9/04/2019, 23:39
El tiempo pasaba. El sello de inhibición del dolor pronto se extinguiría.
La noche era cada vez más oscura, sólo iluminada por las llamas de destrucción secundadas por una enorme explosión de proporciones colosales. De las ruinas derruidas de un Templo ancestral.
Akame corría y corría, arañando la densidad del abismo que abrazaba los cañones rocosos que rodeaban las Montañas de la Tierra. La Cumbre del Peregrino no era moco de pavo, escalarla en velo era peligroso. Era difícil.
Pero está en las leyes de la hermandad de que un Hermano del Desierto no abandona nunca al otro. Lástima que Datsue, en un futuro no muy lejano; no le pagaría a Akame con la misma moneda.
Pero así es la vida. Una hija de puta.
Las letras del enorme arco de ébano se quemaba por los residuos de la explosión. Akame encontró más adelante unas largas escaleras serpenteantes que acababan en una plaza, donde una estatua de un antiguo Lord había perdido varias de sus extremidades de piedra.
Más adelante, las tres enormes torres que componían al Templo de Hierro del País de la Tierra se alzaban vertiginosas, iluminadas como una antorcha en plena nocturnidad. La de en medio, más afectada al ser el epicentro de la desgracia; empezaba a caerse de a pedazos.
Datsue empezó a escuchar, tras su larga espera, los cimientos de piedra y cemento gritar de dolor. Estaban soportando el peso de la desgracia y en cualquier momento, esa jodida torre se le iba a venir encima. Y no se podía mover. Y no había rastro de Nahana. La misión peligraba. Su vida también.
Cara o sello. Vida o muerte. ¿O no era tan simple? ¿O Datsue le debía tanto a Soroku que salvar a Nahana, o a su cadáver, era absolutamente necesario? ¿podría hacerlo?
Akame estaba cerca. Muy cerca.
La noche era cada vez más oscura, sólo iluminada por las llamas de destrucción secundadas por una enorme explosión de proporciones colosales. De las ruinas derruidas de un Templo ancestral.
Akame corría y corría, arañando la densidad del abismo que abrazaba los cañones rocosos que rodeaban las Montañas de la Tierra. La Cumbre del Peregrino no era moco de pavo, escalarla en velo era peligroso. Era difícil.
Pero está en las leyes de la hermandad de que un Hermano del Desierto no abandona nunca al otro. Lástima que Datsue, en un futuro no muy lejano; no le pagaría a Akame con la misma moneda.
Pero así es la vida. Una hija de puta.
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鉄寺
Templo del Hie....
Templo del Hie....
Las letras del enorme arco de ébano se quemaba por los residuos de la explosión. Akame encontró más adelante unas largas escaleras serpenteantes que acababan en una plaza, donde una estatua de un antiguo Lord había perdido varias de sus extremidades de piedra.
Más adelante, las tres enormes torres que componían al Templo de Hierro del País de la Tierra se alzaban vertiginosas, iluminadas como una antorcha en plena nocturnidad. La de en medio, más afectada al ser el epicentro de la desgracia; empezaba a caerse de a pedazos.
Datsue empezó a escuchar, tras su larga espera, los cimientos de piedra y cemento gritar de dolor. Estaban soportando el peso de la desgracia y en cualquier momento, esa jodida torre se le iba a venir encima. Y no se podía mover. Y no había rastro de Nahana. La misión peligraba. Su vida también.
Cara o sello. Vida o muerte. ¿O no era tan simple? ¿O Datsue le debía tanto a Soroku que salvar a Nahana, o a su cadáver, era absolutamente necesario? ¿podría hacerlo?
Akame estaba cerca. Muy cerca.