19/04/2019, 17:09
Una mujer de aspecto fútil se introdujo en la habitación del Hospital, cojeando. Allí en donde Datsue había conocido a esa mujer altísima, férrea e imponente; ahora quedaba una minúscula partícula encorbada y abatida que se dirigía a paso lento hacia él. Los ojos castaños de Nahana se asomaron a los de el desconocido llamado Akame, muchacho a quien no había tenido el placer de conocer y al que le estaba inmensamente agradecida por auxiliarlos. Aún desconocía cómo les había llevado tan rápido hasta Uzushiogakure —los médicos se habían encargado de explicarle todo lo sucedido, o al menos lo que pudo reportar Akame a las autoridades de turno—. y durante esos tres días en soledad, tuvo todo el tiempo necesario para atar cabos y desvelar ciertas realidades que, viéndolo ahora, resultaban un tanto obvias.
De que Gūzen, aquél pupilo que le habían traído hasta su antiguo hogar, no era del todo un pordiosero como se lo habían pintado. En el fondo se sentía traicionada, y se había recriminado el hecho de haberse permitido encariñar con él, y de quererlo como a un hijo durante ese mes que estuvieron entrenando en las artes de la herrería.
¿Pero podía culparle?
No.
Debía agradecerle. Después de todo, le había salvado la vida.
—Pero no te llamas así realmente, ¿verdad? —dijo, un tanto decepcionada.
De que Gūzen, aquél pupilo que le habían traído hasta su antiguo hogar, no era del todo un pordiosero como se lo habían pintado. En el fondo se sentía traicionada, y se había recriminado el hecho de haberse permitido encariñar con él, y de quererlo como a un hijo durante ese mes que estuvieron entrenando en las artes de la herrería.
¿Pero podía culparle?
No.
Debía agradecerle. Después de todo, le había salvado la vida.
—Pero no te llamas así realmente, ¿verdad? —dijo, un tanto decepcionada.