30/10/2015, 01:00
Los minutos pasaban, y su única compañía eran las efímeras gotas de lluvia que caían sobre ella sin descanso. Nadie se presentaba en el lugar, y conforme se alargaba el tiempo, Ayame se removía en el sitio, cada vez más nerviosa. Al final terminó por desenganchar la cantimplora que llevaba colgada tras la espalda y le dio un par de ávidos sorbos sin dejar de mirar a su alrededor.
Y casi se atragantó cuando escuchó una voz familiar a unos pocos metros de su posición.
—D... ¿Durru-san? —balbuceó, incapaz de creer lo que veían sus ojos—. ¿Qué sign...?
Las palabras murieron en sus labios, como diluidas por la lluvia. No había podido evitar tener una primera impresión horrorizada de que podría haber sido Daruu quien le había robado la bandana, y las dudas incluso habían llegado a bombardear su mente como una cascada de preguntas. Pero su compañero de aldea parecía igual de confundido que ella. Y, lo que era aún más sorprendente...
Él tampoco llevaba la bandana sobre su frente.
—¿A ti también te han robado la bandana? —preguntó, con un hilo de voz, tras haber registrado todo su cuerpo.
Inspiró, dispuesta a volver a hablar, pero una nueva voz la sobresaltó. Tenía un extraño deje arcaico, y cuando Ayame se giró en su dirección se sorprendió al descubrir a un chico de aproximadamente su misma edad. Lo que más llamó su atención fue la melena que lucía, de un color rojo como la sangre, y que se mecía tras su espalda como una llamarada con cada paso que daba. En un lugar siempre lúgubre y gris como Amegakure, el pelo de aquel era como un foco en mitad de una noche cerrada.
Enseguida los recuerdos volvieron a su mente, desde luego no podía olvidar a alguien que parecía tener fuego por pelo. Habían coincidido en la academia, aunque no lograba recordar su nombre.
—N... nosotros no hemos sido —dijo, y su tono de voz sonó mucho peor de lo que habría querido. Enseguida se apresuró a señalar tanto a Daruu como a sí misma para evitar confusiones innecesarias—. A nosotros también nos han quitado las bandanas. ¿Tenéis alguna idea de quién puede haber sido? De hecho dejaron una nota en mi habitación... pero no estaba firmada.
Agitó suavemente el papel, que aún sujetaba en su diestra. La lluvia había convertido el papel en apenas una lámina de gelatina, pero las palabras aún eran legibles en ella.
Y casi se atragantó cuando escuchó una voz familiar a unos pocos metros de su posición.
—D... ¿Durru-san? —balbuceó, incapaz de creer lo que veían sus ojos—. ¿Qué sign...?
Las palabras murieron en sus labios, como diluidas por la lluvia. No había podido evitar tener una primera impresión horrorizada de que podría haber sido Daruu quien le había robado la bandana, y las dudas incluso habían llegado a bombardear su mente como una cascada de preguntas. Pero su compañero de aldea parecía igual de confundido que ella. Y, lo que era aún más sorprendente...
Él tampoco llevaba la bandana sobre su frente.
—¿A ti también te han robado la bandana? —preguntó, con un hilo de voz, tras haber registrado todo su cuerpo.
Inspiró, dispuesta a volver a hablar, pero una nueva voz la sobresaltó. Tenía un extraño deje arcaico, y cuando Ayame se giró en su dirección se sorprendió al descubrir a un chico de aproximadamente su misma edad. Lo que más llamó su atención fue la melena que lucía, de un color rojo como la sangre, y que se mecía tras su espalda como una llamarada con cada paso que daba. En un lugar siempre lúgubre y gris como Amegakure, el pelo de aquel era como un foco en mitad de una noche cerrada.
Enseguida los recuerdos volvieron a su mente, desde luego no podía olvidar a alguien que parecía tener fuego por pelo. Habían coincidido en la academia, aunque no lograba recordar su nombre.
—N... nosotros no hemos sido —dijo, y su tono de voz sonó mucho peor de lo que habría querido. Enseguida se apresuró a señalar tanto a Daruu como a sí misma para evitar confusiones innecesarias—. A nosotros también nos han quitado las bandanas. ¿Tenéis alguna idea de quién puede haber sido? De hecho dejaron una nota en mi habitación... pero no estaba firmada.
Agitó suavemente el papel, que aún sujetaba en su diestra. La lluvia había convertido el papel en apenas una lámina de gelatina, pero las palabras aún eran legibles en ella.