porque sus ojos estaban clavados en las dos figuras que se adivinaban al fondo del callejón, una de ellas inconfundible, la otra conocida. O eso había creído hasta que había escuchado las últimas palabras del tiburón—. A... A... ¿Akame...? ¿Uchiha Akame...? —repitió, con un debilitado hilo de voz.
¿Aquel indigente drogadicto con el rostro deformado por aquella terrible cicatriz era Uchiha Akame? ¿El mismo shinobi Profesional que la venció en el Torneo de los Dojos sin pestañear? ¿El mismo jonin de Uzushiogakure que estaba íntimamente relacionado con Uchiha Datsue? ¿El mismo Calabaza al que ella le había arrebatado su droga y después había intentado ayudarle con una hamburguesa? ¿El mismo Calabaza al que estaba buscando aquella noche para ver cómo estaba y darle aquella bolsa, ahora desperdiciada?
Poco tiempo atrás, Daruu le había confesado que Kaido, pese a lo que creían hasta el momento después de que el Tiburón se infiltrara en una banda organizada y lo creyeran muerto, seguía vivo en alguna parte del mundo. Le había jurado y perjurado que así se lo había dicho Uchiha Datsue, que al parecer se había encontrado con él. Pero Ayame no había querido creerlo, y menos viniendo de las palabras de un mentiroso como aquel Uchiha.
Ayame retrocedió un paso, hiperventilando sin poder evitarlo.
—N... no puede... ser... —balbuceó, con ojos húmedos. Paralizada como estaba en el sitio, la muchacha no parecía saber cómo reaccionar ante aquella situación—. C... ¿Cómo...? A... ambos... estáis... m... muertos...
10/04/2019, 19:06 (Última modificación: 19/04/2019, 17:00 por Uchiha Akame. Editado 2 veces en total.)
—Akame, mírame. ¿Quién eres?
Y Akame le miró. Le miró directamente a los ojos, y dejó que aquella pregunta calara en sí mismo. Ya no era Uchiha Akame de Uzushiogakure, ¿cómo iba a serlo? Aquel shinobi había muerto como un traidor, y todo su legado con él. Pero tampoco era Calabaza, el pordiosero indefenso, pues sangre ancestral corría por sus venas y así lo atestiguaban sus ojos, convertidos en dos lámparas rojas en la oscuridad de la callejuela.
«¿Quién soy?»
Entonces, el ex jōnin decidió que no había mejor forma de mostrarle a Kaido quién era que dándole una probada de su poder. De su recién adquirido poder. Las aspas de su Sharingan comenzaron a girar, y entonces...
El aludido volteó rápidamente la cabeza para buscar ávidamente a la tercera en discordia; aquella que se había atrevido a interrumpir su momento de revelación con el Tiburón. La halló al final del callejón, con unas bolsas de comida que se le habían caído de los brazos y cuyo contenido ahora rodaba sin control por la calzada. «Aotsuki Ayame... ¿Qué cojones hace ella aquí?» El Uchiha apretó los dientes mientras intentaba poner su mente a funcionar como en los viejos tiempos, pese a que ahora parecía estar oxidada y cubierta de moho. Poco a poco los engranajes fueron girando y las ideas fluyendo, aun sin llegar a alcanzar la clarividencia de antaño.
«¿Qué acaba de decir Kaido...? "La Alianza de las Tres Grandes". Esos putos ninjas están volviendo a cooperar, lo que significa que esta chica volverá a Amegakure con la sospecha de que sigo vivo. Y esta no tardará en proparase a las otras Villas como la puta peste... Qué molestia. Al menos puedo constatar que lo que el Gyojin dice es cierto, en la Lluvia creen que ha muerto. Qué hijoputa, siempre me pareció demasiado... Independiente, incluso para los estándares de Ame.
¿Podría intentar matarla? No, demasiado arriesgado... Es una jinchuuriki.»
