17/04/2019, 02:57
Cuando Kaido se encontró con la confusión en los ojos de Muñeca, tuvo que pegarse una mirada a él mismo por un segundo. Vaya imbécil. ¡Vaya imbécil! si es que llevaba puesta la puta ropa casual de Kincho. Tenía tantas cosas en la cabeza que realmente creía haber ido ya vestido con el jodido uniforme oficial. Pero resultaba que no. Que el uniforme estaba conformado por dos piezas de color beis con la identificación de País del Viento y el nombre del Yermo bordado a la espalda. La taquilla del supuesto Mushaki tenía además de las prendas los artilugios básicos, menos las armas, que tendrían luego que retirar del salón especial dentro de la prisión donde se guardaban.
Los ojos cerúleos del gyojin se postraron por un instante en las fotos del difunto junto a su familia. Tenía a una esposa, embarazada, y lucían felices. En la cárcel en la que habitaba su parte más humana, la del verdadero Kaido, alguien se revolvía del remordimiento. Kaido había sido siempre una bestia, aunque no una que derramaba sangre a diestra y siniestra. Un Tiburón cazaba cuando debía saciar su hambre. Umikiba Kaido cazaba cuando lo consideraba justo y necesario.
El bautizo draconiano, sin embargo, lo apaciguaba todo. No importa cuántas moscas cayeran a su paso mientras alcanzase la metal final. ¿Y cuál era, esa meta? ¿la alcanzaría realmente alguna vez? ¿o esa era la verdad absoluta tras el círculo vicioso que te envuelve al unirte a Dragón Rojo?
Pronto lo iba a averiguar.
—Voy a cambiarme. Espérame aquí —dijo, rebuscándose en la taquilla de Kincho y tomándose su tiempo para adecuar el atuendo. Cogió su silbato, las llaves y volvió a donde Muñeca, ya transformada, le esperaba—. cuida la retaguardia mientras estemos ahí fuera. Mantén la cabeza fría y no dejes que nada te perturbe para que no estreses la transformación. Y tu llave, mírala —se la señaló con la mano derecha, a la vez de que sostenía el manojo suyo—. ya tenemos acceso al segundo piso. Ahí se encuentra él.
Los ojos cerúleos del gyojin se postraron por un instante en las fotos del difunto junto a su familia. Tenía a una esposa, embarazada, y lucían felices. En la cárcel en la que habitaba su parte más humana, la del verdadero Kaido, alguien se revolvía del remordimiento. Kaido había sido siempre una bestia, aunque no una que derramaba sangre a diestra y siniestra. Un Tiburón cazaba cuando debía saciar su hambre. Umikiba Kaido cazaba cuando lo consideraba justo y necesario.
El bautizo draconiano, sin embargo, lo apaciguaba todo. No importa cuántas moscas cayeran a su paso mientras alcanzase la metal final. ¿Y cuál era, esa meta? ¿la alcanzaría realmente alguna vez? ¿o esa era la verdad absoluta tras el círculo vicioso que te envuelve al unirte a Dragón Rojo?
Pronto lo iba a averiguar.
—Voy a cambiarme. Espérame aquí —dijo, rebuscándose en la taquilla de Kincho y tomándose su tiempo para adecuar el atuendo. Cogió su silbato, las llaves y volvió a donde Muñeca, ya transformada, le esperaba—. cuida la retaguardia mientras estemos ahí fuera. Mantén la cabeza fría y no dejes que nada te perturbe para que no estreses la transformación. Y tu llave, mírala —se la señaló con la mano derecha, a la vez de que sostenía el manojo suyo—. ya tenemos acceso al segundo piso. Ahí se encuentra él.