20/04/2019, 21:14
¡BAM!
Las manos de Amekoro Yui se estrellaron contra el escritorio, y Ayame se sobresaltó bruscamente. Pese al impacto, la madera resistió estoica el embite de la Arashikage. Desde luego no debía de ser el primer golpe que recibía... ni sería el último. La mujer se encorvó y apoyó sendas manos en las empuñaduras de las wakizashi que siempre llevaba consigo.
«Nos... ¿Nos va a atacar?» Se preguntó Ayame, que aún tenía muy vívido el recuerdo de aquel día, en aquel mismo despacho, donde estuvo a punto de perder la cabeza a manos de aquella misma mujer.
—Creo que sabéis muy bien que soy una mujer desconfiada —dijo Yui—. Que no deposito mis esperanzas en cualquiera y que los méritos en mi aldea os lo tenéis que ganar a pulso, con sudor y sangre. En la vida de mis shinobi todos tienen una única oportunidad de demostrarme su valía. La vuestra ha llegado ahora: fallad, y no encontraréis en mí más que decepción. Y suelo perder mis cabales cuando gente importante me decepciona.
»Amedama, Aotsuki. Escuchad bien. Esta es una misión de vital importancia para Amegakure no sato. La traición es el pecado con más alto precio al pagador, y Nakura Naia ha estado rehuyendo de su deuda durante demasiado tiempo. Es hora de hacerla pagar, y con intereses. ¡Amedama, Aotsuki! —repitió, y su voz resonó como el estallido de un trueno—. Les asigno vuestra primera misión de rango A. Os comando a encontrar la guarida de la traidora y traerla viva, o muerta. Todo shinobi aliado a sus objetivos también debe ser eliminado. ¿Está claro?
Y Ayame, lejos de echarse a temblar como solía hacer, no pudo reprimir una sonrisa que asomó a sus labios. Una sonrisa afilada, cargada de determinación. Y es que las palabras de Amekoro Yui, lejos de aterrorizarla como solían hacer, habían alimentado como combustible un fuego que llevaba en su interior. No. No un fuego. Un torrente salvaje. Una tempestad.
Daruu y ella se levantaron al unísono, cuadrándose en un saludo militar perfecto y sincronizado.
—¡Así se hará, Arashikage-sama!
—¡No la defraudaremos, Arashikage-sama!
Las Náyades encontrarían su perdición a manos de la Sirena.