Su monólogo interno apenas duró unos instantes en la realidad, y con una conclusión clara, el Uchiha se volvió hacia Kaido lanzándole una mirada que prácticamente deletreaba «este es tu maldito problema».
—Te veo donde antes —masculló.
Entonces su mano diestra volvió a ejecutar, por primera vez en aquella segunda vida, un sello. Un sello muy simple, pero que bastó para que la figura de Akame se difuminara en el mismo aire, entre las sombras, para desaparecer por completo de aquel callejón.
¤ Sunshin no Jutsu ¤ Técnica del Parpadeo Corporal - Tipo: Apoyo - Rango: D - Requisitos: Ninjutsu 40 - Gastos:
14 CK/20 metros
52 CK para huir de un combate
- Daños: - - Efectos adicionales: Cada uso restará 10 puntos de aguante durante los próximos 5 turnos - Sellos: Carnero/una mano - Velocidad: Instantánea
El Sunshin no Jutsu es una técnica basada en un movimiento ultrarrápido, permitiendo a un ninja moverse de cortas a largas distancias a unas velocidades casi imperceptibles. Para un observador cualquiera, resulta como si el usuario se hubiera teletransportado. En ocasiones, se utiliza una pequeña señal para camuflar los movimientos iniciales del usuario. Esta técnica se basa en el uso del chakra para vitalizar temporalmente el cuerpo y moverlo a velocidades extremas. La cantidad de chakra requerida depende en la distancia total y la elevación entre el usuario y el destino. La técnica puede usarse, además, para escapar del campo de batalla. Las diferentes villas tienen variaciones de esta técnica, e incluyen un elemento extra para distraer al oponente. En Konoha, se utiliza un rastro de hojas.
Ojo con ojo, los de Kaido fueron girando a medida de que el vasto infierno de sangre con aquellos tres delicados tomoe empezaban a girar en una vorágine de revelación que respondería a la pregunta existencial del propio Akame: quién era, y quién quería ser. Aquél momento cumbre de descubrimiento personal se vio, sin embargo, interrumpido por una voz dulce, delicada, y que aún después de tanto tiempo seguía siendo absurdamente familiar. Umikiba Kaido yacía de espaldas a la mujer que había sido escupida por las sombras. Aún así, su larga cabellera que se meneaban como olas de mar y su distintiva piel azul era suficiente para confirmar las sospechas de Ayame. El tiburón se mantuvo inamovible como una estatua y no parpadeó hasta que el propio Akame, en un destello de instinto de preservación decidió no dar vida al fuego de las sospechas que ahora abrazaba el cuerpo endeble y tembloroso de la guardiana. El gyojin asintió en silencio, mientras su nuevo aliado se perdía en los confines de la noche, dejándolo en soledad para enfrentar lo inevitable... a su pasado tocándole ahora a él la puerta. Una puerta que escondía recuerdos que debía afrontar y cercenar de raíz tarde o temprano.
Un giro lento y vertiginoso le obligó finalmente a mostrar su verdadero rostro. Era él. Era Kaido. Más alto, más musculado, más fuerte. Con un tatuaje tribal de dragón alado adornándole el brazo, y cuya tinta escondía los efectos de un poderoso jutsu que ahora mismo estaba trabajando a toda marcha para ahogar los pocos vestigios del verdadero Kaido que aún quedaban remanentes en su más profundo subconsciente. Pero con los mismos ojos de bestia asesina y con su distintiva sonrisa ponzoñosa y afilada.
Algunas cosas no cambiaban.
Como la debilidad de Ayame. Siempre sorprendida. Siempre inoportuna. Siempre llorando. Débil. Débil. Débil.
