1/05/2019, 20:51
—Ah, ¿que queréis guía turística también? ¡no se diga más!
El tabernero se dio la vuelta y Daruu y Ayame acompañaron sus tumbos hasta una puerta corrediza que se encontraba a su derecha. Siguieron en línea recta y poco después ascendieron por una escalera de caracol hasta el piso superior. Cinco puertas les esperaban, pero ellos se pararon ante la penúltima. Ginjo le pidió la llave número nueve a Daruu y entonces...
—Llueve nueve.
Ayame se quedó tan rígida como una estatua de mármol al escuchar la voz de Datsue en su oído. Menos mal que Daruu supo salir al paso.
—¡LLAVE NUEVE, LLAVE NUEVE! ¡CASI RIMA! —exclamó, con un brinco de circo y le tendió la llave al tabernero que abrió la puerta de la habitación—. Verá, Ginjo-san, lo que quería decirle es que estamos en una misión y necesitamos que nadie sepa que estamos aquí. Si alguien le pregunta, ignórelo, invéntese algo. Y sobretodo, no diga a nadie nada. ¿Vale? —le explicó apresuradamente.
Los dos muchachos entraron en la habitación con sendas sonrisas tan tensas como las cuerdas de un violín y el sudor perlando sus frente.
—¡Ay, pero qué bonita es la habitación! Muchas gracias, en serio. Y ahora, Ginjo-san, me temo que tenemos que hacer algunos preparativos, ¡seguro que encontramos algún momento más distendido para charlar pero ahorametemoquedebemoscerrarlapuertamuchasgraciasenserio!
A Daruu sólo le faltó cerrarle la puerta en las narices al pobre tabernero, pero la situación era apremiante. Con un fatigado suspiro, Ayame activó su sello y se dirigió a la ventana con el corazón a punto de salírsele del pecho.
—Ay señor, Datsue, ay señor, que casi nos la lías. Dime —habló Daruu.
—Hay... ¿Hay noticias? —masculló, de forma nerviosa.
No podía haber otra razón por la que Datsue decidiera contactar con ellos en aquel preciso instante, ¿verdad?
El tabernero se dio la vuelta y Daruu y Ayame acompañaron sus tumbos hasta una puerta corrediza que se encontraba a su derecha. Siguieron en línea recta y poco después ascendieron por una escalera de caracol hasta el piso superior. Cinco puertas les esperaban, pero ellos se pararon ante la penúltima. Ginjo le pidió la llave número nueve a Daruu y entonces...
—Llueve nueve.
Ayame se quedó tan rígida como una estatua de mármol al escuchar la voz de Datsue en su oído. Menos mal que Daruu supo salir al paso.
—¡LLAVE NUEVE, LLAVE NUEVE! ¡CASI RIMA! —exclamó, con un brinco de circo y le tendió la llave al tabernero que abrió la puerta de la habitación—. Verá, Ginjo-san, lo que quería decirle es que estamos en una misión y necesitamos que nadie sepa que estamos aquí. Si alguien le pregunta, ignórelo, invéntese algo. Y sobretodo, no diga a nadie nada. ¿Vale? —le explicó apresuradamente.
Los dos muchachos entraron en la habitación con sendas sonrisas tan tensas como las cuerdas de un violín y el sudor perlando sus frente.
—¡Ay, pero qué bonita es la habitación! Muchas gracias, en serio. Y ahora, Ginjo-san, me temo que tenemos que hacer algunos preparativos, ¡seguro que encontramos algún momento más distendido para charlar pero ahorametemoquedebemoscerrarlapuertamuchasgraciasenserio!
A Daruu sólo le faltó cerrarle la puerta en las narices al pobre tabernero, pero la situación era apremiante. Con un fatigado suspiro, Ayame activó su sello y se dirigió a la ventana con el corazón a punto de salírsele del pecho.
—Ay señor, Datsue, ay señor, que casi nos la lías. Dime —habló Daruu.
—Hay... ¿Hay noticias? —masculló, de forma nerviosa.
No podía haber otra razón por la que Datsue decidiera contactar con ellos en aquel preciso instante, ¿verdad?