8/05/2019, 22:40
Daruu y Ayame terminaron dando con una suerte de avenida, mucho más espaciosa que los estrechos callejones por los que habían estado caminando minutos atrás y particularmente característica en cuanto a su diseño: en el lado izquierdo de la calle, una gran cantidad de puestos móviles que vendían todo tipo de productos como si de un mercadillo ambulante se tratara; en el lado derecho, por el contrario, locales estáticos y mucho más pulcros. Era como ver la cara y la cruz de Shinogi-to representada en una sola calle.
Los transeúntes iban y venían movidos por hilos invisibles, sólo ellos conocían su destino y no era algo de la incumbencia de los dos tipos que caminaban entre ellos. A Ayame ni siquiera le llamó la atención que muchas de aquellas personas miraran hacia el cielo como si estuvieran temiendo que la ira de Amenokami cayera con más fuerza sobre sus cabezas si cabía. A lo lejos, sus ojos repararon en la imponente silueta del castillo del Señor Feudal que se recortaba contra los cielos plomizos y una extraña nostalgia invadió su corazón. En cualquier otro momento le habría encantado compartir aquel recuerdo con Daruu, pero aquel no era el momento. No bajo aquella apariencia. La apariencia de alguien que no era Ayame. La apariencia de alguien que ni siquiera era shinobi.
—Quizás encontraríamos más fácilmente los mercados si nos encaramamos a un tejado desde algún callejón, pero tendríamos que subir y bajar de él discretamente.
Ella le miró por el rabillo del ojo, pensativa.
—¿Estás seguro de que es una buena idea? —le susurró—. Si vamos a hacerlo tenemos que tener mucho cuidado. Nadie puede vernos. Se supone que no somos ninjas —añadió al cabo de varios segundos, mientras miraba a su alrededor, buscando algún resquicio en aquel océano de gente.
Los transeúntes iban y venían movidos por hilos invisibles, sólo ellos conocían su destino y no era algo de la incumbencia de los dos tipos que caminaban entre ellos. A Ayame ni siquiera le llamó la atención que muchas de aquellas personas miraran hacia el cielo como si estuvieran temiendo que la ira de Amenokami cayera con más fuerza sobre sus cabezas si cabía. A lo lejos, sus ojos repararon en la imponente silueta del castillo del Señor Feudal que se recortaba contra los cielos plomizos y una extraña nostalgia invadió su corazón. En cualquier otro momento le habría encantado compartir aquel recuerdo con Daruu, pero aquel no era el momento. No bajo aquella apariencia. La apariencia de alguien que no era Ayame. La apariencia de alguien que ni siquiera era shinobi.
—Quizás encontraríamos más fácilmente los mercados si nos encaramamos a un tejado desde algún callejón, pero tendríamos que subir y bajar de él discretamente.
Ella le miró por el rabillo del ojo, pensativa.
—¿Estás seguro de que es una buena idea? —le susurró—. Si vamos a hacerlo tenemos que tener mucho cuidado. Nadie puede vernos. Se supone que no somos ninjas —añadió al cabo de varios segundos, mientras miraba a su alrededor, buscando algún resquicio en aquel océano de gente.