19/04/2019, 18:11
El destino actuaba como una perra en celo que aún estaba herida al enterarse de que alguien le había puesto los cuernos. Ese alguien era Kaido. O Kincho. O ambos.
Una tras otra, las dificultades se le seguían apilando. Una tras otra, los hilos del destino trataban de hacerlo fallar a toda costa. Y con cada obstáculo que evitaba, con cada barrera que superaba, se le alzaba otra en el camino. Pero a la mierda. Las iba a romper todas. Una tras otra. Hasta alcanzar a su objetivo. Hasta cumplir su propósito. Hasta convertirse en toda legalidad en un Cabeza de Dragón.
Kincho alzó su brazo izquierdo, y puso cara de confusión. ¿Qué era lo que estaba viendo el hombre, realmente?
La ballesta estaba en su muñeca izquierda.
«Por fin sirve para algo haber nacido zurdo» —meditó, mientras se pegaba la vuelta y tomaba la decisión de empezar a patrullar, como lo haría todo guardia hasta dar con los portones que daban entrada a la enorme sala común.
Una tras otra, las dificultades se le seguían apilando. Una tras otra, los hilos del destino trataban de hacerlo fallar a toda costa. Y con cada obstáculo que evitaba, con cada barrera que superaba, se le alzaba otra en el camino. Pero a la mierda. Las iba a romper todas. Una tras otra. Hasta alcanzar a su objetivo. Hasta cumplir su propósito. Hasta convertirse en toda legalidad en un Cabeza de Dragón.
Kincho alzó su brazo izquierdo, y puso cara de confusión. ¿Qué era lo que estaba viendo el hombre, realmente?
La ballesta estaba en su muñeca izquierda.
«Por fin sirve para algo haber nacido zurdo» —meditó, mientras se pegaba la vuelta y tomaba la decisión de empezar a patrullar, como lo haría todo guardia hasta dar con los portones que daban entrada a la enorme sala común.