19/04/2019, 16:37
Toc, toc, toc.
Alguien llamó a la puerta.
—¿Puedo pasar, Gūzen-kun? —soltó una voz frágil, con el tono de Tākoizu Nahana. Casi que parecía que no era ella quien estaba hablando. Carecía de convicción. Su espíritu estaba roto. Ya no era la gran Herrera del Estandarte del Hierro, sino una madre agobiada por la duda y adolorida por los vestigios de pérdida que inundaban su cabeza.
Alguien llamó a la puerta.
—¿Puedo pasar, Gūzen-kun? —soltó una voz frágil, con el tono de Tākoizu Nahana. Casi que parecía que no era ella quien estaba hablando. Carecía de convicción. Su espíritu estaba roto. Ya no era la gran Herrera del Estandarte del Hierro, sino una madre agobiada por la duda y adolorida por los vestigios de pérdida que inundaban su cabeza.