20/04/2019, 22:27
Bien por Akame que era un hombre precavido. Que como el Profesional que era, debía asegurarse de que no existía peligro para ellos en los alrededores de la fragua de Soroku. Él se adelantó, y Nahana, solloza, se alejó un par de pasos atrás. Si tan sólo Akame la hubiera conocido antes de la desgracia. No se parecía en nada a la fuerte mujer que mantuvo al Estandarte del País de la Tierra en la cúspide durante más de treinta años.
Pero, es que cuando lo pierdes todo, acabas rompiéndote. Acabas transformándote. Dejas de ser tú.
Akame lo viviría en carne propia en un futuro no muy lejano.
—Ma... m- mamá...
Una voz les llamó la atención desde la retaguardia. Una muchachita de cabello castaño y corto, ataviada con una manta que la protegía del frío. Estaba mucho más pálida de lo que ya era de por sí y tenía la piel magullada por el difícil camino que le supuso a ella —y a su hermana Kitana, una más alta y que tenía un aspecto similar al de Nahana, aunque veinte años más joven. Abrazaba a Urami con fuerza, pues ambas empezaron a temblar cuando la ilusión les volvió al cuerpo. Pues su madre estaba viva. Viva, y frente a ellas.
Las tres Tākoizu se unieron en un abrazo fraternal, y Akame lo presenció desde la distancia. Se besaron, se acariciaron. Se dijeron las cosas más lindas nunca antes oídas. Nahana se había equivocado, sólo había perdido lo menos importante.
—Akame-kun. Akame-kun. Nos volvemos a encontrar, Akame-kun —era Shinjaka. El hombre al que Datsue y Akame abandonaron allá en Tanzaku.
Pero, es que cuando lo pierdes todo, acabas rompiéndote. Acabas transformándote. Dejas de ser tú.
Akame lo viviría en carne propia en un futuro no muy lejano.
—Ma... m- mamá...
Una voz les llamó la atención desde la retaguardia. Una muchachita de cabello castaño y corto, ataviada con una manta que la protegía del frío. Estaba mucho más pálida de lo que ya era de por sí y tenía la piel magullada por el difícil camino que le supuso a ella —y a su hermana Kitana, una más alta y que tenía un aspecto similar al de Nahana, aunque veinte años más joven. Abrazaba a Urami con fuerza, pues ambas empezaron a temblar cuando la ilusión les volvió al cuerpo. Pues su madre estaba viva. Viva, y frente a ellas.
Las tres Tākoizu se unieron en un abrazo fraternal, y Akame lo presenció desde la distancia. Se besaron, se acariciaron. Se dijeron las cosas más lindas nunca antes oídas. Nahana se había equivocado, sólo había perdido lo menos importante.
—Akame-kun. Akame-kun. Nos volvemos a encontrar, Akame-kun —era Shinjaka. El hombre al que Datsue y Akame abandonaron allá en Tanzaku.