19/04/2019, 20:59
(Última modificación: 19/04/2019, 21:04 por Uchiha Akame. Editado 1 vez en total.)
Un camino en silencio no era causa de malestar para Uchiha Akame, que apreciaba de igual forma las conversaciones interesantes y los silencios cómodos. En la línea de su forma de pensar, siempre pragmática, el jōnin era de los que pensaban que callar era la mejor opción cuando no se tenía nada que decir. Él, por su parte, había accedido a ello únicamente bajo la premisa de que Datsue quedara tranquilo en Uzu y no pusiera impedimentos a su recuperación. Akame se veía envuelto, una vez más, en los asuntos de la Marca del Hierro por el bienestar de su Hermano. Lo aceptaba con estoica resignación y él mismo se daba la justificación de que lo hacía, ni más ni menos, que por Datsue. Con eso le bastaba, así eran ellos dos.
Cuando por fin llegaron a Los Herreros, Nahana rompió su voto de silencio para apreciar la inmutabilidad de aquel lugar. Akame no supo cómo tomarse aquel comentario, dado que no conocía a la herrera y no sabía si era propensa a dobles sentidos o si por el contrario, se trataba de una persona directa. Eso, unido a sus deplorables habilidades comunicativas, hacía que el Uchiha hubiese estado bien cómodo en el mutis; ahora, se veía obligado a romperlo.
—Supongo que hay cosas que no cambian. Aunque, si te voy a ser sincero —agregó, rascándose la nuca—. Cada vez que oigo de vosotros, los de la Marca del Hierro, y de vuestros asuntos, es porque hay un lío gordísimo en marcha. Viendo en la clase de problemas en los que parece que os metéis constantemente, creo que puede considerarse casi un maldito milagro que este sitio siga piedra sobre piedra después de tantos años.
Conforme se acercaban a la ciudad, el jōnin parecía más y más inquieto. Algo no le gustaba.
—Deberíamos darnos prisa. ¿Dónde encontraremos al bueno de Soroku-dono?
Cuando por fin llegaron a Los Herreros, Nahana rompió su voto de silencio para apreciar la inmutabilidad de aquel lugar. Akame no supo cómo tomarse aquel comentario, dado que no conocía a la herrera y no sabía si era propensa a dobles sentidos o si por el contrario, se trataba de una persona directa. Eso, unido a sus deplorables habilidades comunicativas, hacía que el Uchiha hubiese estado bien cómodo en el mutis; ahora, se veía obligado a romperlo.
—Supongo que hay cosas que no cambian. Aunque, si te voy a ser sincero —agregó, rascándose la nuca—. Cada vez que oigo de vosotros, los de la Marca del Hierro, y de vuestros asuntos, es porque hay un lío gordísimo en marcha. Viendo en la clase de problemas en los que parece que os metéis constantemente, creo que puede considerarse casi un maldito milagro que este sitio siga piedra sobre piedra después de tantos años.
Conforme se acercaban a la ciudad, el jōnin parecía más y más inquieto. Algo no le gustaba.
—Deberíamos darnos prisa. ¿Dónde encontraremos al bueno de Soroku-dono?