20/04/2019, 21:28
—Lo cierto, Arashikage-sama, es que nosotros no llegamos a verlas directamente. Pero la descripción que nos dio Yuki parece coincidir —se adelantó a contestar Ayame, puntualizando a los retratos de las dos mujeres que ocupaban las páginas señaladas por Yui—: Shiramu Nioka, la mujer "super grande" y de pelo negro y liso. Y Jyudan Shannako la mujer delgaducha con el pelo castaño y corto.
—Bueno, no las hemos visto directamente, pero eso no es problema
Lo que vino luego fue, desde luego, una escena bastante peculiar e indigna del santuario de Yui. A la Arashikage se le iluminaron los ojos cuando aquél gato albino apareció frente a ellos, y cuando se encaramó a Ayame, ésta se cruzó de brazos. La sonrisa se le ensanchó hasta las orejas y aunque realmente estaba fascinada por lo bonito que era Yuki, lo cierto es que su cara lucía más como la de una mujer que desollaba gatos como hobbie que a la de una que le habría gustado tener el tiempo y la paciencia para poder cuidar de una jodida mascota.
—Coño, pero miren qué cosica más linda tenemos aquí. ¿No será tu hermano usando el henge, Ayame?
——Ehm... Yuki. ¿Crees que es este el momento más apropiado?
—¡Ay miau madre! —titubeó—. Nyusted debe... debe ser... Nyui-sama... ¡Nyo siento! ¡Nye-nyencantado de conyocerla!
—No te entiendo una puta mierda, gato. ¡Habla bien!
——Yuki, ¿podrías decirme si...?
—¡—¡NYAAAAA! ¡Son las que le sacaron los nyojos al nyinyo!
Daruu suspiró, y Yui le acabó acompañando en el gesto. Esa era toda la confirmación que necesitaba. Esas dos zorras inmundas seguían tan vivas como Naia. La Hōzuki se acercó hasta los linderos de Daruu y perpetuó sus ojos en los purpúreos de él. En el regalo de su madre.
—Bien. Tengo un par de shinobi encubiertos en la ciudad que pueden auxiliarlos si lo necesitan, pero tómenlo como un comodín que usarían sólo si es de vida o muerte. Son operaciones en clandestinidad que tienen cociéndose mucho tiempo e inmolarlas significaría perder el trabajo de años —volvió a remover los papeles y esta vez sacó una tarjeta de bolsillo pequeña. Tenía un símbolo abstracto de tinta negra que se asemejaba a una grulla y que sólo revelaba el símbolo a contraluz. Se lo entregó al Amedama—. en ese caso, pregunten por Senbazuru en el salón del Arte Kusadama, en el Distrito Norte; y mostrad esa ficha.
»Quiero una ejecución perfecta, Amedama. Naia no es estúpida. Que haya instalado su guarida en el corazón de Shinogi-To tiene un sólo propósito, y es que cualquier ficha que pudiéramos mover si descubriésemos su locación tendría que hacerse con el agravante de que estamos realizando una operación en el jodido patio del Señor Feudal. Si algo sale mal, nos puede saltar la mierda a todos. Así que, precaución. Y mucha cabeza. ¿Está claro?
Vaya que tenía que estarlo. Clarísimo como el agua que Ayame pregonaba ser.
El ajuste de cuentas era muy lindo en la cabeza de todos. Pero poco a poco los matices de aquella misión la convertían en un encargo sumamente peligroso. Con muchas trabas de por medio. Shinogi-To era una ciudad atiborrada de gente y con demasiados negocios turbios cociéndose a diario en sus calles. Allí, todo el mundo vivía alerta.
Cientos de interrogantes emergían a la superficie. ¿Cuánto tiempo llevarían las Náyades apostadas en Shinogi-To? ¿qué tan amplia y profunda sería su red de seguridad, y cuántos podía tener trabajando para ellas dentro de los muros de aspecto medieval que conformaban aquél bastión de Tormentas?
Ayame y Daruu tendrían que meditar, planificar y plasmar un esquema para abordar aquella misión de rango A si querían tener éxito.
—Bueno, no las hemos visto directamente, pero eso no es problema
Lo que vino luego fue, desde luego, una escena bastante peculiar e indigna del santuario de Yui. A la Arashikage se le iluminaron los ojos cuando aquél gato albino apareció frente a ellos, y cuando se encaramó a Ayame, ésta se cruzó de brazos. La sonrisa se le ensanchó hasta las orejas y aunque realmente estaba fascinada por lo bonito que era Yuki, lo cierto es que su cara lucía más como la de una mujer que desollaba gatos como hobbie que a la de una que le habría gustado tener el tiempo y la paciencia para poder cuidar de una jodida mascota.
—Coño, pero miren qué cosica más linda tenemos aquí. ¿No será tu hermano usando el henge, Ayame?
——Ehm... Yuki. ¿Crees que es este el momento más apropiado?
—¡Ay miau madre! —titubeó—. Nyusted debe... debe ser... Nyui-sama... ¡Nyo siento! ¡Nye-nyencantado de conyocerla!
—No te entiendo una puta mierda, gato. ¡Habla bien!
——Yuki, ¿podrías decirme si...?
—¡—¡NYAAAAA! ¡Son las que le sacaron los nyojos al nyinyo!
Daruu suspiró, y Yui le acabó acompañando en el gesto. Esa era toda la confirmación que necesitaba. Esas dos zorras inmundas seguían tan vivas como Naia. La Hōzuki se acercó hasta los linderos de Daruu y perpetuó sus ojos en los purpúreos de él. En el regalo de su madre.
—Bien. Tengo un par de shinobi encubiertos en la ciudad que pueden auxiliarlos si lo necesitan, pero tómenlo como un comodín que usarían sólo si es de vida o muerte. Son operaciones en clandestinidad que tienen cociéndose mucho tiempo e inmolarlas significaría perder el trabajo de años —volvió a remover los papeles y esta vez sacó una tarjeta de bolsillo pequeña. Tenía un símbolo abstracto de tinta negra que se asemejaba a una grulla y que sólo revelaba el símbolo a contraluz. Se lo entregó al Amedama—. en ese caso, pregunten por Senbazuru en el salón del Arte Kusadama, en el Distrito Norte; y mostrad esa ficha.
»Quiero una ejecución perfecta, Amedama. Naia no es estúpida. Que haya instalado su guarida en el corazón de Shinogi-To tiene un sólo propósito, y es que cualquier ficha que pudiéramos mover si descubriésemos su locación tendría que hacerse con el agravante de que estamos realizando una operación en el jodido patio del Señor Feudal. Si algo sale mal, nos puede saltar la mierda a todos. Así que, precaución. Y mucha cabeza. ¿Está claro?
Vaya que tenía que estarlo. Clarísimo como el agua que Ayame pregonaba ser.
El ajuste de cuentas era muy lindo en la cabeza de todos. Pero poco a poco los matices de aquella misión la convertían en un encargo sumamente peligroso. Con muchas trabas de por medio. Shinogi-To era una ciudad atiborrada de gente y con demasiados negocios turbios cociéndose a diario en sus calles. Allí, todo el mundo vivía alerta.
Cientos de interrogantes emergían a la superficie. ¿Cuánto tiempo llevarían las Náyades apostadas en Shinogi-To? ¿qué tan amplia y profunda sería su red de seguridad, y cuántos podía tener trabajando para ellas dentro de los muros de aspecto medieval que conformaban aquél bastión de Tormentas?
Ayame y Daruu tendrían que meditar, planificar y plasmar un esquema para abordar aquella misión de rango A si querían tener éxito.