—Hola, prima. Cuánto tiempo —añadió de la forma más casual del mundo—. mírate, has crecido mucho. Eres toda una señorita ahora —le mintió descaradamente, haciendo uso de la nostalgia para sopesar la posibilidad de que las razones por las que estuviera vivo, de alguna forma, tengan una explicación—. una señorita impertinente, desde luego. ¿No te han enseñado a no meter las narices donde no te llaman, eh, pequeña estúpida? ¡Ese que se piró era el jodido santo grial de Tanzaku! y has hecho que lo pierda de vista. ¡Puta! —un paso atrás. Luego otro. Al ritmo de la intensa respiración de su antigua amiga—. hoy seguirás con vida por una cuestión de cortesía. Llamémoslo un comodín por los viejos tiempos. Que te quede claro que no habrá una próxima. Díselo a la zorra de Yui y a todas sus alimañas.
Un sello, y las últimas palabras, retoñas de una amistad quebrada de forma definitiva. De los últimos lazos que le unían a Amegakure quemándose por el aliento del dragón.
»Diles que Dragón Rojo está más vivo que nunca!
¤ Sunshin no Jutsu ¤ Técnica del Parpadeo Corporal - Tipo: Apoyo - Rango: D - Requisitos: Ninjutsu 40 - Gastos:
14 CK/20 metros
52 CK para huir de un combate
- Daños: - - Efectos adicionales: Cada uso restará 10 puntos de aguante durante los próximos 5 turnos - Sellos: Carnero/una mano - Velocidad: Instantánea
El Sunshin no Jutsu es una técnica basada en un movimiento ultrarrápido, permitiendo a un ninja moverse de cortas a largas distancias a unas velocidades casi imperceptibles. Para un observador cualquiera, resulta como si el usuario se hubiera teletransportado. En ocasiones, se utiliza una pequeña señal para camuflar los movimientos iniciales del usuario. Esta técnica se basa en el uso del chakra para vitalizar temporalmente el cuerpo y moverlo a velocidades extremas. La cantidad de chakra requerida depende en la distancia total y la elevación entre el usuario y el destino. La técnica puede usarse, además, para escapar del campo de batalla. Las diferentes villas tienen variaciones de esta técnica, e incluyen un elemento extra para distraer al oponente. En Konoha, se utiliza un rastro de hojas.
11/04/2019, 08:46 (Última modificación: 11/04/2019, 13:15 por Aotsuki Ayame. Editado 4 veces en total.)
Fue la silueta de Calabaza, la silueta de Uchiha Akame, la que se volvió hacia ella en primer lugar. Ayame ahogó una exclamación de sorpresa cuando distinguió el terrorífico brillo de dos orbes del color de la sangre observándola en la oscuridad. Apartó instantáneamente la mirada, sin dejar de temblar.
—Te veo donde antes —le oyó decir, y su voz ya no era la voz rota y débil de un pobre y atemorizado indigente que vivía de la calle.
—¡No, esp...! —quiso decir Ayame, extendiendo el brazo hacia delante en un ridículo amago de alcanzarle.
Pero el antiguo Profesional se diluyó entre las sombras del callejón.
Y Ayame se quedó a solas con un viejo amigo. Umikiba Kaido se giró hacia ella, y Ayame contuvo la respiración al ver el fantasma de un compañero al que había creído muerto hasta entonces. Seguía igual que siempre, aunque más crecido y más musculado. Lo más notorio; sin embargo, era el tatuaje tribal que lucía en uno de aquellos poderosos brazos: un dragón cuyos ojos parecían atravesarle el alma. Kaido esbozó una sonrisa... Pero no era aquella sonrisa socarrona suya, comprendió Ayame enseguida, aquella era una sonrisa afilada, cargada de malicia. Era la verdadera sonrisa de un tiburón.
—Hola, prima. Cuánto tiempo. —Al contrario que Akame, Kaido la habló. Y Ayame quiso acercarse a él, pero había algo en su instinto que le impedía hacerlo—. Mírate, has crecido mucho. Eres toda una señorita ahora.
Ya estaba. Ahora es cuando Kaido la calmaría diciéndole que seguía con ellos, que seguía en su misión de infiltración y que por alguna razón no había podido volver a entrar en contacto con Amegakure. Y Ayame desearía poder creerle, aunque todas las pruebas estaban apuntando en su contra. Pero...
