7/05/2019, 02:52
El cielo siempre lucía igual. En todos lados. Lúgubre, opaco, fungido de nubes de tormenta que se empeñaban en restar protagonismo al sol. La poca claridad que existía durante el día, no obstante, parecía ir transformándose a medida de que Ayame y Daruu se fueron sumergiendo, cada vez más, hacia el sur de Shinogi-To. Como fuese premeditado que hacia aquellos rincones, todo debiera lucir más... tenebroso.
La dicotomía era palpable. La pinta de las estructuras, de las callejuelas, y hasta de su gente, fue mutando de a poco con cada paso que daban. Si ya de por sí la Capital era una ciudad rubricada como una fortaleza de tinte medieval, lo que le confería de entrada un aspecto rústico y poco citadino, esa esencia se hacía más pesada mientras más lejos se encontrasen de los barrios más tranquilos y familiares. Los sectores populares conocidos como el hogar de los tugurios donde se cocían los asuntos turbios se fue mostrando ante ellos, encantados; de recibir a dos críos en sus entrañas.
Miradas curiosas se pasearon sobre ellos. El de algún transeúnte, el de algún comerciante. Lo notaban. Notaban que no encajaban. ¿Sería por la edad? ¿o por cómo lucían, limpios y sanos?
Sin embargo, dependía enteramente de ellos si continuar hasta el punto más lejano del sur, donde presumiblemente se encontraba el susodicho mercado del que les habló Ginjo, o esforzarse un poquito en guardar las apariencias.
La dicotomía era palpable. La pinta de las estructuras, de las callejuelas, y hasta de su gente, fue mutando de a poco con cada paso que daban. Si ya de por sí la Capital era una ciudad rubricada como una fortaleza de tinte medieval, lo que le confería de entrada un aspecto rústico y poco citadino, esa esencia se hacía más pesada mientras más lejos se encontrasen de los barrios más tranquilos y familiares. Los sectores populares conocidos como el hogar de los tugurios donde se cocían los asuntos turbios se fue mostrando ante ellos, encantados; de recibir a dos críos en sus entrañas.
Miradas curiosas se pasearon sobre ellos. El de algún transeúnte, el de algún comerciante. Lo notaban. Notaban que no encajaban. ¿Sería por la edad? ¿o por cómo lucían, limpios y sanos?
Sin embargo, dependía enteramente de ellos si continuar hasta el punto más lejano del sur, donde presumiblemente se encontraba el susodicho mercado del que les habló Ginjo, o esforzarse un poquito en guardar las apariencias.