28/04/2019, 00:18
Una de las primeras cosas que hizo Ayame fue quitarse la bandana, aunque para ello tuvo que desacoplarse la placa de su manga derecha usando un kunai a modo de destornillador, y la guardó en la mochila. Después, ambos shinobi caminaron durante largo rato por las calles de Shinogi-to, buscando un lugar donde pasar las noches que les aguardaban por delante. Aunque ninguno de los dos sabía a ciencia cierta cuánto tiempo sería ese, desde luego ambos compartían el deseo que fuese el menor posible.
Sobre todo Ayame, que caminaba vigilando sus alrededores continuamente. Pese a ser la capital del País de la Tormenta, y por tanto el hogar del Daimyō, no sentía aquella ciudad todo lo segura que cualquiera podría haber asegurado que era. Estaba construida en piedra y madera, al más puro estilo tradicional que desde luego contrastaba con la resplandeciente modernidad de Amegakure, y, como tal, a los ojos de Ayame sus calles lucían tenebrosas y amenazadoras. Veía sombras allí donde no debía verlas, y a su parecer todos los establecimientos eran igual de sospechosos de esconder negocios poco éticos entre sus paredes.
—La Bruma Negra —dijo Daruu de repente, y la muchacha le miró, interrogante—. Recuerdo que mi madre me dijo una vez que tenía un viejo amigo aquí, que tenía una posada. Tenemos que buscarla.
—Esta ciudad es demasiado grande como para ir deambulando de un lado para otro como pollos sin cabeza, lo mejor será que preguntemos a alguien —le argumentó. Y, sin esperar siquiera confirmación, Ayame escogió a ojo a alguna persona que no tuviese demasiada mala pinta y se acercó a ella con una afable sonrisa—. [color=dodgerblue]Disculpe, ¿sabe dónde se encuentra la taberna de La Bruma Negra? [/sub]
En realidad, a Ayame no le gustaba nada dejarse llevar por las apariencias de la gente, pero en una ciudad como Shinogi-to, le era imposible rehuir sus instintos más primarios.
Sobre todo Ayame, que caminaba vigilando sus alrededores continuamente. Pese a ser la capital del País de la Tormenta, y por tanto el hogar del Daimyō, no sentía aquella ciudad todo lo segura que cualquiera podría haber asegurado que era. Estaba construida en piedra y madera, al más puro estilo tradicional que desde luego contrastaba con la resplandeciente modernidad de Amegakure, y, como tal, a los ojos de Ayame sus calles lucían tenebrosas y amenazadoras. Veía sombras allí donde no debía verlas, y a su parecer todos los establecimientos eran igual de sospechosos de esconder negocios poco éticos entre sus paredes.
—La Bruma Negra —dijo Daruu de repente, y la muchacha le miró, interrogante—. Recuerdo que mi madre me dijo una vez que tenía un viejo amigo aquí, que tenía una posada. Tenemos que buscarla.
—Esta ciudad es demasiado grande como para ir deambulando de un lado para otro como pollos sin cabeza, lo mejor será que preguntemos a alguien —le argumentó. Y, sin esperar siquiera confirmación, Ayame escogió a ojo a alguna persona que no tuviese demasiada mala pinta y se acercó a ella con una afable sonrisa—. [color=dodgerblue]Disculpe, ¿sabe dónde se encuentra la taberna de La Bruma Negra? [/sub]
En realidad, a Ayame no le gustaba nada dejarse llevar por las apariencias de la gente, pero en una ciudad como Shinogi-to, le era imposible rehuir sus instintos más primarios.