—Una señorita impertinente, desde luego. ¿No te han enseñado a no meter las narices donde no te llaman, eh, pequeña estúpida? ¡Ese que se piró era el jodido santo grial de Tanzaku! Y has hecho que lo pierda de vista. ¡Puta! —Kaido empezó a retroceder. Un paso. Luego otro. Y Ayame fue incapaz de seguirle, paralizada en el sitio como estaba sin comprender qué era lo que estaba pasando—. Hoy seguirás con vida por una cuestión de cortesía. Llamémoslo un comodín por los viejos tiempos. Que te quede claro que no habrá una próxima. Díselo a la zorra de Yui y a todas sus alimañas. —Kaido formuló un sello con una de sus manos, y Ayame supo de inmediato que el Tiburón estaba por desaparecer...—. Diles que Dragón Rojo está más vivo que nunca!
Y con su desaparición, Ayame terminó dejándose caer al suelo de rodillas, temblando sin control. Acababa de reencontrarse con dos personas a las que creía muertas. Una de ellas especialmente importante para ella. Kaido... su amigo... su primo... la misma persona que acudió a salvar su vida de las fauces de otros miembros de su mismo clan...
¡Chac!
Algo se acababa de romper dentro de ella. Y dolía. Dolía mucho. Porque Ayame habría preferido que Umikiba Kaido siguiera muerto y seguir recordándole con aquella bravuconería suya a descubrir aquella traición.
Oh, pero si había algo en lo que se equivocaba el Tiburón era en sus pensamientos sobre ella. Porque Ayame tampoco era la misma que conoció. Puede que siguiera siendo tremendamente emocional e impulsiva, pero aquella muchacha había sido obligada a crecer, palo tras palo, hasta convertirse en la kunoichi que era entonces.
La kunoichi que se había guardado el primer As bajo la manga.
¡¡¡Puuufff!!!
Porque Akame y Kaido no habían sido los primeros en abandonar la escena.
2 AO: Creación de un Kage Bunshin y uso del Chisio Kuchiyose para abandonar la escena desde el primer turno.
11/04/2019, 16:19 (Última modificación: 19/04/2019, 17:01 por Uchiha Akame. Editado 1 vez en total.)
Akame esperaba en un callejón aledaño al conocido Club de la Trucha, allí donde había citado a Kaido antes de desaparecer. El Uchiha estaba visiblemente nervioso, aunque era difícil determinar si la fuente de su inquietud era la anticipación por lo que estaba a punto de hacer, la catarsis que esperaba alcanzar purgando sus demonios con fuego y sangre, o si por el contrario se debía a que Aotsuki Ayame le había visto y reconocido. «¿Qué cojones va a hacer ahora esa maldita? Si las Tres Grandes son aliadas de nuevo, la información va a correr. Uzu sabrá que estoy vivo... ¡Mierda, joder! ¡Me cago en todos los dioses habidos y por haber! Tendría que haberla matado allí mismo...»
El ninja renegado daba vueltas en círculos, con la mirada fija en el suelo y los brazos cruzados. Aquel suceso era un inconveniente mayor; las consecuencias iban a ser imprevisibles. «Tengo que ser precavido a partir de ahora, nada de dejarme ver, nada de dejar... Cabos sueltos. Tengo que largarme de este puto estercolero, pero antes... Antes hay unas cuantas deudas que saldar», y su Sharingan brilló en la oscuridad cuando escuchó pasos en el callejón.
—Ya era hora —realmente llevaba menos de un minuto esperando—. ¿Te has ocupado de tu amiga?
Akame no dudó en cuestionar al Tiburón. Según este, su lealtad ya no pertenecía a Amegakure sino a Sekiryu, pero Akame tenía sus dudas. ¿Realmente Kaido había sido capaz de traicionar a su Aldea?