25/04/2019, 11:20
—Ajá, es evidente —rio Daruu—, pero sí, a mi también me preocupa esa. Creo que ambos podemos gestionar bien a una bruta con un hacha gigante, pero esa ataca directamente a tu punto débil, y yo utilizo sobretodo Suiton. Aunque me hayas visto hacer pinitos con el Raiton, no es mi principal baza, sino una herramienta más.
—Y yo que te iba a sugerir que tú te encargases de la del rayo y que me dejaras a mí la bruta del hacha... —bromeó Ayame.
—Bueno, será mejor que apretemos el paso.
Y así lo hicieron. Pasaron las horas, y Daruu y Ayame atravesaron los Campos de la Tormenta. Para dos Amejines como ellos, la lluvia nunca resultó un problema (de hecho, Ayame parecía deleitarse bajo ella), por lo que caminaron por las llanuras, cruzaron varias granjas de cultivo de cereales y caminaron sobre varios lagos con tal de no perder más tiempo rodeándolos. Y aún así, aún siendo dos Amejines como ellos, se vieron obligados a parar un momento para refugiarse de la ira de Amenokami cuando cayó con especial fuerza sobre ellos y después para comer bajo la sombra de un árbol cuando la tormenta perdió fuerza. Hacia la mitad del día la silueta de Shinogi-to comenzó a dibujarse en el horizonte.
—Ya llegamos —dijo Daruu, señalando lo obvio—. Lo primero que deberíamos hacer es buscar un alojamiento para que nos sirva de piso franco; dejaremos allí las mochilas, nos refugiaremos cuando necesitemos descansar y pasaremos las noches que haga falta. Luego, buscaremos el dichoso mercado con olor a pescado. —Daruu arrugó la nariz, en un gesto tan cómico que a Ayame le arrancó una risotada—. Y con mucho cuidado, trataremos de dilucidar cuál de los tugurios de los alrededores es la guarida de Naia.
—Estoy de acuerdo —asintió, antes de llevarse una mano al mentón, pensativa—. Cuando estuve aquí con Shanise-senpai y Mogura nos hospedamos en cierto lugar... pero dudo que podamos usarlo para nosotros. Además no es una posada normal, ni nada de eso, está protegido con sellos y cosas raras. Así que tendremos que buscarnos un albergue normal para nosotros.
»Por cierto... —añadió, con una risilla—. ¿Una taberna junto a un mercado con olor a pescado? ¿No te parece que para alguien que se especializa en técnicas de seducción es un lugar muy poco... sugerente? ¡Oye, quizás podríamos trasnochar allí! —bromeó, llena de sarcasmo.
—Y yo que te iba a sugerir que tú te encargases de la del rayo y que me dejaras a mí la bruta del hacha... —bromeó Ayame.
—Bueno, será mejor que apretemos el paso.
Y así lo hicieron. Pasaron las horas, y Daruu y Ayame atravesaron los Campos de la Tormenta. Para dos Amejines como ellos, la lluvia nunca resultó un problema (de hecho, Ayame parecía deleitarse bajo ella), por lo que caminaron por las llanuras, cruzaron varias granjas de cultivo de cereales y caminaron sobre varios lagos con tal de no perder más tiempo rodeándolos. Y aún así, aún siendo dos Amejines como ellos, se vieron obligados a parar un momento para refugiarse de la ira de Amenokami cuando cayó con especial fuerza sobre ellos y después para comer bajo la sombra de un árbol cuando la tormenta perdió fuerza. Hacia la mitad del día la silueta de Shinogi-to comenzó a dibujarse en el horizonte.
—Ya llegamos —dijo Daruu, señalando lo obvio—. Lo primero que deberíamos hacer es buscar un alojamiento para que nos sirva de piso franco; dejaremos allí las mochilas, nos refugiaremos cuando necesitemos descansar y pasaremos las noches que haga falta. Luego, buscaremos el dichoso mercado con olor a pescado. —Daruu arrugó la nariz, en un gesto tan cómico que a Ayame le arrancó una risotada—. Y con mucho cuidado, trataremos de dilucidar cuál de los tugurios de los alrededores es la guarida de Naia.
—Estoy de acuerdo —asintió, antes de llevarse una mano al mentón, pensativa—. Cuando estuve aquí con Shanise-senpai y Mogura nos hospedamos en cierto lugar... pero dudo que podamos usarlo para nosotros. Además no es una posada normal, ni nada de eso, está protegido con sellos y cosas raras. Así que tendremos que buscarnos un albergue normal para nosotros.
»Por cierto... —añadió, con una risilla—. ¿Una taberna junto a un mercado con olor a pescado? ¿No te parece que para alguien que se especializa en técnicas de seducción es un lugar muy poco... sugerente? ¡Oye, quizás podríamos trasnochar allí! —bromeó, llena de sarcasmo.