22/04/2019, 18:08
Daruu soltó una repentina carcajada.
—No, mujer, no, era una exageración —respondió, y Ayame relajó los hombros.
— Ah... menos mal...
—Madre mía, esto va a ser difícil —añadió su compañero, con renovada seriedad—. ¿Crees que podríamos infiltrarnos?
—Más nos vale poder... porque si no... —respondió ella, y su semblante se ensombreció.
«Porque si no, no regresaremos con vida.» Fue su mente la que completó lo que sus labios no fueron capaces de pronunciar.
—Y espera... antes de que el ascensor termine de bajar, por favor, demuéstrame el aspecto que tenía Akame la última vez que le viste. Quiero saber qué pinta tiene esa rata descarriada si la tengo cerca.
Ayame le miró por el rabillo del ojo. ¿Al fin la creía? ¿O sólo era un "por si acaso"? Fuera como fuera, y aunque no lo demostró externamente, la petición la alegró.
—Dame un minuto —le pidió, cerrando los ojos momentáneamente y entrelazando las manos. Se concentró en los dos únicos, y tan diferentes, encuentros que había tenido con el Uchiha y trató de hacerse con los máximos detalles posibles.
Una pequeña explosión de humo y tras ella surgió la figura delgaducha y quebradiza como una rama de un chico que debía tener más o menos su misma edad. De piel cetrina y cabellos descuidados y desgreñados que caían sobre su rostro, ocultando parcialmente una horripilante cicatriz que le desfiguraba la mitad de la cara. Nariz torcida y múltiples cicatrices completaban sus rasgos, así como sus ojos, dos penetrantes iris del color de la sangre en el que tres aspas orbitaban lentamente alrededor de las pupilas. Sus ropas no eran más que harapos desgajados, sucios y viejos, y a la cintura llevaba atada una calabaza.
—Cuando le vi, supe que sus ojos me eran extrañamente familiares —habló, imitando la voz del Uchiha. Una voz rota y cascada por el alcohol. Sus dientes, azulados por el consumo de aquella extraña droga, asomaban entre sus labios partidos—. En aquel momento no pude saber que era él... pero son sus ojos, sin duda. No podría olvidarlos.
—No, mujer, no, era una exageración —respondió, y Ayame relajó los hombros.
— Ah... menos mal...
—Madre mía, esto va a ser difícil —añadió su compañero, con renovada seriedad—. ¿Crees que podríamos infiltrarnos?
—Más nos vale poder... porque si no... —respondió ella, y su semblante se ensombreció.
«Porque si no, no regresaremos con vida.» Fue su mente la que completó lo que sus labios no fueron capaces de pronunciar.
—Y espera... antes de que el ascensor termine de bajar, por favor, demuéstrame el aspecto que tenía Akame la última vez que le viste. Quiero saber qué pinta tiene esa rata descarriada si la tengo cerca.
Ayame le miró por el rabillo del ojo. ¿Al fin la creía? ¿O sólo era un "por si acaso"? Fuera como fuera, y aunque no lo demostró externamente, la petición la alegró.
—Dame un minuto —le pidió, cerrando los ojos momentáneamente y entrelazando las manos. Se concentró en los dos únicos, y tan diferentes, encuentros que había tenido con el Uchiha y trató de hacerse con los máximos detalles posibles.
¡Puff!
Una pequeña explosión de humo y tras ella surgió la figura delgaducha y quebradiza como una rama de un chico que debía tener más o menos su misma edad. De piel cetrina y cabellos descuidados y desgreñados que caían sobre su rostro, ocultando parcialmente una horripilante cicatriz que le desfiguraba la mitad de la cara. Nariz torcida y múltiples cicatrices completaban sus rasgos, así como sus ojos, dos penetrantes iris del color de la sangre en el que tres aspas orbitaban lentamente alrededor de las pupilas. Sus ropas no eran más que harapos desgajados, sucios y viejos, y a la cintura llevaba atada una calabaza.
—Cuando le vi, supe que sus ojos me eran extrañamente familiares —habló, imitando la voz del Uchiha. Una voz rota y cascada por el alcohol. Sus dientes, azulados por el consumo de aquella extraña droga, asomaban entre sus labios partidos—. En aquel momento no pude saber que era él... pero son sus ojos, sin duda. No podría olvidarlos.