6/05/2019, 00:11
—Pues mira, realmente todos tienen su olorcillo particular —respondió Ginjo, que parecía particularmente sorprendido por la pregunta de Daruu. Aunque, en realidad, de conocer un poco más al muchacho, la pregunta no le habría parecido tan rara—. Como siempre llueve, la humedad se mantiene abajo y conserva los olores. Pero hay uno en particular en el que impera el aroma del mar, sabes. Le llaman la Pasarela del Boquerón. Una cuadra entera llena de depósitos de distribución para todos los mercaderes que transportan las grandes pescas desde Coladragón y viceversa. ¡Estuve a punto de comprar una parcela de tierra muy cerca de ahí para montar un hotelucho y expandir la cadena de la bruma hacia los sectores menos populares! pero buah, el aroma es fortísimo, sobre todo en las noches. Estaba a precio de ganga, pero parece que a los negocios aledaños no les va muy bien precisamente por eso.
—Entonces, procuraré mantenerme alejado de ese lugar —asintió Daruu junto a ella.
«Vamos, que lo primero que vamos a hacer es ir para allá.» Asintió Ayame para sí.
—Bueno, Ginjo. Un placer y muchas gracias de nuevo. Volvemos en un rato, que será mejor que compremos algo para comer y cenar.
—Muchas gracias, señor Ginjo —se despidió Ayame, con una inclinación de cabeza.
Los dos muchachos salieron de La Bruma Negra y se adentraron en el Corredor de Luciérnagas. Daruu tosió varias veces cuando casi se traga algunos insectos, y Ayame no pudo evitar volver a reír.
—Qué asco —se quejó.
—¿Pero qué dices? ¡Si son preciosas! Nunca había visto nada igual...
—Bueno, ¿tenemos nevera y algo para cocinar o no? De ello dependerá lo que compremos. Deberíamos despacharlo rápido y ponernos manos a la obra. Aunque la idea de meterme en ese sitio, con el pestazo que tiene que haber, no me hace ni puta gracia.
—Te veo llevando mascarilla... —se burló Ayame.
—Mejor pillar alguna tienda de por aquí cerca y no meternos a los sitios esos que nos ha dicho Ginjo. Prefiero pagar un poco más antes de arriesgarnos antes de tiempo a encontrar problemas.
—Por lo que he visto, hay un pequeño refrigerador, una sartén, una olla, y vajilla —enumeró, haciendo memoria—, Así que podemos comprar cualquier cosa...
Y así, ambos terminaron comprando algo que llevarse a la boca y sustentarse. Tampoco sabían cuánto tiempo iban a quedarse allí, por lo que no era buena idea llenarse una despensa que puede que tuvieran que llevarse a casa después a rastras, por lo que se limitaron a coger algo para aquel día y el siguiente: Sobre todo comida de fácil elaboración, nada elaborado, y, por supuesto, también cayó una pizza.
Después de aquello, volvieron a La Bruma Negra, guardaron las cosas en sus respectivos sitios y volvieron a salir. ¿Su destino? El sur, en búsqueda de aquel pestilente comercio del pescado.
La misión daba comienzo.
—Entonces, procuraré mantenerme alejado de ese lugar —asintió Daruu junto a ella.
«Vamos, que lo primero que vamos a hacer es ir para allá.» Asintió Ayame para sí.
—Bueno, Ginjo. Un placer y muchas gracias de nuevo. Volvemos en un rato, que será mejor que compremos algo para comer y cenar.
—Muchas gracias, señor Ginjo —se despidió Ayame, con una inclinación de cabeza.
Los dos muchachos salieron de La Bruma Negra y se adentraron en el Corredor de Luciérnagas. Daruu tosió varias veces cuando casi se traga algunos insectos, y Ayame no pudo evitar volver a reír.
—Qué asco —se quejó.
—¿Pero qué dices? ¡Si son preciosas! Nunca había visto nada igual...
—Bueno, ¿tenemos nevera y algo para cocinar o no? De ello dependerá lo que compremos. Deberíamos despacharlo rápido y ponernos manos a la obra. Aunque la idea de meterme en ese sitio, con el pestazo que tiene que haber, no me hace ni puta gracia.
—Te veo llevando mascarilla... —se burló Ayame.
—Mejor pillar alguna tienda de por aquí cerca y no meternos a los sitios esos que nos ha dicho Ginjo. Prefiero pagar un poco más antes de arriesgarnos antes de tiempo a encontrar problemas.
—Por lo que he visto, hay un pequeño refrigerador, una sartén, una olla, y vajilla —enumeró, haciendo memoria—, Así que podemos comprar cualquier cosa...
Y así, ambos terminaron comprando algo que llevarse a la boca y sustentarse. Tampoco sabían cuánto tiempo iban a quedarse allí, por lo que no era buena idea llenarse una despensa que puede que tuvieran que llevarse a casa después a rastras, por lo que se limitaron a coger algo para aquel día y el siguiente: Sobre todo comida de fácil elaboración, nada elaborado, y, por supuesto, también cayó una pizza.
Después de aquello, volvieron a La Bruma Negra, guardaron las cosas en sus respectivos sitios y volvieron a salir. ¿Su destino? El sur, en búsqueda de aquel pestilente comercio del pescado.
La misión daba comienzo.