19/04/2019, 20:50
(Última modificación: 19/04/2019, 20:55 por Umikiba Kaido. Editado 1 vez en total.)
—Cuídate, Datsue. Estoy segura de que nos volveremos a ver.
La mujer, su maestra... se dio vuelta y tomó rumbo hacia un destino incierto.
Ahora junto a un nuevo acompañante. Junto a Uchiha Akame.
Pasada otra noche, un nuevo amanecer tocó a las puertas de Uchiha Datsue. El sol atravesando su ventana, el bullicio de las enfermeras yendo y viniendo, cambiándole las vendas y acomodándole la almohada y las sábanas le obligó a abandonar el sopor.
Por suerte, los huesos rotos y magulladuras que afectaban el cuerpo de un ninja eran de las heridas más sencillas de cuidar, y con un buen ninjutsu médico, la recuperación suponía ser más rápida de lo normal. Esa mañana sintió que podía respirar mejor sin vendas que atizaran todo su torso, por lo que entendió que lo que creyó por un momento eran fracturas en dos de sus costillas probablemente habrían sido fisuras leves. Ahora podía recostarse y estirar la única pierna libre, pues la otra, realmente jodida por la caída; aún seguía enyesada.
Afuera de la habitación se escuchaban unos cuchicheos. Era la de una voz familiar, luchando y vociferando con uno de los residentes encargados para que se le permitiera entrar en un horario que no fuera de visita.
Después de todo, había algunos rinconcitos de Uzushiogakure donde Hanabi no tenía demasiada potestad para usar su influencia como Kage. Aunque esa ocasión se salió con la suya.
La figura endeble del líder de Uzushiogakure no sato se introdujo en la habitación.
—Datsue-kun —sonrisa afable, y mirada en ristre. Largos cabellos cándidos y vívidos como las llamas mismas. Una mirada de carácter ígneo, aunque apaciguada por los calmantes.
Nahana casi no habló durante el viaje. Tampoco durante la noche que tuvieron que hospedarse en un motelucho por encontrarse con mal tiempo que les hizo coger la noche.
De hecho, Akame no creyó haberla escuchado sino hasta que se encontraron muy cerca del pueblo de los Herreros, pues el humo de las numerosas fraguas ya se encontraba intoxicando los cielos matutinos del País del Remolino así lo certificaban.
—Creo que la última vez que estuve aquí fue hace unos veinte años. Y todo luce exactamente como antes.
La mujer, su maestra... se dio vuelta y tomó rumbo hacia un destino incierto.
Ahora junto a un nuevo acompañante. Junto a Uchiha Akame.
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Pasada otra noche, un nuevo amanecer tocó a las puertas de Uchiha Datsue. El sol atravesando su ventana, el bullicio de las enfermeras yendo y viniendo, cambiándole las vendas y acomodándole la almohada y las sábanas le obligó a abandonar el sopor.
Por suerte, los huesos rotos y magulladuras que afectaban el cuerpo de un ninja eran de las heridas más sencillas de cuidar, y con un buen ninjutsu médico, la recuperación suponía ser más rápida de lo normal. Esa mañana sintió que podía respirar mejor sin vendas que atizaran todo su torso, por lo que entendió que lo que creyó por un momento eran fracturas en dos de sus costillas probablemente habrían sido fisuras leves. Ahora podía recostarse y estirar la única pierna libre, pues la otra, realmente jodida por la caída; aún seguía enyesada.
Afuera de la habitación se escuchaban unos cuchicheos. Era la de una voz familiar, luchando y vociferando con uno de los residentes encargados para que se le permitiera entrar en un horario que no fuera de visita.
Después de todo, había algunos rinconcitos de Uzushiogakure donde Hanabi no tenía demasiada potestad para usar su influencia como Kage. Aunque esa ocasión se salió con la suya.
La figura endeble del líder de Uzushiogakure no sato se introdujo en la habitación.
—Datsue-kun —sonrisa afable, y mirada en ristre. Largos cabellos cándidos y vívidos como las llamas mismas. Una mirada de carácter ígneo, aunque apaciguada por los calmantes.
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Nahana casi no habló durante el viaje. Tampoco durante la noche que tuvieron que hospedarse en un motelucho por encontrarse con mal tiempo que les hizo coger la noche.
De hecho, Akame no creyó haberla escuchado sino hasta que se encontraron muy cerca del pueblo de los Herreros, pues el humo de las numerosas fraguas ya se encontraba intoxicando los cielos matutinos del País del Remolino así lo certificaban.
—Creo que la última vez que estuve aquí fue hace unos veinte años. Y todo luce exactamente como antes.