20/04/2019, 21:13
Qué suerte que Kiroe no era la Arashikage. Qué suerte que aquél sombrero lo tuviera ella, Yui, la única capaz de tomar la decisión final.
La Hōzuki pegó un tremendo sopetón al escritorio como el juez que dicta sentencia con el martillo, confirmando la sospecha de que estaba hecho a la medida de los golpes que recibía. Torció el cuerpo entero, y su haori se aleteó con la brusquedad del movimiento; desvelando los detalles más sinuosos de su vestimenta. El kimono azul añejo estampado de nubes de tormenta y el obi hebrado que le envolvía la cintura, aupada por un par de Wakizashi. Ambas manos sostendrían los mangos de cada una, mientras perpetuaba una de las sonrisas de complacencia más evidentes que pudieran ver ellos jamás.
—Creo que sabéis muy bien que soy una mujer desconfiada. Que no deposito mis esperanzas en cualquiera y que los méritos en mi aldea os lo tenéis que ganar a pulso, con sudor y sangre. En la vida de mis shinobi todos tienen una única oportunidad de demostrarme su valía. La vuestra ha llegado ahora —los ojos de la Arashikage vieron de refilón la esquina en donde Shanise solía pararse para disuadirla de todas sus locuras. Le causó gracia imaginar todo lo que estuviera diciéndole ahora mismo si escuchase que ya se había hecho la idea de dar la oportunidad a Daruu y a Ayame de consumar su propia venganza personal. Diría que estaba mal. Que estaba echando fuego a una leña indeseada y peligrosa para dos jóvenes como ellos. Que Naia seguía viva después de tanto tiempo no por ser precisamente la kunoichi más sencilla de cazar. Que si Ayame. Que si el bijuu era demasiado importante como para usarlo de ficha en una jugada tan peligrosa como aquella. Shani tenía razón, siempre tenía razón.—. fallad, y no encontraréis en mí más que decepción. Y suelo perder mis cabales cuando gente importante me decepciona.
Siempre tenía razón. Pero esa vez no.
Esa vez imperaba el sentido de justicia. No era venganza, era poner las cosas en su lugar. Era el deseo de un gran hijo de pagar con la misma moneda al sacrificio de una madre amorosa y caritativa, capaz de vivir por todas las eternidades en la más incipiente oscuridad para que su retoño no conociera realmente como es vivir en el abismo.
Esa vez imperaba el sentido de la superación. No era debilidad, era dar fuelle a una kunoichi que no sabía lo fuerte que era, y lo fuerte que podía llegar a ser si confiara un poco más en sus propias capacidades. Era dejar de pensar en Ayame como un cascarón al qué proteger, y verla más como alguien capaz de proteger a otros con su poder. Y la única forma de vislumbrar lo que hay detrás de ese telón, era dejándola entender que, tal vez, realmente sí estaba lista.
—Amedama, Aotsuki. Escuchad bien. Esta es una misión de vital importancia para Amegakure no sato. La traición es el pecado con más alto precio al pagador, y Nakura Naia ha estado rehuyendo de su deuda durante demasiado tiempo. Es hora de hacerla pagar, y con intereses. ¡Amedama, Aotsuki! —repitió, con voz de demanda. Con temple de líder—. les asigno vuestra primera misión de rango A. Os comando a encontrar la guarida de la traidora y traerla viva, o muerta. Todo shinobi aliado a sus objetivos también debe ser eliminado. ¿Está claro?
¡Bam!
La Hōzuki pegó un tremendo sopetón al escritorio como el juez que dicta sentencia con el martillo, confirmando la sospecha de que estaba hecho a la medida de los golpes que recibía. Torció el cuerpo entero, y su haori se aleteó con la brusquedad del movimiento; desvelando los detalles más sinuosos de su vestimenta. El kimono azul añejo estampado de nubes de tormenta y el obi hebrado que le envolvía la cintura, aupada por un par de Wakizashi. Ambas manos sostendrían los mangos de cada una, mientras perpetuaba una de las sonrisas de complacencia más evidentes que pudieran ver ellos jamás.
—Creo que sabéis muy bien que soy una mujer desconfiada. Que no deposito mis esperanzas en cualquiera y que los méritos en mi aldea os lo tenéis que ganar a pulso, con sudor y sangre. En la vida de mis shinobi todos tienen una única oportunidad de demostrarme su valía. La vuestra ha llegado ahora —los ojos de la Arashikage vieron de refilón la esquina en donde Shanise solía pararse para disuadirla de todas sus locuras. Le causó gracia imaginar todo lo que estuviera diciéndole ahora mismo si escuchase que ya se había hecho la idea de dar la oportunidad a Daruu y a Ayame de consumar su propia venganza personal. Diría que estaba mal. Que estaba echando fuego a una leña indeseada y peligrosa para dos jóvenes como ellos. Que Naia seguía viva después de tanto tiempo no por ser precisamente la kunoichi más sencilla de cazar. Que si Ayame. Que si el bijuu era demasiado importante como para usarlo de ficha en una jugada tan peligrosa como aquella. Shani tenía razón, siempre tenía razón.—. fallad, y no encontraréis en mí más que decepción. Y suelo perder mis cabales cuando gente importante me decepciona.
Siempre tenía razón. Pero esa vez no.
Esa vez imperaba el sentido de justicia. No era venganza, era poner las cosas en su lugar. Era el deseo de un gran hijo de pagar con la misma moneda al sacrificio de una madre amorosa y caritativa, capaz de vivir por todas las eternidades en la más incipiente oscuridad para que su retoño no conociera realmente como es vivir en el abismo.
Esa vez imperaba el sentido de la superación. No era debilidad, era dar fuelle a una kunoichi que no sabía lo fuerte que era, y lo fuerte que podía llegar a ser si confiara un poco más en sus propias capacidades. Era dejar de pensar en Ayame como un cascarón al qué proteger, y verla más como alguien capaz de proteger a otros con su poder. Y la única forma de vislumbrar lo que hay detrás de ese telón, era dejándola entender que, tal vez, realmente sí estaba lista.
—Amedama, Aotsuki. Escuchad bien. Esta es una misión de vital importancia para Amegakure no sato. La traición es el pecado con más alto precio al pagador, y Nakura Naia ha estado rehuyendo de su deuda durante demasiado tiempo. Es hora de hacerla pagar, y con intereses. ¡Amedama, Aotsuki! —repitió, con voz de demanda. Con temple de líder—. les asigno vuestra primera misión de rango A. Os comando a encontrar la guarida de la traidora y traerla viva, o muerta. Todo shinobi aliado a sus objetivos también debe ser eliminado. ¿Está claro?