28/04/2019, 17:58
La única persona, que a bote pronto, no tenía mala pinta; era una mujer morena que llevaba consigo a sus dos hijos. Estaba cerca del pozo, con las manos engarrotadas en las de los críos, que no paraban de moverse ansiosos. Parecía estar esperando a alguien.
—Disculpe, ¿sabe dónde se encuentra la taberna de La Bruma Negra?
La mujer y los críos se quedaron en silencio, observándola, e intercalando la mirada entre ella y su acompañante. Entre su acompañante y la luna de su frente. Entre la luna y algún callejón por dónde llegaría el abusador de su padre.
—P-p-or allá, hacia el Distrito este —le señaló una de las bifurcaciones a su derecha—. seguid derecho todo el tiempo hasta el corredor de luciérnagas y veréis el cartel de la Bruma en el extremo más izquierdo de la callejuela. Sabrán cuál es porque es el único que no está adornado por luces de neón.
Los amejin abandonaron la plaza insigne y se sumergieron por los caminos insinuados por la mujer. Mientras más dentro se encontraran hacia la punta este de la ciudad, más aliviados se sentirían al comprobar que no era una de las zonas roja —conocidas coloquialmente como las más peligrosas de Shinogi-To—. por suerte, y que no parecían estar cociéndose demasiados asuntos turbios por allí, salvo por algún vagabundo que prefiriera descansar en esa área, lejos de los problemas. Más adelante tuvieron que volver a pedir indicaciones, porque si seguían derecho todo el tiempo acabarían en un callejón sin salida, hasta que tras unos cuántos cruces, dieron con famoso Corredor de Luciérnagas.
Se llamaba así porque, fungía como un pasillo comercial bastante concurrido —uno de tantos, claro—. con tabernas, salones de juego y posadas bastante amistosas. Su nombre, sin embargo, provenía de las cientos de luciérnagas que brillaban en el lúgubre clima con paletas de colores doradas y fucsias, revoloteando por todo lo alto, alrededor de las que para ellas suponían unas muy atractivas luces de neón. Embelesadas por el juego de luces, se creaba un mar de estos pequeños e inofensivos animales que daba un toque místico a quien transcurriera esa calle en particular.
Allá, al fondo de todo, pudieron verlo. Un enorme cartel de madera transversal con letras talladas y cromadas en hierro. La Bruma Negra.
—Disculpe, ¿sabe dónde se encuentra la taberna de La Bruma Negra?
La mujer y los críos se quedaron en silencio, observándola, e intercalando la mirada entre ella y su acompañante. Entre su acompañante y la luna de su frente. Entre la luna y algún callejón por dónde llegaría el abusador de su padre.
—P-p-or allá, hacia el Distrito este —le señaló una de las bifurcaciones a su derecha—. seguid derecho todo el tiempo hasta el corredor de luciérnagas y veréis el cartel de la Bruma en el extremo más izquierdo de la callejuela. Sabrán cuál es porque es el único que no está adornado por luces de neón.
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Los amejin abandonaron la plaza insigne y se sumergieron por los caminos insinuados por la mujer. Mientras más dentro se encontraran hacia la punta este de la ciudad, más aliviados se sentirían al comprobar que no era una de las zonas roja —conocidas coloquialmente como las más peligrosas de Shinogi-To—. por suerte, y que no parecían estar cociéndose demasiados asuntos turbios por allí, salvo por algún vagabundo que prefiriera descansar en esa área, lejos de los problemas. Más adelante tuvieron que volver a pedir indicaciones, porque si seguían derecho todo el tiempo acabarían en un callejón sin salida, hasta que tras unos cuántos cruces, dieron con famoso Corredor de Luciérnagas.
Se llamaba así porque, fungía como un pasillo comercial bastante concurrido —uno de tantos, claro—. con tabernas, salones de juego y posadas bastante amistosas. Su nombre, sin embargo, provenía de las cientos de luciérnagas que brillaban en el lúgubre clima con paletas de colores doradas y fucsias, revoloteando por todo lo alto, alrededor de las que para ellas suponían unas muy atractivas luces de neón. Embelesadas por el juego de luces, se creaba un mar de estos pequeños e inofensivos animales que daba un toque místico a quien transcurriera esa calle en particular.
Allá, al fondo de todo, pudieron verlo. Un enorme cartel de madera transversal con letras talladas y cromadas en hierro. La Bruma Negra.