30/04/2019, 00:49
(Última modificación: 30/04/2019, 00:51 por Umikiba Kaido. Editado 1 vez en total.)
¿Buenas tardes?
Nadie les contestó. No por falta de educación, sino porque estaban sumidos en sus propias actividades, y no es como que acostumbrasen a recibir cálidamente a todo el que llegase a preguntar por una habitación.
Pronto comprobaron que la media docena de inquilinos se encontraban repartidos a lo largo y ancho de una amplia sala de estar, al mejor estilo cabaret, compuesta de madera vetusta de color ocre, con unas cuántas mesas y sillones bastante rústicos, donde algunos leían el periódico y otros charlaban temas amenos con un jarrón enorme de hidromiel en la mano. El interior era luminoso, cándido, como lo tendría que ser de alguien a quién Kiroe pudiera considerar como un amigo. Una rocola bastante estrambótica —que tendría que haberle un huevo al dueño, pues solían ser bastante costosas—. vibraba con un juego de luces de cojones y una enorme pantalla que exhibía al menos una docena de discos de distintos artistas.
Cuando se adentraron en el corazón de la Bruma Negra, les fue difícil no contagiarse con la cancioncilla que tarareaban todos al ritmo de un jazz amejin. De hecho, un hombre se interpuso entre Ayame y Daruu mientras movía el culo, le tomó la mano a Ayame, y le dio una vueltecilla de danzarín para luego perderse en el dichoso y transitado camino hasta los baños.
En la barra —que no era sino un enorme corredor horizontal que tenía detrás un mural de recuerdos, donde posaban colgadas cientos y cientos de fotografías instantáneas que capturaban los mejores momentos de la posada—. un hombre alto y moreno, con un delantal de cuero ocultándole la pansa; acomodaba el pizarrón donde tenía todos los manojos de llave de las diez habitaciones que disponía en su hostal. Tenía el cabello de tonalidades pardas camufladas entre sinuosas canas y un enorme y tupido bigote que le cubría todo el labio superior le adornaba el rostro, dándole un aspecto curioso.
Nadie les contestó. No por falta de educación, sino porque estaban sumidos en sus propias actividades, y no es como que acostumbrasen a recibir cálidamente a todo el que llegase a preguntar por una habitación.
Pronto comprobaron que la media docena de inquilinos se encontraban repartidos a lo largo y ancho de una amplia sala de estar, al mejor estilo cabaret, compuesta de madera vetusta de color ocre, con unas cuántas mesas y sillones bastante rústicos, donde algunos leían el periódico y otros charlaban temas amenos con un jarrón enorme de hidromiel en la mano. El interior era luminoso, cándido, como lo tendría que ser de alguien a quién Kiroe pudiera considerar como un amigo. Una rocola bastante estrambótica —que tendría que haberle un huevo al dueño, pues solían ser bastante costosas—. vibraba con un juego de luces de cojones y una enorme pantalla que exhibía al menos una docena de discos de distintos artistas.
Cuando se adentraron en el corazón de la Bruma Negra, les fue difícil no contagiarse con la cancioncilla que tarareaban todos al ritmo de un jazz amejin. De hecho, un hombre se interpuso entre Ayame y Daruu mientras movía el culo, le tomó la mano a Ayame, y le dio una vueltecilla de danzarín para luego perderse en el dichoso y transitado camino hasta los baños.
En la barra —que no era sino un enorme corredor horizontal que tenía detrás un mural de recuerdos, donde posaban colgadas cientos y cientos de fotografías instantáneas que capturaban los mejores momentos de la posada—. un hombre alto y moreno, con un delantal de cuero ocultándole la pansa; acomodaba el pizarrón donde tenía todos los manojos de llave de las diez habitaciones que disponía en su hostal. Tenía el cabello de tonalidades pardas camufladas entre sinuosas canas y un enorme y tupido bigote que le cubría todo el labio superior le adornaba el rostro, dándole un aspecto curioso.