30/04/2019, 01:13
Nadie respondió al saludo de Daruu, pero enseguida los dos chicos comprobaron que era muy posible que es que nisiquiera le hubiesen escuchado. Una melodía de jazz amejin inundaba el ambiente y no eran pocas las personas que tarareaban la melodía.
De hecho, Ayame no tardó en verse contagiada por el ritmo y, al contrario que su aterrorizado compañero, comenzó a canturrear para sí misma.
O al menos lo hizo hasta que un hombre se interpuso entre ambos y, sin ningún tipo de permiso ni consideración, la tomó por la mano y le hizo dar una vuelta de bailarina antes de perderse en el pasillo que conducía a los baños.
Ayame, que había enrojecido hasta las orejas y se había quedado petrificada en el sitio, intercambió una perpleja mirada con Daruu. Él debía de estar pensando exactamente lo mismo que ella, porque giró sobre sus talones en una clara predisposición a abandonar el local. Pero Ayame se abalanzó a tomarle de la mano y retenerle.
—A mí tampoco me gusta pero no conocemos un sitio mejor... —le susurró, antes de señalar al dueño del local: un hombre rechoncho de cabello pardo parcheado por las cañas y con un gracioso mostacho que le ocultaba prácticamente el labio superior—. Además conoce a tu madre, ¡así que salúdale y pídele una habitación para los dos!
Y antes de darle tiempo siquiera a protestar, le empujó hacia la barra.
De hecho, Ayame no tardó en verse contagiada por el ritmo y, al contrario que su aterrorizado compañero, comenzó a canturrear para sí misma.
O al menos lo hizo hasta que un hombre se interpuso entre ambos y, sin ningún tipo de permiso ni consideración, la tomó por la mano y le hizo dar una vuelta de bailarina antes de perderse en el pasillo que conducía a los baños.
Ayame, que había enrojecido hasta las orejas y se había quedado petrificada en el sitio, intercambió una perpleja mirada con Daruu. Él debía de estar pensando exactamente lo mismo que ella, porque giró sobre sus talones en una clara predisposición a abandonar el local. Pero Ayame se abalanzó a tomarle de la mano y retenerle.
—A mí tampoco me gusta pero no conocemos un sitio mejor... —le susurró, antes de señalar al dueño del local: un hombre rechoncho de cabello pardo parcheado por las cañas y con un gracioso mostacho que le ocultaba prácticamente el labio superior—. Además conoce a tu madre, ¡así que salúdale y pídele una habitación para los dos!
Y antes de darle tiempo siquiera a protestar, le empujó hacia la barra.