7/05/2019, 08:17
El sur era su destino, y así fueron, siempre hacia el sur. Y, a medida que avanzaban, se fueron dando cuenta de los sutiles cambios que se iban produciendo a su alrededor. Las callejuelas se volvían más descuidadas, más sucias, más tenebrosas; y con ellas los edificios las acompañaban. Aquel efecto parecía incluso reproducirse en las personas, cuyos rostros y miradas se iban volviendo más toscas, más siniestras... Hasta el cielo parecía querer acompañar a aquel cambio de escenario, con nubes aún más oscuras y ominosas.
Ah, esa era la Shinogi-to que Ayame conocía.
Era consciente de las miradas que levantaban a su paso, de los ojos que los seguían a cada paso que daban, y fue entonces cuando Ayame echó de menos una capa. Y no para protegerse de la lluvia, sino de aquellos penetrantes ojillos de roedor que los apuñalaban.
Eran dos niños de capital en un nido de pordioseros.
—Quizás deberíamos transformarnos —sugirió Ayame en apenas un susurro—. Si una de ellas anda por aquí podría reconocernos —Y sólo conocían de vista a dos de aquellas Náyades—. Y... además... creo que estamos llamando la atención.
Ah, esa era la Shinogi-to que Ayame conocía.
Era consciente de las miradas que levantaban a su paso, de los ojos que los seguían a cada paso que daban, y fue entonces cuando Ayame echó de menos una capa. Y no para protegerse de la lluvia, sino de aquellos penetrantes ojillos de roedor que los apuñalaban.
Eran dos niños de capital en un nido de pordioseros.
—Quizás deberíamos transformarnos —sugirió Ayame en apenas un susurro—. Si una de ellas anda por aquí podría reconocernos —Y sólo conocían de vista a dos de aquellas Náyades—. Y... además... creo que estamos llamando la atención.