12/05/2019, 05:44
Por desgracia, no había un cruce a la izquierda que les llevase a ninguna parte. En ese punto de la calle, Daruu y Ayame se encontraban ya en los límites, donde los muros de aspecto medieval insignes de Shinogi-To se alzaban imponentes, entre musgo y piedra; rodeando la ciudad.
Si echaban un vistazo hacia atrás, sabrían que llevaban una buena parte de la calle ya peinada —al menos unas cuatro cuadras—. y sin haber obtenido ningún indicio o pista concreta de su objetivo durante el transcurso del camino. Volver, por lo tanto, significaba alejarse del aroma a pescado, y, en consecuencia, abandonar el perímetro donde existían mayores probabilidades de dar con el escondrijo de esas inhumanas carroñeras lideradas por Naia. Debían estar cerca, en algún lado, y el susodicho mercado también. Después de todo, Ginjo les había dicho antes que podría encontrarse cerca de un depósito de distribución. Y daba la casualidad que tenían uno en frente.
Sólo quedaban tres opciones, entonces. Continuar derecho —con el agravante de tener que tratar con esos hombres, que podían ser, o no; simples carniceros. O coger hacia la derecha, sumergirse nuevamente en el manojo de calles circundantes, y tratar de rodear el primer obstáculo aparente con la posibilidad de encontrar más problemas en rincones menos expuestos, y más peligrosos.
La última, sugerida por el propio Daruu minutos atrás, abandonar el subterfugio y tomar un riesgo que paga a la misma tasa de su recompensa: moverse por los tejados, abrazados por el sígilo, les permitiría mantenerse en incógnito si lo hacían bien.
¿Qué harían ésta vez?
Si echaban un vistazo hacia atrás, sabrían que llevaban una buena parte de la calle ya peinada —al menos unas cuatro cuadras—. y sin haber obtenido ningún indicio o pista concreta de su objetivo durante el transcurso del camino. Volver, por lo tanto, significaba alejarse del aroma a pescado, y, en consecuencia, abandonar el perímetro donde existían mayores probabilidades de dar con el escondrijo de esas inhumanas carroñeras lideradas por Naia. Debían estar cerca, en algún lado, y el susodicho mercado también. Después de todo, Ginjo les había dicho antes que podría encontrarse cerca de un depósito de distribución. Y daba la casualidad que tenían uno en frente.
Sólo quedaban tres opciones, entonces. Continuar derecho —con el agravante de tener que tratar con esos hombres, que podían ser, o no; simples carniceros. O coger hacia la derecha, sumergirse nuevamente en el manojo de calles circundantes, y tratar de rodear el primer obstáculo aparente con la posibilidad de encontrar más problemas en rincones menos expuestos, y más peligrosos.
La última, sugerida por el propio Daruu minutos atrás, abandonar el subterfugio y tomar un riesgo que paga a la misma tasa de su recompensa: moverse por los tejados, abrazados por el sígilo, les permitiría mantenerse en incógnito si lo hacían bien.
¿Qué harían ésta vez?